10 Kislev 5782

Es costumbre contar una historia jasídica sobre el Baal Shem Tov todos los Motzaei Shabat, la salida del Shabat por la noche en una comida de Melavé Malká, acompañar a la novia (el Shabat).

Una segulá para un buen sustento, para tener hijos y tener satisfacciones de ellos, para una vida buena y larga y para salud

QUIEN SERÁ MI VECINO

Un día, una gran curiosidad se apoderó de Baal Shem Tov, la paz sea con él. ¿Quién será su vecino en el mundo por venir? Cerró los ojos y dirigió su corazón y la respuesta no tardó en llegar: en cierta aldea hay un tzadik, y su nombre es Guedalía. El rabino decidió ir al tzadik, vivir con él unos días y conocerlo. El Baal Shem Tov fue a su aldea. Se acercó a un granjero y le preguntó:

“¿Quizás has escuchado dónde está aquí el Tzaddik, el rabino Guedalia?” “¿Judío?” le preguntó.

“En nuestro pueblo solo hay un judío, ni un rabino ni un hombre justo, el del alquitrán. Allí, al final del pueblo, es donde vive”.

“¡¿Calafatero?! Seguramente un justo oculto. ¡Un gran tzadik!”

El Baal Shem Tov llegó a la casa del calafatero, una casa extraña, a punto de caer.

¡Una perra grande y molesta y ni siquiera una mezuzá!

El Baal Shem Tov llamó a la puerta de la casa. Se abre la puerta y en el umbral un hombre de hombros anchos y debajo de ellos una barriga enorme y prominente. ¡Un gran tzadik como este nunca existió!

“¿Quién eres tú?” Pregunta el Baal Shem Tov. ¿Quizás pueda hospedarme aquí contigo?

“¿Quedarte? ¿Conmigo? ¿Aquí?” Se sorprende el gigante. “¡Sólo por uno o dos días!” Responde el Baal Shem Tov.

“Mi casa no es un hotel y no tengo nada” Advierte el calafatero y está a punto de cerrar la puerta.

“Te voy a pagar, ¡medio rublo al día!” Le ofrece el Baal Shem Tov.

¿Pago? ¿Medio rublo? El calafatero se maravilló. “Otro tonto erudito. Siempre dije que estudiar está prohibido”, pensó para sí mismo. “¡No tengo cama!” Le advierte. 

“¡Dormiré sobre la estufa!” Le propone el Baal Shem Tov.

“¡Ahí duermo yo!” El calafatero descarta la idea.

“¿En el piso?” Intenta el Baal Shem Tov. “Pero…” El calafatero está indeciso. “¡Rublos al día!” Duplica el Baal Shem Tov, ansioso por convencerlo. “¿Un Rublo por día? ¡Por favor, todo el piso es tuyo!” El gigante Gedalia se rinde.

Llega el amanecer. Desde el suelo, el Baal Shem Tov atisba con un ojo. El calafatero abre los ojos y se levanta. Sin lavarse las manos. Sin oración. Sin bendición. ¡Directo a desayunar!

Una hogaza entera de pan y otra hogaza… es extraño este tzadik… Y otra hogaza más en su boca, camino al horno, para calentar el alquitrán y de nuevo, sin una palabra, ¡vuelve directo para comer! No se lava las manos. No bendice. ¡La pantorrilla en el muslo! Toma una oveja entera y la acaba. Sentado y moliendo y moliendo.

“¿Con qué ameritó ser mi vecino?” Se pregunta el Baal Shem Tov.

Y por la tarde tal como a la mañana, se sentó y devoró toda la comida.

“¿Él en el Gal Eden?” “¡Si tan solo lo dejaran entrar, en un instante terminaría con el shor habar y el leviatán, toro salvaje y la ballena!”

Al día siguiente, el mismo calafatero come y come sin detenerse. Come y crece y crece y crece.

“Hay Tzadikim ocultos que se revelan sólo en Shabat, pensó el Baal Shem Tov, si me quedo aquí un poco más, hasta el domingo…”, piensa el Baal Shem Tov, seguramente revelaré su grandeza.

El Baal Shem Tov le pide al calafatero que continúe alojándolo en su exigua residencia.

Olvídalo. ¡No es una opción! Es la temporada del alquitrán.

“¿Dos rublos más?” El Baal Shem Tov propone.

“¿Dos rublos? Con una condición, ¡solo hasta la salida del Shabat!”

El Shabat por la mañana, el Baal Shem Tov se asoma en silencio: Quizás ahora lo vea rezar… Pero de nuevo el calafatero está ocupado devorando. Todavía no termina la primera comida y llega… la segunda comida del Shabat. Tal vez en la tercera comida, ¿veremos de qué es jasid el hombre? Pero esto continúa indefinidamente. El hombre esta a punto de estallar pero… Es increíble. Todavía tiene hambre.

 “¡No olvides que te marchas inmediatamente después de la comida!” Le advierte el calafatero.

“¿Con qué ameritó? ¿con qué ameritó? ¿Quizás gracias a los antepasados?” Reflexionó en voz alta del Baal Shem Tov.

“¿mi padre? ¿el mérito de los padres?” Riendo burlonamente el calafatero ancho de cuerpo. “Mi padre era un simple recolector de trapos.” “Un abrigo viejo aquí, pantalones remendados allí.” “De pueblo en pueblo, trapero. “Y yo también solía dar vueltas con él también, cuando era niño…”, dice Guedalia. “Una vez, en vísperas de Shabat, a principios del otoño, en el bosque, dos cosacos, con una cruz le dijeron a mi padre:

‘¡Bésala!’ Y papá se negó.

—¡Besa judío asqueroso, o te crucificaremos!

Y papá se negó y simplemente dijo:

“Soy un trapero, pero no un trapo.”

‘¡Besa!’ Pero siguió negándose. Mi papá.

Y lo ataron a un árbol y le prendieron fuego. A mi padre. Un judío pequeño, delgado. Una llama tan pequeña. Un instante, y de repente no quedó nada. Mi papá. Y desde entonces, desde entonces juré:

Comer. comer. comer. No parar. Crecer. Crecer. La vida entera. Sin parar. Sin avergonzarme. Si un día los cosacos me atrapan también y me prenden fuego… ¡Será una gran llama! No solo así, una llama pequeña y ya, como mi papá. Voy a arder despacio. Voy a arder mucho. Que vean, que vean el fuego a la distancia. Hasta el final de la Tierra. Hasta el final del exilio. Que vean. Que sepan. Que un judío no se quema así fácilmente”.

“Y en ese momento”, dijo el Baal Shem Tov a su discípulo, “pude entender perfectamente, cuál fue el mérito del Calafatero, y su nombre es Guedalia, que ganó el Mundo por venir.

“Sólo una cosa no entiendo”, dijo el rabino anciano. “¿Qué mérito tuve para ser su vecino?

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