EL SENTIDO REFINADO DE LA IRA

Es difícil pensar en un rasgo peor que la cólera. No en vano dijeron los sabios “No trates de calmar a  tu amigo cuando está enojado”: cuando nos enojamos, cuando “la sangre sube a la cabeza”, la cara se pone bordó y sentimos que estamos a punto de explotar, perdemos el control de nosotros mismos. Perder el control es perder lo que nos hace seres humanos, nuestra imagen Divina dentro de nosotros. Por eso uno de los objetivos principales de la labor espiritual en todos los sitios es trascender la ira.

Sorprende, entonces, que uno de los 12 sentidos de la psiquis sea justamente la ira. Tener sentido de la ira es saber cómo, cuándo y por qué corresponde enojarse. Sucede que de acuerdo al judaísmo la ira no es algo malo en principio y así como todo otro rasgo de nuestra personalidad, no hace falta suprimirla completamente, sino regularla y dirigirla. La mayor parte de los enojos son superficiales y negativos, pero hay algunos que provienen de la preocupación y el cariño, y en verdad lo negativo es evitarlos. El libro del Zohar dice sabiamente: “Hay ira y hay ira… hay una ira llamada ‘bendita’ y hay una ira llamada ‘maldita’”.

La cuestión es, por supuesto, cómo distinguirlas.

Enójate y no peques

En pocas palabras, la ira negativa deriva de un exceso de nuestra conciencia del “yo”, el ego. El orgullo nos hace imaginar que nos corresponde todo tipo de cosas, y cuando la gente no nos da lo que queremos nos enojamos con ellos. Esta es una ira para escaparnos de nuestra propia rectificación y para arrojar sobre los demás todas nuestras falencias inconscientes.

El primer paso en la corrección de la ira negativa es redirigir nuestra mirada crítica desde afuera hacia adentro, hacia nosotros mismos. Dicen los Salmos: “enójate y no peques.” ¿Cómo puede la ira salvarnos del pecado? Explicaron los sabios: “La persona siempre tiene que encolerizar su instinto del bien sobre el instinto del mal”: tenemos que dirigir nuestra cólera hacia nuestro instinto del mal, hacia nuestros deseos e instintos egoístas. Cuanto más estemos ocupados en rectificarnos a nosotros mismos, nuestra mirada al prójimo será más indulgente. Sólo entonces podremos volver a dirigir una ira rectificada sobre las cosas malas del mundo. 

La diferencia entre la ira anterior a la rectificación propia y la que viene después, es que entonces el enojo está purificado de nuestros ‘intereses’ personales, y se dedica sólo a corregir la iniquidad. Esta ira es ahora un “enojo justificado”.

La ira y la vista

Como se ha explicado en artículos anteriores, cada uno de los seis primeros sentidos es una preparación psíquica para cada uno de los seis sentidos últimos, el que se encuentra “enfrente” en el ciclo anual de los meses. El mes que se encuentra frente a Tevet es Tamuz, el sentido de la vista. ¿De qué manera se puede hablar del sentido de la vista como una preparación del camino hacia el sentido de la ira?

La cuestión del sentido de la vista es desarrollar una visión profunda, salir de la observación de lo que está en la superficie y dirigirnos hacia los estratos internos de la realidad. Y por cierto, una de las cosas más importantes que nos proporciona la visión interior es el poder de elevarnos por sobre la ira. Quien profundiza su visión puede colocar en un contexto más amplio el evento que desencadena el enojo, calmarse y sopesar con la cabeza fría la respuesta correcta que va a elegir.

Pero elevarse por encima de la ira exterior es sólo el primer paso. El Jasidismo explica que, aunque siempre tenemos que buscar el bien oculto en las cosas malas que ocurren, a nosotros o a los demás, no debemos dejar de orar y procurar “el bien visible y manifiesto”, simplemente la eliminación del mal y el triunfo del bien. La observación en busca de defectos y anormalidades revelados no es completa si no conduce en última instancia una exigencia de ver cómo rectificarlos, visionar con los ojos físicos cómo hacer que haya justicia efectiva en este mundo. Este reclamo es el sentido de la ira rectificada, de la cual se dijo “mis ojos están turbios por la ira”, no está dispuesto a ver la injusticia por tanto tiempo.

Está explicado en jasidut que el motivo interior de esto es que tenemos dos ojos, que además de la visión estereoscópica, nos permite dirigir el ojo de la bondad hacia afuera y el ojo de la autocrítica hacia adentro. Y así, se puede ver a esos dos ojos como la expresión de dos tipos de ira positiva que surgen gracias a la visión interior: el ojo que mira hacia adentro engendra la ira por lo que depende de nosotros (como el dicho de los sabios mencionado, “La persona siempre tiene que encolerizar su instinto del bien sobre el instinto del mal”). Y el ojo dirigido al exterior genera ese disgusto por lo que no podemos reparar, y la súplica a Hashem por su ayuda, como la plegaria de Janá, la madre del profeta Shmuel, de quien se dijo: “por tanta plática y cólera hablé”.

Los sentidos de Dan

La tribu que corresponde al mes de tevet y al sentido de la ira es Dan, muy apropiado a su nombre, que significa ley y juicio. Se cuenta sobre esta tribu que era “la inferior de las tribus”, al contrario de la tribu de Iehudá, “la más grande de las tribus”, a pesar de que tenía mucha población. En otras palabras, la tribu de Dan era la capa más populosa, “Tu pueblo Israel” que se encontraba en la base de la pirámide social. Por esta razón fue también “el campamento de Dan recogía de todos los campamentos”, ellos iban al final de la caravana, recogiendo las cosas que los demás iban perdiendo, y por eso eran los primeros en hacer frente a los enemigos que atacaban por la retaguardia.

La correspondencia de la tribu de Dan con el sentido de la ira significa que esta clase de gente, las personas que están en el terreno y la acción, no son necesariamente las más intelectuales, la llamada “mayoría silenciosa”, tiende a tener un alto grado de sentido común y a estar alertas ante situaciones en las que se debe aplicar la ira positiva. Su conexión directa con el lado áspero de la vida y su la lealtad natural hacia sus allegados y sus aliados, les permite captar aquellas situaciones delictivas e injustas que no se las puede dejar pasar callado. Esto contrasta, por ejemplo, con la gente como Iehudá -la élite intelectual, que con talento para hablar (es decir, la cultura y la comunicación), que por tomar en cuenta tantas “consideraciones”, tienden a veces perder esa tipo de honestidad simple y natural.

El atributo de la ira justificada se reconoce y es famosa en los descendientes de Dan, como el valiente Shimshón, que fue rápido para tomar represalias contra los filisteos siempre que molestaban al pueblo de Israel. Además, también aparece en el Midrash en el único hijo de Dan, cuyo nombre era Jushim, “sentidos” y era sordo. El Midrash relata que cuando los hijos de Israel desde Egipto llegaron a la Cueva de los Patriarcas para enterrar a Iaacov, apareció de repente el anciano Eisav y argumentó que la parcela de la tumba que quedaba, junto a Lea, le pertenecía según la ley. Se generó entonces una discusión legal entre los hijos de Israel y los hijos de Eisav, acerca de la naturaleza exacta de la venta de la primogenitura a Iaacov, que concluyó al enviar un mensajero de vuelta a Egipto para encontrar el documento original de la venta. Jushim hijo de Dan, que no escuchó nada de la discusión legal, preguntó cuál era el motivo de la demora, y cuando le explicaron inmediatamente gritó “¿hasta cuándo se va a seguir denigrando al abuelo?” Levantó la espada y degolló a Eisav.

La sordera de Jushim a los detalles del procedimiento judicial le permitió ver por encima de ella, e identificar el punto principal: que Eisav se estaba burlando de los hijos de Israel, los trataba de confundir y cada minuto que pasaba sin darle la contestación que le correspondía era un desprecio hacia nuestro pueblo. Por desgracia, la fuerza de este mensaje se conserva hasta hoy, y sería muy bueno que todos lo tomemos en cuenta.

La ira y la delicadeza (adinut)

La tarea de la rectificación de las cualidades se basa principalmente en hacerlas más refinadas, el desarrollo de sentidos más finos y sensibles. Pero al ocuparnos de esto, debemos tener cuidado del exceso de refinamiento, una situación en que por tanta delicadeza nos encontramos paralizados ante los crímenes y las distorsiones evidentes, incapaces de responder frente a ellos con la dureza apropiada. Al contrario, el exceso de gentileza lleva a una especie sentidos groseros y toscos. Una refinación completa, entonces, es la refinación consciente de sus limitaciones, capaz, en los momentos de necesidad, de ponerse a un lado y dar lugar a la ira justificada.

Esta relación entre la delicadeza y la firmeza se resume en el Midrash de los sabios de bendita memoria que relata acerca de uno de los valientes de David, de nombre “Adino Haetzni”. Interpretan los sabios que los nombres de los héroes de David eran en esencia calificativos de las heroicidades del rey David mismo, y que es llamado “Adino Haetzni” porque “cuando se sentaba a ocuparse de la Torá se hacía delicado (adin) como un gusano, y en el momento que salía a la guerra se endurecía como un árbol”. En David, su asertividad, su firmeza no se oponía a su delicadeza sino lo contrario, la complementaba.

David es un descendiente de Iehudá, la tribu de la nobleza, y este Midrash cuenta cómo se incorporó la cualidad de la tribu de Dan su opuesto. Pero como Iehudá tiene que aprender de Dan, también Dan tiene que aprender de Iehudá. Efectivamente, una de sus principales aspiraciones del fundador del Jasidismo, el Baal Shem Tov, era unir a los judíos simples con los sabios, y mostrarles que cada uno tiene algo que aprender del otro.

La lección que Dan tiene que aprender de Iehudá no es cómo agregar ira a la delicadeza, sino cómo moderar la ira. La ira moderada. Ira moderada no explota hacia afuera sin control, sino que se genera a partir de una comprensión lúcida. Es una cólera focalizada que viene a servir a un objetivo, no a desahogar nuestra irritación, y proviene de una personalidad tranquila y relajada, incluso divertida. Este es el significado jasídico del verso de Eclesiastes: “tov caas misjok”, “buena es la ira que la risa”: “la ira buena, explica el Jasidut, proviene de la risa, de la diversión íntima imbuida de fe de que también las cosas que más nos enfurecen son en última instancia de Dios, “El que mora en los Cielos ríe”. Fueron creados como un desafío para nosotros, para enfrentarnos a ellos con un espíritu noble y tranquilo. 

*Ver los doce sentidos del alma

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