PARTE 28   CONVERTIRSE EN PARTE DE LA CONCIENCIA MESIÁNICA

Más allá de nuestro objetivo inmediato de aguardar la llegada del Mashíaj, ¿qué estamos esperando verdaderamente? De acuerdo con Isaías, aguardamos “esa promesa del futuro que Dios ha preparado para nosotros” –la comprensión de la esencia de Di-s y el perfeccionamiento de nuestras almas, individual y colectivamente- una realidad que ya existe en una dimensión espiritual por encima del tiempo.

Pero si esto es así, parecería que estamos aguardando algo que es imposible. La esencia de Dios se contrapone a la revelación; sus senderos pueden ser conocidos, pero no Su esencia. Toda la historia de la creación está basada en este principio. De acuerdo con la Cabalá, hay un nivel donde Dios existe en un estado de Luz Infinita (Or Ein Sof), donde todo está uniforme y absolutamente saturado con su resplandor. Allí no puede existir la existencia relativa –la forma y la materialidad- al ser abrumada y aniquilada por este tremendo poder de iluminación, de la misma manera que las luces individuales de las estrellas son anuladas por la radiación más potente del sol. Para crear el universo físico, Dios necesitó primero, desde nuestra perspectiva, retirar Su Luz Infinita de un área en particular y crear como un útero oscuro y vacío. Dentro de este “espacio vacío” El irradió un delgado rayo de luz, cuyo desarrollo y disipación es la historia y la evolución de la creación tal como la conocemos.

Para nosotros, desear la esencia de Dios, Su Luz Infinita, es querer algo que no puede ser contenido o aprehendido por una criatura viviente, es ir en pos de eso que consumiría nuestra propia existencia. Pero ninguna otra cosa podría satisfacer esta pasión. Empeñando la fe y el esfuerzo desde aquí abajo, aspiramos a producir como respuesta el regalo de luz y comprensión desde arriba, revelar aquí y ahora eso que está preparado, pero oculto aún. La inspiración incentiva este gusto o pasión de revelar y experimentar a Dios, iniciándonos en la disciplina de “aguardar”, mientras que la integración apropiada desarrolla nuestra humildad.

Cuando estamos previamente inspirados, sentimos la algarabía de experimentar una impronta de Dios superior a la que conocíamos antes. En este punto somos susceptibles a tener ilusiones de grandeza al sentirnos reflejados en las maravillas de lo que hemos sentido y estudiado. La Cabalá nos previene contra este engreimiento recordando la vanidad del esfuerzo humano y la insignificancia de nuestros logros. Después de todo, “¿Qué () sabemos realmente?” “¿Qué () ha revelado nuestra búsqueda?” Esta es el camino de la humildad, doblar y redoblar el esfuerzo de expurgar el ego. Al hacer esto nos volvemos realmente parte de la conciencia mesiánica que estamos esperando. ¿Para qué () estamos sino para nuestra perfección colectiva que será una realidad viva en el mesiánico final de los días?

La demora del Mashíaj es sólo lo que parece desde afuera, porque la realidad interior es la de un progreso permanente. Así es también con nosotros. A veces los cambios se manifiestan según el estado de ánimo. Los logros y esfuerzos parecen no tener un efecto persistente por períodos de tiempo prolongados y con todo, invisiblemente, su impacto va acumulando a niveles subconcientes. Parece como que no hubiéramos hecho ningún progreso, pero en cierto punto crítico el balance da un brinco y se evidencia un salto cuántico importante de crecimiento y conciencia. Esta iniciación a un nivel más profundo del conocimiento de Di-s, debe ser nuevamente alejado de la sensación del ego de su propia importancia y el engreimiento. Y así la espiral continúa.

El cometido inicial del educador de inspirar a sus estudiantes, no es más que la tarea externa y circunstancial de exponer a los estudiantes a un nuevo sabor de tal manera que despierte su interés. El educador ceba el anzuelo, a veces con golosinas y otras con incentivos más sofisticados y sutiles, con todo aquello que excite la curiosidad de sus estudiantes. En ese momento el educador se aparta, conduciendo sus estudiantes a un rol de mayor responsabilidad de ir activamente en procura de sus propios intereses. Este es el delicado balance de empujar y atraer, que es a lo que se refiere la educación. Los estudiantes aprenden que deben esperar en cada capa nueva de entendimiento internalizando su conocimiento de Torá ya adquirido y contemplando más profundamente esos temas que ahora están revelados.

Mediante estos esfuerzos, los deseos de los estudiantes se vuelven más penetrantes, precisos y potentes. Finalmente, el educador les revela que el factor limitante que marca el ritmo de este proceso no es la edad ni el nivel de inteligencia, sino más bien el grado de humildad del estudiante y su entrega a Dios.

Con el tiempo, los estudiantes aprenden que cada revelación progresiva de la verdad es un regalo de gracia para aquellos que encuentran favor a los ojos de Dios, a través de la sumisión profunda y sincera del alma. Cuando el ego es expulsado, ese “espacio” se llena inmediatamente con la dulzura y la luz de Dios. En el medio de la lucha, la tarea de desmantelar el ego pareciera demandar un autosacrificio intolerable, pero cuando se saborea la dulzura del éxito, el profundo sentimiento de unión con Dios lo compensa con creces.

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