9 de Av: LO MÁS BAJO DE LO BAJO

En Tisha B’Av llegamos al punto más bajo del calendario judío. Nos sentamos en el suelo y leemos el Libro de las Lamentaciones que describe la destrucción del Templo Sagrado en Jerusalén, comenzando con las palabras desgarradoras: “Ay, Solitaria queda la ciudad que alguna vez estuvo llena de gente”.[1]

Sin embargo, existe una humildad positiva, como enseñan los sabios: “Sed muy, muy humildes de espíritu”.[2] Aparentemente, podemos rectificar la humildad negativa experimentada en Tisha B’av por medio de esta humildad positiva. ¿Cómo podemos lograr esto?

La Cabalá y el Jasidut enseñan que la humildad es la dimensión interior y la experiencia existencial que acompaña a la sefirá de reinado (maljut). Esto parece presentar una dificultad, porque después de todo, el rey, que encarna la sefirá de reinado, reina de manera suprema. Según la ley judía, al rey ni siquiera se le permite perdonar un desaire a su honor. Entonces, ¿cómo es posible que el rey esté experimentando humildad? ¿Cómo podría la dimensión interna de la sefirá de reinado ser de humildad?

¿Quién soy?

Ciertamente tenemos que tratar con inclinaciones diferentes e incluso contradictorias dentro de nosotros mismos, dentro de nuestra psique. Estas contradicciones internas conducen a una pregunta muy aguda e inquietante: ¿Quién y qué soy? ¿Soy realmente una buena persona, pura y santa, que de vez en cuando yerra? ¿O soy una persona tosca y baja (quizás incluso una mala persona) que a veces logra superar su carácter negativo? No importa lo que respondamos, aún sentiremos que hay algo de verdad en la respuesta alternativa y continuaremos viviendo con la sensación de poseer una especie de personalidad dividida. ¿Cómo podemos resolver este conflicto interno?

La respuesta profunda es que al final realmente tenemos un tipo de doble personalidad. Tenemos mucha luz y bondad, pureza y santidad dentro nuestro. Estos constituyen un lado de lo que somos. Por otro lado, nuestra identidad básica es baja y oscura. En palabras de los cabalistas (adoptadas por el Jasidut), estos dos lados de la personalidad se conocen como el alma divina y el alma animal. Comenzamos nuestras vidas identificándonos con la oscuridad del alma animal y su enfoque en la supervivencia. Esto conforma nuestra identidad inicial. A partir de ahí, progresamos constantemente en la dirección de una identidad elevada e iluminada que se logra mediante el estudio de la Torá y el cumplimiento de las mitzvot.

Debemos reconocer el hecho de que somos simples. La bajeza es positiva cuando sirve de trampolín para la elevación. La persona que experimenta la humildad positiva se dice a sí mismos: “No tengo nada, estoy completamente vacío de bien, estoy hundido en lo más profundo. Pero es específicamente porque soy un recipiente vacío que estoy completamente abierto a recibir toda la abundancia infinita que Dios me otorga. ¡Esta es, ante todo, una preciosa alma divina que en realidad es parte de Dios! Soy simple y, sin embargo, Dios ha puesto el bien, el alma divina, dentro de mí. Así es exactamente como se define la sefirá de reinado, la última sefirá: “No tiene nada de sí mismo”.[3] Pero gracias a que no tiene nada propio, es capaz de recibir e integrar todas las luces sobre él.

El rey humilde

El personaje definitivo de un rey es David. Cuando se le presiona para que explique por qué bailó sin tener en cuenta su estatus ante el Arca de Dios, da testimonio de sentirse bajo a sus ojos, diciendo: “Y seré humilde a mis ojos”.[4] Es cierto que está prohibido para un rey ignorar su estatus real. Su conducta externa debe ser imperial y debe mantener una distancia real de sus súbditos. Su experiencia interior, sin embargo, es de humildad existencial ante Dios. Por lo tanto, el rey David no se avergonzó de bailar ante el Arca Sagrada. Debido a que él es completamente humilde en su interior, su reinado permanece libre de egoísmo y egocentrismo y es amado por todos.

Cada individuo tiene un Rey David dentro. No por nada el rey David es una de las figuras más queridas de la Biblia. Personifica el alma rectificada que ha sido rectificada y liberada de sus complejidades. El rey rectificado se dice a sí mismo: Soy humilde y tengo un alma enorme, y precisamente por eso puedo gobernar y conducir a los que están bajo mi soberanía.

Regreso del Reino

 En Tisha BeAv, cayó el reino de Iehudá. El Templo Sagrado de Jerusalén fue destruido y el pueblo de Israel fue dispersado y expulsado a un largo exilio. El Templo se compara con un león, el rey de los animales. La Casa de David también se compara con un león, y el león también es el mazal del mes de Av – el mes en que se destruyó el Templo. Pero el león desapareció, como dijo Isaías: “Oh Ariel, Ariel, la ciudad donde acampó David… Entonces angustiaré a Ariel, y habrá llanto y gemido… Y abatida, hablarás desde la tierra”.[5]

Sin embargo, es en este mismo día, en Tisha BeAv, que estamos llamados a hacer la rectificación con respecto a la humildad. Nuestro desprecio externo como pueblo despierta en nosotros el atributo de la sagrada humildad interior. Cuanto más profundicemos en las interioridades de esta bajeza, cuanto más nos esforcemos por entender qué significa y cómo usarla (como se explica extensamente en los escritos jasídicos), más pronto restableceremos nuestro reino. Seremos dignos de un reino y merecedores de ver “el Templo del Rey [Dios], ciudad real, levantarse, salir de las ruinas”.[6]

 Los sabios dicen que la destrucción del Templo sucedió en el mes de Av para que “el León [Dios] venga en el mazal del león [el mes de Av] y construya Ariel [literalmente, “el león”, refiriéndose al Templo]. ¡Que sea este año, Amén


[1] Lamentaciones 1:1
[2] Avot 4:4
[3] Zohar 2:215a
[4] 2 Samuel 6:22
[5] Isaias 29:1; 29:2 y 29:4
[6] De la oración Leja Dodi, Rabi Shalom Alkavetz

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *