PELEARÁ LAS GUERRAS DE DIOS Y TRIUNFARÁ

La vida en nuestro mundo es una batalla constante entre la santidad y la impureza. Desde el éxodo de Egipto, el Pueblo Judío ha luchado para salvaguardar la Torá y llevar la verdad al mundo entero. El objetivo de algunas guerras es lograr ganancias limitadas: distanciar al enemigo, tomar botín o conquistar más territorio. Esas guerras dependen de considerar ganancias y pérdidas. Cuando parece que la inversión y el riesgo son mayores que la ganancia potencial y la oportunidad, se suspende o se limita. La verdadera esencia de la guerra, sin embargo, es la lucha por el triunfo total: sacar a la luz la justicia o eliminar la oscuridad, la distorsión y el mal en el mundo. Este tipo de guerra no está motivada por un incentivo de ganancia material, sino por una búsqueda de justicia, con la voluntad de hacer lo que sea necesario con auto sacrificio para derrotar al enemigo y triunfar. En nuestro servicio interior a Dios, la guerra limitada que libramos en el interior se conforma con “itkafia”, obligarse a uno mismo a hacer lo correcto y ganar puntos contra la inclinación al mal. Por su parte, la inclinación al mal sigue siendo mala y se opone a la santidad, pero se ve obligada a ‘liberar’ de ciertos logros para el lado del bien. Esto se llama el servicio de clarificación o refinamiento, que extrae chispas de bien de dentro de una realidad que todavía sigue permaneciendo negativa. Por el contrario, la guerra absoluta requiere el servicio de ithapja, transformar, transformando el mal en bien, la oscuridad en luz y la amargura en dulzura hasta que el mal no exista en absoluto. La guerra limitada puede conformarse con una lucha por el poder, mientras que la guerra total requiere inmensos recursos de explicación, persuasión y franqueza para transformar a otra persona. En la vida pública, el tipo limitado de guerra prevalece en las elecciones, cuando el objetivo es votar por el candidato menos negativo, negociar logros limitados en el ámbito político (‘el arte de lo posible’) y maximizar nuestra parte del pastel (aceptado que se servirán grandes porciones de ese pastel a aquellos que se oponen vigorosamente a la santidad). La guerra absoluta significa ‘hacer todo lo posible’: una aspiración a un cambio completo, el arrepentimiento público y gobernar de la Nación judía según las leyes de la Torá. En la generación anterior la guerra principal fue contra los enemigos de Dios que lucharon abiertamente contra la observancia de la Torá. En nuestra generación, en la que nos encontramos en ‘los talones de los talones del Mashíaj’, la guerra es contra aquellos que están abiertos a la observancia de la Torá, y pueden incluso ser observantes ellos mismos, pero se oponen a la aspiración mesiánica de victoria e infunden a la vida pública frialdad y desesperanza hacia Mashíaj. Estas personas sí reconocen un tipo de redención efectuada por la gente común, un lento proceso de mejora y progreso dentro del marco de lo que es aceptable para el mundo. Pero no creen en la verdadera y completa redención con la venida del Mashíaj, una revolución absoluta de la realidad. (Esta conciencia de desesperanza se filtra en el ejército, que comienza deteriorándose en su esfuerzo por derrotar al enemigo y triunfar, hasta conceptos como “manejar el conflicto”, “limitar el conflicto”, y enorgullecerse con los pequeños “logros”) “El Rebe de Lubavitch nos guió para extraer todas las posibilidades del mundo existente y así también instruyó a sus seguidores a participar en las elecciones. Pero enfatizó una y otra vez que nuestra fe, entusiasmo, acción y devoción deben estar dirigidos al triunfo absoluto: pelear una guerra incansable e intransigente, infundida con amor a Israel y amor a la humanidad. La grandeza del verdadero gobernante-rey se mide por su aspiración al triunfo, por su motivación interior para transformar integralmente la realidad. Cuando haya un rey que traiga a la sociedad al arrepentimiento, y en las palabras de Maimónides “luchará las guerras de Dios y triunfará… derrotará a todas las naciones que van a la guerra contra la Nación Judía”, y construya el Templo Sagrado en Ierushalaim (que se convertirá en el punto focal para todas las naciones del mundo), entonces reinará y “será reconocido con certeza como el Mashíaj”

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