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וְהִגַּדְתָּ לְבִנְךָ בַּיּוֹם הַהוּא לֵאמֹר בַּעֲבוּר זֶה עָשָׂה ה’ לִי בְּצֵאתִי מִמִּצְרָיִם”

“Veigadta leminjá baiom ahu lemor: baabur ze asá Havaiá li betzeetí miMitzraim”

“Y le relatarás a tu hijo en ese día diciendo ‘Por esto es que Hashem me sacó de Egipto’”

Este es el hijo que no sabe cómo preguntar. No preguntó nada, y por eso nos dirigimos a él y comenzamos a contarle. Hay tres hijos en la mesa del Seder, cada uno haciendo su pregunta, y solo el cuarto hijo se queda en silencio. ¿Por qué está calla? Es una incógnita.

Está el silencio que proviene de una falta de comprensión y conocimiento, pero está el silencio que está por sobre la comprensión. Porque toda comprensión humana tiene un final y un límite, y después de alcanzar la más alta compresión sientes que por encima de eso hay más y más niveles por encima que no se pueden captar. Moshe Rabeinu también era “torpe y de lengua pesada” porque su alma proviene de una raíz tan elevada que le resulta difícil expresarse con letras y palabras. Por encima de todas las preguntas y respuestas está la fe simple, y quizás este es el secreto del silencio de nuestro hijo, él no pide sino espera pacientemente, como está dicho “el creyente no se apresurará”.

Por lo tanto, se entiende por qué el mandamiento de la Hagadá: “Y le dirás a tu hijo” está escrito específicamente en el contexto de un hijo que no sabe cómo preguntar, porque la fe está por encima de toda pregunta.

[De ‘Los Secretos de la Seder’]

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