EL SIDUR DEL BAAL SHEM TOV

Una vez, el sidur, libro de oraciones, de Rabi Israel Baal Shem Tov se gastó y dejó de usarse. Sus seguidores fueron a buscarle otro sidur. Fueron de casa en casa hasta llegar a la del pastor de ovejas del pueblo.  El pastor se alegró por la visita de los sabios a su casa y preguntó el motivo de su visita.

Le dijeron que estaban buscando un sidur para su rabino, cuyo viejo sidur ya no era apto para su uso. El pastor les dijo: Tengo un sidur, y es una herencia de mi abuelo de bendita memoria, quien fue un predicador importante en uno de los pueblos.  Incluso heredó el sidur de su padre, que era un rabino muy conocido de su comunidad, y su padre de su padre,  hasta nuestro bisabuelo nuestro maestro el rabino Mintz de bendita y justa memoria, de quien se dice que escribió el sidur con sus propias manos.  Pero yo, no sé rezar en absoluto… Los jasidim se dijeron unos a otros: este judío ni siquiera sabe leer ni escribir; y el sidur que posee es seguramente digno de ser utilizado por nuestro Rabino el Baal Shem Tov en su oración.  Se pararon y convencieron al pastor para que dejara el sidur en sus manos.

Los jasidim se regocijaron por el tesoro que les tocó y se apresuraron a ir a la casa de su rabino.  Tomaron el sidur viejo que estaba sobre la mesa de oración del Baal Shem Tov, lo guardaron y colocaron el nuevo sidur en reemplazo. Cuando llegó el momento de la oración, el Baal Shem Tov fue a su mesa de oración y vio el nuevo sidur.  Lo miró durante mucho tiempo.

Finalmente ordenó al sheliaj tzibur, el oficiante que comenzara la oración.  Cuando el Baal Shem Tov llegó a la oración de pie, todos los fieles vieron que algo le estaba sucediendo a su rabino.  De repente vieron en su rostro gestos de enojo y toda su frente se llenó de manchas.

Su rostro se puso más blanco y un temblor se apoderó de sus labios.  A medida que continuaba la oración, su rostro empeoraba cada vez más y el temblor se extendía por todo su cuerpo.  Un sudor frío empezó a gotear de su frente y estuvo a punto de desmayarse.  Todos los fieles se miraron unos a otros y esperaron aterrorizados a que el rabino terminara su oración. Tan pronto como el Baal Shem Tov terminó la oración, gritó en voz alta: ¡Ya mismo, inmediatamente devuelvan al “roé baal tefilá”, el pastor experto en la plegaria su sidur! ¡No hay oración tan hermosa como la oración del pastor baal tefilá! Todos los jasidim temblaron e inmediatamente tomaron el sidur, corrieron a la casa del pastor y le devolvieron el sidur.  Los fieles se preguntaban unos a otros sobre las palabras de su Rabino:  ¿Cuál es la oración del sencillo pastor, que tanto elogió nuestro Rabino?  Entraron silenciosamente a la casa del pastor y se escondieron en un rincón de la casa. Cuando llegó el momento de la oración, el pastor entró en su casa.  Tomó el sidur y lo colocó en la mesa de oración que estaba allí.  El pastor se envolvió en su talit, se puso los tefilín y se acercó a la mesa de oración. Abrió el sidur en su lugar, el pastor cerró los ojos y empezó a mecer su cuerpo hacia adelante y hacia atrás.  Mientras continuaba con su oración, sus movimientos se hacían más y más fuertes, hacia adelante y hacia atrás, hasta que todo su cuerpo tembló de un lado a otro.  Así permaneció el pastor durante mucho tiempo, con los ojos cerrados, la boca sellada y el cuerpo moviéndose violentamente.  Cuando el pastor terminó, cerró el sidur, se sacó sus tefilín, se quitó el talit y se fue.

Los seguidores se sonrieron entre ellos: ¿Y esto es una oración? ¡Si el pastor no pronunció ni una sola palabra! E inmediatamente regresaron desconcertados:  ¿Y por qué el Baal Shem Tov elogió a Shem Tov con tal “oración”?  Durante una larga hora permanecieron desconcertados.  Cuando su asombro aumentó dijeron: Llamemos al pastor y pidamos una explicación de su propia boca. El pastor les dijo: En verdad soy un hombre sencillo, pastor de ovejas y vacas, pero sé que tengo una virtud,  que soy hijo de grandes rabinos y recuerdo bien los tiempos cuando aún era niño  y yo seguía a mi abuelo, la paz sea con él, a la sinagoga.  Entonces me parecía un verdadero ángel, envuelto en un talit y coronado con sus tefilín, y su sidur en la mano. Recuerdo cómo me paraba detrás de él cuando él estaba en oración, mirándolo y maravillándose.

¡Con qué dveikus, apego a Hashem elevaba su oración a lo Alto!  Su cuerpo se movía hacia adelante y hacia atrás y un hilo de bondad recorría su rostro y sus ojos cerrados.  Una vibración de santidad pasaba a través de mí en este momento,  ¡y me prometí a mí mismo que cuando sea mayor oraría como él! Pero mi destino no me favoreció y me convertí en un simple pastor.  Y ni siquiera sé leer las letras escritas en el precioso sidur que heredé de mi abuelo fallecido.  ¡Pero todavía recuerdo esas santas oraciones!

¿Entonces qué hago?

Mientras toda la comunidad se reúne en las sinagogas y yo me quedo en casa, tomo el sidur y lo pongo en la mesa de oración de mi abuelo.  Entonces cierro los ojos y, sin palabras, sacudo mi cuerpo como vi a mi abuelo en ese momento.  En mi corazón me dirijo al Soberano de los mundos para que considere mis acciones como una oración completa. El pastor terminó su historia y los jasidim regresaron a la casa de su rabino.  Vieron que el Baal Shem Tov los esperaba en la puerta de la casa sonriendo.

El Baal Shem Tov les dijo:  Sé que estáis desconcertados por la oración del pastor, porque él no sabe orar en absoluto, y sólo conoce los movimientos de la oración; ¿Y qué valor tienen los movimientos de la oración sin las palabras mismas de la oración?  Pero díganme realmente, ¿existe alguna persona en el mundo a quien le gustaría decir de sí mismo que sabe orar?

El Baal Shem Tov añadió y dijo: “Y nosotros, aunque no sepamos cómo servir a Hashem”. Sin embargo, tenemos la seguridad de que, si hacemos todo lo que podemos, incluso si no logramos alcanzar la perfección, Dios aun vendrá y posará Su Shejiná en las obras de nuestras manos…

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