¿Quién Dirige el Espectáculo?

“Todo está previsto y el permiso está dado”.

Estas palabras contienen una de las paradojas más grandes de la religión, la de “conocimiento previo versus libre albedrío”. Esto suena como un tema académico y filosófico, pero las preguntas que plantea tocan el corazón de nuestras vidas de maneras muy profundas.

Dos niveles de realidad

En primer lugar, ¿qué significa exactamente la expresión? “Todo está previsto” significa que Dios sabe de antemano todo lo que sucederá. De hecho, Dios es quien hace que suceda. Todo viene de Él, todo es en realidad Él.

“El permiso está dado” significa que las personas están facultadas para actuar de acuerdo a su libre albedrío. En cualquier encrucijada, si una persona decide ir a la derecha o a la izquierda, elegir el bien o elegir el mal, depende de él o ella.

¿Cómo van estas dos cosas juntas?

La clave para descifrar este acertijo radica en el simple hecho de que para nosotros el futuro es inherentemente incognoscible. El futuro puede ser “previsto”, pero sólo desde la perspectiva de Dios, que, por así decirlo, mira hacia abajo sobre el laberinto del espacio-tiempo y lo ve en su totalidad, sub specie aeternitatis (desde el punto de vista de la eternidad). Para nosotros, que estamos caminando por el laberinto y no sabemos qué hay a la vuelta de la esquina, parece que hay varias opciones: podemos girar en la siguiente esquina, continuar recto o retroceder, mientras imaginamos cómo cada elección conducirá a un futuro completamente diferente. Al final, estamos obligados a elegir solo un camino: el que Dios previó; pero como aún no sabemos cuál es, no tenemos más remedio que pasar por el proceso de ponderación, decisión y finalmente acción. Es en este proceso que concretamos nuestro poder de elección dado por Dios, a pesar de que terminamos haciendo exactamente lo que Él había planeado y previsto de antemano.

El resultado de todo esto es que debemos considerar que todo lo que sucede tiene lugar en dos niveles independientes: el nivel de la elección humana y el nivel de la providencia divina. Esto es especialmente desafiante cuando suceden cosas malas, y es un desafío tanto para la parte que sufre como para la persona que inflige el sufrimiento.

Examinemos con qué tiene que lidiar cada lado.

El Perdón de Iosef

Una persona que ha sido agraviada está perfectamente preparada para caer en lo que yo llamo “el pozo de la victimización y la culpa”, un lugar estrecho y oscuro en el que sentimos lástima por nosotros mismos, estamos enojados con los demás y, en consecuencia, somos incapaces de seguir adelante con nuestras vidas de ninguna manera.

Aunque esta es una experiencia principalmente emocional, tiene sus raíces en una cierta perspectiva cognitiva de la realidad, específicamente la que reconoce solo la existencia de la elección humana, no la de la Providencia Divina. En ese caso todo parece muy simple: alguien nos lastimó y todo lo que está mal en nuestra vida es su culpa. No tiene sentido hacer un examen de conciencia, buscar el significado de lo que sucedió o hacer un balance ético de nuestras vidas. Somos la víctima inocente y el otro es el victimario malvado, punto y aparte.

Esta experiencia cambia por completo cuando agregamos el concepto de Providencia Divina. Entonces resulta que la persona que nos hizo daño era, inconscientemente, un emisario de Dios. Dios quería que pasáramos por una cierta experiencia aparentemente negativa (para nuestro bien) y eligió a esa persona para que nos la haga pasar. Los Sabios llaman a esto “algo malo se produce a través de una persona culpable”: cuando los poderes celestiales quieren que algo malo le suceda a alguien, eligen a un perpetrador que, independientemente y por su propia voluntad, quiere realizar esa acción, y luego “enlaza” a los dos: Convierten al malhechor en el agente inconsciente que lleva a cabo una misión divina.

La persona que ejemplifica perfectamente este enfoque de la vida es Iosef. Desde el momento en que lo dejan en el pozo eleva los ojos solo a Dios. En cada lugar en el que se encuentra, ya sea la casa de Potifar, la prisión o el palacio del Faraón, intenta aprovechar al máximo sus circunstancias. Más tarde le da el nombre a su primer hijo según la idea de que “Dios me ha hecho olvidar toda mi dificultad y toda la casa de mi padre”, y a su segundo hijo por “Dios me ha hecho fecundo en la tierra de mi aflicción”. Todo lo que le ha sucedido lo atribuye solo a Dios.

El pináculo de este comportamiento se ve en el enfrentamiento entre Iosef y sus hermanos. Después de revelarles finalmente su identidad, Iosef enfatiza que, desde su perspectiva, no fueron ellos quienes lo enviaron a Egipto, sino Dios: [Bereshit 45:4-8]

Fue para sustento de vida que Dios me envió delante de ustedes…

Dios me envió delante de ustedes para proporcionarles supervivencia en la tierra…

Y ahora, ustedes no me enviaron aquí, sino Dios …

El cénit llega en la parashá siguiente, cuando dice:

De hecho, pretendieron el mal contra mí, pero Dios lo diseñó para bien …

Iosef ha aceptado por completo el concepto de que la realidad tiene dos niveles. Sus hermanos cometieron un pecado grave, pero también fueron agentes de Dios. Deben arrepentirse de sus obras, pero su cuenta personal no es con ellos, sino con Dios. Su trabajo es preguntarle a Dios ¿Cuál es el propósito Divino de esta nueva realidad en la que me han dejado las acciones de mis hermanos? Así, Iosef sale del pozo de la victimización y la culpa, y se transforma de víctima en triunfador, convirtiéndose en el gobernante y líder de su vida.

Ahora, ¿qué hay de los que cometieron el mal, en este caso, los hermanos de Iosef? ¿Deberían también decir: “¿No se nos puede responsabilizar, solo éramos agentes de Dios”? Por supuesto que no. Las expresiones “se da permiso” y “a través de una persona culpable” en las citas anteriores dejan en claro que una persona que ha pecado es responsable de sus acciones y debe arrepentirse por ellas. Y sin embargo la fe en la providencia Divina puede ofrecer algún consuelo al pecador: puede salvarlo de cierto tipo de culpa negativa y destructiva, cuyo único propósito es deprimirnos y enterrarnos vivos. El pecador también puede ser salvo, y parte de su salvación radica en el entendimiento de que, a pesar de lo malo que fue su pecado, también, de alguna manera insondable, fue parte del plan de Dios.

Esta idea se refleja en las hermosas palabras de Iosef a sus hermanos:

Pero ahora no estén tristes, y no se preocupen por haberme vendido aquí, porque fue para preservar la vida que Dios me envió delante de ustedes.

Traducido libremente, lo que dijo fue: Es verdad, han pecado; pero ahora que se han arrepentido sequen sus lágrimas: todo, incluido vuestro pecado, fue para bien.

Punto para reflexionar: Cuando alguien nos hiere, debemos hacer una distinción clara en nuestra cabeza: esa persona se comportó incorrectamente y tendrá que ser juzgado, ya sea ante la corte celestial o terrenal. Pero al lado de esta verdad hay otra: el cielo tenía la intención de que esto sucediera, y es por mi propio bien. Tenía el propósito de castigarme por algo, purificarme o ambas cosas; lo cierto es que mi proceso de rectificación frente a lo sucedido no tiene nada que ver con el autor de la infracción. Es entre Dios y yo, lo que significa que, en su raíz, y a largo plazo, lo que sucedió es completamente por mi propio bien.

Ojalá todos podamos mirar el mundo con los buenos ojos de Iosef, y por este mérito que se digan también de cada uno de nosotros las palabras que se han dicho de él:

El Señor estaba con él, y todo lo que hacía, el Señor lo hacía prosperar en su mano.

Nir Menusi

Rabino Itzjak Ginsburgh – Instituto Gal Einai – www.Galeinai.org

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