LA CUARTA VELA

Audacia Sagrada y la Paradoja

Daniel describe una visión en la que ve cuatro animales[1] que los sabios interpretan como correspondientes a cuatro grandes imperios. El leopardo en su visión corresponde al imperio griego. Aunque esta no era una connotación positiva para el leopardo, los sabios también se refieren al leopardo de una manera positiva. En Pirkei Avot dicen: “Sé valiente como un leopardo … para hacer la voluntad de tu Padre en el cielo”.[2] Y, sin embargo, sorprendentemente, en la misma mishná el mismo sabio, Iehudá ben Teima, describe la valentía de manera negativa: “Una [persona de rostro atrevido se dirige] al purgatorio”.

Entonces, ¿cómo es, la audacia es positiva o es negativa?

Para responder a esta pregunta, presentamos el concepto de “sostener los opuestos” (נְשִׂיאַת הֲפָכִים, nesiat afajim), es decir, la capacidad de aferrarse y aceptar como válidas dos declaraciones contradictorias. En otras palabras, la capacidad de contener una paradoja. Los sabios explican que el versículo, “Uno habló Dios, dos yo oí, porque la audacia es para Dios”,[3] aludiendo exactamente a este rasgo en Dios. Porque Dios puede considerar válidas e incluso pronunciar dos declaraciones que parecen contradecirse entre sí, pero que sin embargo provienen de la misma fuente y se pronuncian en el mismo momento, por así decirlo. La conexión intrínseca entre la osadía y la capacidad de Dios para pronunciar a la vez dos expresiones contradictorias, revela que la osadía representa el poder de “sostener los opuestos”, el poder de contener una paradoja. Esta audacia se manifiesta particularmente en la Torá Oral, y más específicamente, en las muchas disputas dentro de ella, acerca de las cuales los sabios dicen: “Tanto esta [opinión] como esa [opinión] son ​​las palabras del Dios Viviente”.[4]

Si bien la coexistencia pacífica de dos lados de una paradoja es inherente a la lógica de la Torá, la lógica griega no puede integrar contradicción y paradoja. Debe forzar una determinación: o es una u otra de dos declaraciones contradictorias. Los filósofos griegos son famosos por haber descubierto una serie de paradojas famosas, entre ellas la paradoja matemática atribuida a Pitágoras, las paradojas de Zenón sobre el espacio y el movimiento y la paradoja del mentiroso de Epiménides. Pero estas paradojas no les permitieron pensar más allá de los límites de su lógica. En cambio, demostraron ser una fuente de angustia y frustración continuas.

En la misma línea, la contradicción cultural interna encontrada en la Antigua Grecia -una división entre la gente común que alimentaba una cultura pagana que adoraba a muchos dioses y diosas y las élites que eran dadas a creer en un único Dios lógico, abrazaron una moralidad absoluta y consideraron el alma humana como sagrada — nunca se reconcilió y los dos estaban constantemente al borde del choque. Según los griegos, uno puede estar totalmente inmerso en el materialismo o totalmente inmerso en el intelecto espiritual. La sabiduría judía, por el contrario, dice que la realidad no es “esto o aquello”, sino más bien, “esto y aquello”. Las contradicciones y sobre todo la capacidad de sostener los opuestos, nos dirige hacia la dimensión de la sabiduría oculta, donde las paradojas pueden tolerarse.

Hay tres paradojas principales con respecto al pueblo judío. La primera es que, por un lado, “Israel es la más audaz de las naciones”,[5] y por otro lado se nos considera débiles, como declaramos en la oración de Janucá Al Hanisim: “Entregaste al fuerte en manos de los débiles”.[6] La explicación es que somos débiles, pero al mismo tiempo, somos audaces (no poderosos). Empleamos la audacia y estamos dispuestos a sacrificar nuestras almas a pesar de nuestra debilidad innata. Y es justamente entonces cuando se nos da el poder del Cielo. 

Esta paradoja es paralela a nuestra realidad natural antes de la Entrega de la Torá., cuando éramos conscientes de que éramos débiles y, por tanto, no nos hundíamos en el orgullo. Incluso entonces, nuestra existencia innata ya era una especie de paradoja entre el hecho de que éramos un pueblo pequeño y débil, pero a la vez atrevido. Es la humilde integración de esta paradoja lo que hizo a Israel digno de recibir la Torá. Esta paradoja pertenece al nivel de conducta del alma y es el antídoto de Israel contra el reinado de Grecia, el fuerte enemigo físico.

La segunda paradoja es que, por un lado, la mishná nos vuelve a aconsejar ser “audaces como un leopardo”, mientras que, a la inversa, dice que “los atrevidos al purgatorio”. Por un lado, los sabios dicen que la Torá fue entregada al pueblo judío porque se correlaciona con su audacia y le da poder. Por otro lado, los sabios dicen que la Torá fue dada para debilitar la osadía de Israel. La explicación es que en los poderes internos y conscientes del alma, la audacia no es positiva. Es mejor tener un “rostro humilde” y no un “rostro atrevido”. Sin embargo, en los poderes supraconscientes (circundantes, makifim) del alma, en los atributos de la voluntad y el autosacrificio, la audacia es a veces necesaria. Esta paradoja es paralela a la entrega de la Torá en la realidad. Fue entonces cuando el pueblo de Israel fue imbuido de los atributos del temor y la modestia, elevando a la audacia a nuestro superconsciente colectivo oculto. Esta paradoja pertenece al nivel emocional del alma. Es el antídoto de Israel contra la cultura griega, que alaba el descaro y desprecia la humildad y la modestia.

La tercera paradoja: hay muchas explicaciones para cada palabra de la Torá, y todas son válidas simultáneamente. Los sabios de la Torá Oral dicen: “Tanto esta como aquella (opinión) son palabras del Dios Viviente, y la ley establecida está de acuerdo con la enseñanza de la Casa de Hilel”. Excepcionalmente, los sabios dicen que ambas opiniones son válidas. Pero ellos determinan cuál de esas opiniones debe adoptarse como ley judía en la práctica. Esta paradoja es paralela al estudio real de la Torá, después de la Entrega de la Torá,; las facultades intelectuales del alma y es el antídoto de Israel a la sabiduría griega.

Rabino Itzjak Ginsburgh


[1] Daniel 7:1-7

[2] Pirkei Avot 5:20

[3] Salmos 62:12

[4] Eruvin 13b

[5] Beitzá 25b

[6] Oración de Al Hanisim por Janucá

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