PARTE 33    BENEVOLENCIA Y JUICIO

Sólo cuando está de por medio el aspecto autocrítico de justicia, la tzedaká (caridad) tiene el poder de atraer la bondad de Dios a este mundo. Esta relación de control y balance es necesario en varios niveles, porque debemos hacer ciertas valoraciones para dar tzedaká apropiadamente. Primero debemos evaluar, lo más conservadoramente posible, nuestros propios requerimientos financieros. Nuestra estimación debe considerar las necesidades de cada miembro de nuestro hogar y satisfacerlas de la mejor manera posible. Cada uno debe estar cómodo, aunque debemos desalentar indulgencias innecesarias. Luego debemos desapoderarnos de todos los recursos remanentes, declarándolos “bajo fianza” y procediendo a encontrar sus verdaderos dueños. Hay una sutil pero significativa diferencia entre aquellos que dan por obligación o incluso por su innata generosidad, y aquellos que reconocen que en realidad no es para nada una donación, sino que más bien están distribuyendo algo que no les pertenece, cosas que fueron puestas a su cuidado. Dios nos brinda exactamente lo que necesitamos y todo exceso no es realmente nuestro. Finalmente, debemos identificar al legítimo dueño de estas cosas, tarea que requiere paciencia, discriminación y juicio. La señal de éxito en esto es un fuerte sentido de la misericordia y la empatía. ¿Cuánto debe ser dado en cada momento? ¿Qué caridades son las más dignas y responsables? ¿Debe ser dado como un regalo absoluto, como un préstamo o es posible ayudar a alguien a establecer un negocio? ¿Debe apoyar la educación, al pobre o a los enfermos y minusválidos? Como todas estas opciones son meritorias, pero algunas son mutuamente excluyentes y los recursos limitados, nos vemos forzados a usar la discriminación.

Como se estableció arriba, la caridad y la benevolencia son esencialmente lo mismo, una involucra compartir recursos físicos, la otra activos intangibles como el tiempo y la energía emocional. Para quien la prioridad es estudiar Torá, el tiempo va a ser más precioso que el dinero y más difícil de renunciar a él. Pero la disciplina y el hábito de dar, financieramente o de otra manera, es el instrumento más poderoso para traer Torá a nuestros corazones y nuestras vidas. El conocimiento sólo puede ser internalizado por medio de su aplicación práctica. Podemos leer diez libros sobre la técnica de tocar el piano, pero hasta que no nos sentemos realmente al teclado y practiquemos, no podemos saber cómo tocar.

Similarmente, si queremos conocer a Dios, debemos emularLo. Como el dar con benevolencia es la forma primaria en que Dios se relaciona con el mundo, este es el rasgo más importante que debemos cultivar. Emulando la benevolencia y la generosidad de Dios conseguimos acceder a esferas de conocimiento, a sutilezas que existen más allá de las palabras. Así se abren los secretos de la Torá.

Integración significa desarrollar esta cualidad de generosidad, refinando su expresión, balanceándola con discreción y juicio y finalmente trayéndola a un estado de internalización. El educador que ha educado correctamente a sus educandos encontrará que incluso sus instintos expresarán esta cualidad.

Los sabios definen la madurez como la habilidad de dar sin ataduras. Podemos ser avanzados en años, exitosos en los negocios, de refinada erudición (incluso en Torá), pero si no aprendimos a dar, si no comprendemos que esa es la máxima prioridad, entonces no llegamos a la madurez.

Esta correlación de la gracia y la bondad con la inspiración y la integración encierra una importante lección para el educador. Los talentos de sus estudiantes, que trajo a un estado de gracia y belleza por medio de su habilidad de inspirar, requieren una etapa posterior de desarrollo y rectificación. Ellos deben encontrar su máxima expresión en el servicio a la humanidad. Si sus talentos son dirigidos en definitiva hacia el dar de esta manera, entonces la integración ha tenido lugar verdaderamente.

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