AUNQUE SEA MEDIA HORA ESTAR CON MI MAMÁ

Hilulá del Padre del Rebe, Rabi Leivi Itzjak Shneerson

En esta oportunidad, el rabino Ginsburgh contó esta historia inspiradora sobre el precepto de honrar a los padres

HONRA A TU MADRE

Rabi Menajem Mendel Schneerson de Lubavitch nació el 11 de Nisán de 5662 siendo su padre, Rabi Levi Itzjak Schneerson, la quinta generación desde el ADMOR (Gran Rabi) Tzemaj Tzedek, el tercer ADMOR de Jabad. Su madre fue la Rebetzin Jana, hija de Rabi Meir Shlomo Yanovsky. A la edad de siete años, la familia se mudó a Yekaterinoslav, donde su padre fue nombrado rabino. En Yekaterinoslav, recibió tutoría privada de Rabi Shneur Zalman Vilenkin. Además de su diligencia y profundidad tanto en los aspectos revelados como en los místicos de la Torá, el Rebe también destacó en matemáticas y geometría. En 1923, conoció a su futuro suegro y mentor, el sexto Rebe de Lubavitch, el Rebe Raiatz, y el 14 de Kislev de 1928, se casó con la hija del Rebe Raiatz, la Rebetzin Jaia Mushka.

Después de su matrimonio, el Rebe se mudó a Berlín, donde estudió matemáticas, física y filosofía en la universidad y recibió la ordenación rabínica del autor de “Seridei Eish”. En 1933 se trasladó a París y estudió ingeniería eléctrica en la Sorbona. En 1941, el Rebe y la Rebetzin huyeron de la Europa en llamas. El Rebe se reunió con su suegro en el barrio Crown Heights de Brooklyn y comenzó a dirigir las instituciones de Jabad.

El 10 de Shevat de 1950 falleció el Rebe Raiatz, y un año después, el 10 de Shevat de 1951, Rabí Menajem Mendel fue coronado como ADMOR. El 22 de Shevat de 1988, la Rebetzin Jaia Mushka falleció y el Rebe se refirió a su fallecimiento como el fin de una era y la preparación para una nueva era hacia la llegada del Mashíaj. El 27 de Adar alef de 1992, mientras oraba ante la tumba de su suegro, el Rebe sufrió un derrame cerebral y dejó de hablar. Esta condición continuó hasta la noche del sábado, víspera del 3 de Tamuz de 1994, día en que “el sol se detuvo en Giv’on y la luna en el Valle de Aialón”.

Hace unos cuarenta años, una joven que creció en California sintió el impulso de regresar a su fe. Aunque ella era judía, sus padres no tenían ningún vínculo con el judaísmo. Su padre respetó el paso que ella dio, pero a su madre le impactó en lo más profundo del alma (aunque no sabía qué era un alma…) que su hija eligiera un camino diferente. Su madre se opuso vehementemente a la fe recién descubierta de su hija y le amargó la vida. Cuando la joven cumplió dieciocho años y fue legalmente independiente, estaba decidida a encontrar un lugar donde pudiera vivir como judía religiosa. Finalmente, se produjo un incidente en el que su madre arremetió terriblemente contra ella y, enojada, la hija replicó: “¡Tú no eres mi madre!”. y se fue de casa.

De allí, la joven se dirigió a Nueva York y se matriculó en una escuela para recién observantes. Al cabo de varios años, alcanzó la edad para casarse, pero no encontró pareja. Alguien le aconsejó que fuera con Rabi Menajem Mendel Schneerson, el Rebe de Lubavitch, consultara con él y le pidiera su bendición.

La Iejidut (audiencia privada) estaba programada para el sábado por la noche, a las cuatro de la mañana. La joven acudió a la sede de Jabad durante todo el Shabat. Era la primera vez que ella estaba en el 770 y fue testigo de lo que allí sucedía y del respeto y anulación de los jasidim hacia el Rebe. Cuando llegó el momento de la Iejidut, la joven entregó su nota y el Rebe la leyó. El Rebe se volvió hacia ella y le dijo: “¿Estuviste aquí en Shabat? ¿Viste los honores de realeza que me rinden?” Fue extraño que el Rebe hablara así. “Sí”, respondió ella. (Aparentemente, ella había quedado muy impresionada y el Rebe lo percibió). El Rebe comenzó a explicar el gran honor que se le había otorgado. Luego se volvió hacia ella y le dijo: “Renunciaría a todo esto por completo – por media hora con mi madre” (La historia ocurrió después del fallecimiento de la Rebetzin Jana, la madre del Rebe).

Con eso, la Iejidut terminó, y la joven compendió el mensaje. Inmediatamente el domingo por la mañana, tomó un vuelo a California y regresó a casa después de varios años de ausencia. Pidió perdón a su madre, su madre le pidió perdón y poco después, por Providencia Divina, encontró una pareja excelente, se casó y estableció un hogar jasídico.

El Rebe, como es bien sabido, fue muy meticuloso acerca de honrar a su madre. Cuando visitaba a su madre, se aseguraba de salir caminando hacia atrás, sin darle la espalda. Intentaba disimularlo, encontrando diversas “excusas” para su forma de caminar: ajustar el mantel, mover una silla o colocar algo sobre la mesa mientras avanzaba hacia la puerta. Una vez alguien vio esto, y al darse cuenta de lo que motivaba el inusual modo de caminar del Rebe, se lo mencionó con asombro a la Rebetzin. La Rebetzin respondió con una sonrisa: “¿Por qué estás asombrado? ¡Desde su Bar Mitzvá, no le he visto la espalda!”.

¿Qué movimiento interior expresa el hecho de mirar hacia delante, especialmente al distanciarse y caminar hacia atrás?

El Alter Rebe responde a esta misma pregunta en un discurso que comienza con el versículo: “Caminaré (ethalej) ante de Di-s en la tierra de los vivientes”. Al contrario de ‘caminar’ (elej), dice el Alter Rebe, ‘ethalej’ significa ‘correr y regresar’, acercarse y distanciarse. Cada persona tiene momentos de conciencia expandida, en los que se acerca y asciende en el servicio a Di-s. Pero también todo el mundo tiene momentos en los que cae, se distancia y queda en un estado de conciencia contraída.

El rey David dice que en cada estado de “ethalej”, ya sea de aproximación o de alejamiento, la persona está “ante de Di-s”. Obviamente, al acercarse, su rostro se vuelve hacia Dios. Pero incluso cuando cae, sigue pensando sin cesar en el lugar del que se ha distanciado. Lo mismo ocurre con los padres: cada persona, incluso la más respetuosa y cariñosa, deja el hogar de sus padres y sigue su propio camino. Sin embargo, como el Rebe le transmitió a la joven de la historia, este distanciamiento no tiene por qué incluir la ruptura de lazos… Es posible y necesario, dice el Rebe, distanciarse y acercarse simultáneamente, manteniendo el corazón y el rostro siempre conectados con el lugar del que procedemos.

“Con la Corona con que le coronó su Madre”

Ciertamente, el Rebe fue meticuloso en honrar a sus padres. Sin embargo, si, por Providencia Divina, esta historia se refiere específicamente a su madre, sin duda debe tener algún significado. Se cuenta que antes de casarse con la Rebetzin Jaia Mushka, la Rebetzin Jana insinuó que el matrimonio se hacía con la condición de que el Rebe fuera el sucesor de su suegro. A esto, el Rebe Raiatz respondió: “Los Jasidim tienen intelecto, y sabrán elegir a quién sea el adecuado…”. La Rebetzin Jana tomó esto como un acuerdo a su pedido, y el emparejamiento se realizó. Por lo tanto, en gran medida, fue la Rebetzin Jana quien aseguró que el Rebe fuera coronado con la corona del liderazgo (ya que ella seguramente reconoció su virtud y conexión con el liderazgo).

De esto se desprende que es específicamente la madre quien cuida la “corona” de su hijo. Ella es incluso más sensible que su padre a su gran potencial y se asegura de que él pueda realizar plenamente la misión de su vida. Esto también queda patente en un verso en concreto del Cantar de los Cantares: “Con la corona con la que su madre le coronó el día de su boda” (como ocurrió en la boda del Rebe). Desde el momento en que fue consciente, el Rebe reconoció a su madre por ello, asegurándose siempre de mantener una relación cara a cara con ella y recibiendo su inspiración para el cumplimiento de su regio cometido. A la luz de esta explicación, la aseveración del Rebe al comienzo de la historia es aún más significativa: Todo el estatus, la corona y el honor no significan nada para mí. La conexión intrínseca con mi madre pesa más que todo.

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