“Paloma mía, en las hendiduras de la peña, en lo escondido del acantilado, déjame ver tu rostro, déjame oír tu voz; porque dulce es tu voz, y hermoso tu rostro.”
Cantar de los Cantares 2:14
Los sabios presentan este versículo y explican que Dios desea escuchar las oraciones del pueblo judío, y con este fin crea situaciones que los animan a volverse hacia Él.
De manera similar, el Midrash (Shir Hashirim Rabá 2:35) describe la escena del pueblo de Israel a orillas del Mar Rojo:
A la hora en que Israel salió de Egipto, ¿a qué se le comparó? A una paloma que huyó de un águila y entró en la hendidura de una roca y encontró una serpiente anidando allí, y entró más profundo pero no pudo entrar porque la serpiente seguía anidando allí. No podía regresar, porque el águila estaba afuera. ¿Qué hizo la paloma? Comenzó a llorar y batir sus alas para que el dueño del palomar la escuchara y la salvara. Esto es como Israel en el mar. No podían descender al mar, porque el mar aún no se había partido frente a ellos. No podían retirarse, porque el Faraón se acercaba por detrás. ¿Qué hicieron? “Tenían mucho miedo y los hijos de Israel clamaron a Dios”. Inmediatamente escuchamos que “Dios salvó en ese día”.
Cuando una persona se encuentra en un callejón sin salida aparentemente sin remedio, la primera solución es volverse a Dios en oración. El Midrash nos muestra que no es la situación difícil la que desencadena la oración, sino el deseo de Dios por la oración del hombre crea la situación y la oración trae la salvación.
Esta comprensión cambia nuestro enfoque de la oración. Lo transforma de ser solo un medio para alcanzar la salvación, a ser la finalidad última de la situación creada. Dios nos recuerda que debemos dirigirnos a Él con todo nuestro corazón. Él nos despierta para crear una conexión con Él, porque mi voz es dulce a Sus oídos y mi rostro es hermoso a Sus ojos.
De la oración al canto
Con esto en mente, la oración se transforma de un grito externo (y quizás un poco enojado) a un canto de apego a Dios, de agradecimiento y amor. Del grito previo a la partición del mar surge el canto que lo sigue. [En hebreo, el valor numérico de tefilá, תפילה (oración) es igual al de shirá, שירה (canción)]. Un grito o clamor debe ser breve (como Dios le dice a Moshé: “¿Por qué clamas a Mí?”). Es principalmente un acto de arrepentimiento y de tornar el corazón al Creador (como en el Midrash sobre la frase “’Y Faraón se acercó’”, el Faraón acercó a los Hijos de Israel a Dios ”tanto en su disposición a hacer teshuvá como en sus esfuerzos en oración.”). Es mejor guardar esas energías para cantar.
Más específicamente, cuando nos encontramos con situaciones difíciles, pasamos por un proceso llamado sumisión-separación-dulcificación.
Primero clamamos a Dios desde un lugar de arrepentimiento y sumisión. A esto le sigue la separación, un silencio que se origina en nuestra fe en la salvación de Dios, “Dios peleará por ustedes y ustedes permanecerán en silencio”. Finalmente llega el canto que alaba la milagrosa salvación.
El águila y la serpiente: ira y lujuria
En la descripción del Midrash, el águila amenaza a la paloma desde arriba y la serpiente la amenaza desde abajo. Estos simbolizan dos enfoques diferentes de la realidad que crean angustia. El águila simboliza la ira, que finalmente conduce al conflicto. Una persona espera arrogantemente que todo suceda como lo desea. Cuando la realidad no sigue su deseo, se llena de ira y su vida se llena de conflictos y luchas.
La serpiente, que atrajo a Javá y le inyectó su veneno, simboliza todas las tentaciones de este mundo: la atracción por las cosas que son “buenas para comer y el deseo para los ojos”, la lujuria sexual y la astucia de la serpiente que se aprovecha de las personas y la realidad. En palabras del Cantar de los Cantares, el águila y la serpiente son las dos amenazas principales para un matrimonio feliz: el fuego de la ira y el deseo sexual ardiente y fuera de lugar, de lo que los sabios dicen: “si no lo ameritan, el fuego los consume”.
Ver la realidad y a los demás como una amenaza que requiere conflicto e ira, y ver la realidad y a los demás como una fuerza seductora que busca aprovecharse de ellos, son dos predisposiciones emocionales opuestas. Estar entre ellas provoca tensión y ansiedad. Ambas amenazan la propia identidad de una persona, sobre la cual la realidad irrumpe como una amenaza directa o en un intento de disolverla o incorporarla y anularla con sus atractivos.
Orar a Dios con el entendimiento de que el hecho de que Dios quiera una conexión contigo y por eso engendró la aflicción, vuelve a conectar a la persona con su Dios y su identidad más interior.
Entonces, cuando entendemos que el águila y la serpiente no son más que emisarios de Dios, podemos transformarlos en tendencias saludables y beneficiosas. Podemos transformar la ira del águila en el sano extremismo de una persona que desea salvaguardar todo lo que es querido e importante. (En palabras de los sabios: “un ángel en forma de águila para proteger al mundo de los espíritus malignos). Podemos transformar la tentación de la serpiente en un deseo saludable que concreta la voluntad de Dios en el mundo y las facultades emocionales que Dios nos dio.