PARTE 22  CURACIÓN A NIVEL DE IEJIDÁY DE LA ESENCIA DEL ALMA

A pesar de que pueda ser imposible curar físicamente un cuerpo mortalmente enfermo, incluso con la luz Divina de la Torá, sin embargo es posible para nuestro alma “encargarse” y “reemplazar” el cuerpo desempeñando todas sus funciones físicas en su lugar. El cuerpo permanece mortalmente enfermo como antes (a tal grado que por la ley de la Torá la persona es definida como treif, casi muerta), pero de alguna manera continúa viviendo.

Esto es curación desde el quinto nivel del alma, iejidá, “el uno”. Está dicho de este nivel: “como si fuera que el Santo, bendito Sea, mora en sus vísceras”. “El Santo, bendito Sea, en las vísceras” hace que el cuerpo aparente funcionar normalmente aunque esté virtualmente muerto. La santidad verdaderamente trascendente del Santo, bendito Sea, está separada y removida existencialmente del cuerpo físico, por lo tanto, el cuerpo no es afectado o cambiado de manera alguna por la presencia del Santo, bendito Sea, morando y “viviendo” en él.

Iejidá implica “singularidad” esencial, como es reflejado por su habilidad de funcionar independientemente (aislado) en otro (el cuerpo).

Está dicho de este nivel: “el tzadik vive en su fe”. En jasidut, este es el nivel conocido como “vida esencial” (jai beetzem), en contraste con “vida otorgada” (jaim lehajaiot), la fuerza de vida de jaiá. Más bien que dar vida al cuerpo (cuando esto es posible físicamente), iejidá “vive”, en su estado esencial de vida, para el cuerpo. Esto es así por el poder de la simple fe del tzadik.

Etzem HaNeshamá (“la esencia del alma”)

El sexto nivel de curación es aquel para el cual reservamos la palabra “milagro” en su sentido más auténtico. Aunque los niveles de curación anteriores (desde el segundo) aparenten ser sobrenaturales, es a este nivel en el que el cuerpo mortalmente enfermo experimenta una metamorfosis existencial, milagrosa; el cuerpo físico renace.

Enseñan nuestros sabios que en el tiempo de la resurrección de los muertos, los cuerpo volverán a la vida desde la sepultura exactamente en el mismo estado y condición física en que estaban en el momento de su muerte. Entonces, instantáneamente, serán curados.

El estado del primer momento de la resurrección —vivo pero enfermo como en el momento de su muerte— corresponde al quinto nivel de iejidá ya descripto. Pero en el segundo momento de la resurrección —el renacimiento del cuerpo mismo— corresponde al sexto nivel, la revelación de la esencia del alma (la “chispa de Di-s” investida dentro de iejidá, como se explicará).

A este nivel, todas las manifestaciones del alma (es decir, los cinco niveles anteriores desde nefesh hasta iejidá) son uno con el cuerpo. La vida esencial del alma y la vida eterna del cuerpo son lo mismo.

Un ejemplo de este sexto nivel de curación es al milagro de Jananiá, Mishael y Azaria, relatado en el libro de Daniel. Cuando fueron arrojados al horno por orden del rey de Babilonia, el fuego no quemó sus cuerpos (aunque si los de los que estaban alrededor). El estado del cuerpo en llamas es una analogía física de una enfermedad mortal, terminal. Para el cuerpo, sobrevivir y salir indemne ejemplifica el poder existencial del renacimiento espontáneo.

Esta es la revelación del Divino “kodesh hakodashim” (sagrado de los sagrados) del alma, que está por sobre el nivel de “como si el Santo morara en sus vísceras”, descripto antes respecto de iejidá. El Divino “sagrado de los sagrados” imbuye, impregna el alma de los mártires potenciales (la conciencia de Jananiá, Mishael y Azariá) con el poder de metamorfosear su cuerpo físico.Este nivel corresponde literalmente a la “chispa de Di-s” dentro de la iejidá del alma judía. Esta chispa deriva de la esencia de la luz infinita superior, que precede a la contracción primordial (tzimtzum). Posterior al tzimtzum, la posibilidad de un milagro absoluto tal como el previamente descripto está excluido de la perspectiva de la creación. No obstante, la “chispa de Di-s” investida dentro de cada alma judía da lugar a la manifestación de dicho mila. Esta manifestación es el secreto y el propósito definitivo de la presencia del alma judía en la creación.

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