FE QUE CURA

La matzá que comeremos dentro de una semana es llamada ” Mijla DeMehemnuta ” (El Alimento de la Fe) y ” Mijla DeAsvata ” (El Alimento de la Curación). En el estado rectificado, es la fe la que trae curación (a diferencia de una condición menos favorable, donde la curación de una enfermedad despierta la fe). ¿Cómo cura la fe?

La fe flota como una “luz circundante”, sin necesidad de abordar las particularidades de la realidad. Desde su perspectiva, todo es siempre bueno, saludable y completo. La enfermedad sólo se siente cuando se mira interiormente la realidad, tomando dolorosamente conciencia de todas sus deficiencias. Para que la fe abarcadora traiga sanación a los aspectos específicos de la realidad, debe interiorizarse y convertirse en conocimiento interior que se exprese en todos los ámbitos de la vida, brindando sanación completa. En el reino espiritual, este conocimiento interno se expresa en la observancia de los 248 preceptos positivos y los 365 preceptos negativos. En el ámbito físico, se expresa en la salud de los 248 órganos y 365 tendones (de una persona, el ‘mundo pequeño’, y del mundo, el ‘hombre grande’). La fe en Dios debe convertirse en una guía en la vida diaria, que se logra mediante el cumplimiento de Sus mandamientos. La fe en la bondad de Dios debe manifestarse en la realidad, en el bien visible y revelado.

¿Cómo salvar la distancia entre la fe completa y la realidad, repleta de dolencias? ¿Cómo la fe, en la que todo es íntegro y bueno, no ahoga el sentimiento de necesidad y urgencia de actuar que surge de la realidad? ¿Cómo la conciencia de las dificultades de la realidad, de la que se dice: “Quien aumenta en conocimiento aumenta en dolor”[1], no conduce a la desesperación y a empañar la fe? Para conectar la fe con el conocimiento, necesitamos una fuerza en la psique llamada deseo.

El deseo es una fusión de placer y voluntad. La sensación de placer futuro, cuando se logra lo deseado, hace que la voluntad sea profunda, dedicada y mucho más potente. La conexión entre placer y voluntad es en sí misma un producto de la fe. Por ejemplo, cuando fortalecemos nuestra fe en la venida del Mashíaj, comenzamos a sentir el placer que estará presente cuando llegue el Mashíaj. A medida que la sensación de placer se intensifica, también lo hace el deseo-voluntad de hacer realidad la llegada del Mashíaj. Los dos componentes del deseo se complementan y tienden un puente entre la fe y el conocimiento: la sensación de placer futuro endulza la angustia desesperada y convierte el impulso de cambio en renovación gozosa y creyente; la sensación de la voluntad supera la perfección sin acción que puede acompañar a la fe (como dice el versículo: “El creyente no se apresurará”) y nos impulsa a efectuar cambios.

La figura que equilibra más perfectamente la fe y el conocimiento-curación en el alma es el Mashíaj: por un lado, nadie cree más que él en su venida “hoy” (como respondió a la pregunta de Rabi Iehoshua ben Levi sobre cuándo vendrá).  Por otra parte, nadie es más sensible a los dolores del exilio, como un leproso que siente en su cuerpo las aflicciones y enfermedades de todo el pueblo de Israel. De ahí que el atributo Divino de ‘deseo’ le caracterice más que nada, como está dicho de él “Sin embargo, agradó a Dios herirle; lo ha afligido: cuando ofrezcáis su alma en expiación por el pecado, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad de Dios prosperará en su mano”.[2] Mashíaj reconoce que Dios desea afligirle para que pueda sentir físicamente las dificultades de la realidad y tender a su curación. Es capaz de aceptar estos sufrimientos con amor y alegría, porque también siente en ellos el consuelo y el placer futuros que vendrán. Es específicamente a raíz de esto que merece el estado de “la voluntad de Dios prosperará en su mano” al traer la verdadera y completa redención.


[1] Eclesiastés 1:18.

[2] Isaías 53:10

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