CUANDO EL ZORRO OLVIDÓ SUS PARÁBOLAS

El Midrash[1] relata la siguiente parábola:

Una vez el rey león se enojó con todos los animales. Los animales se consultaron entre sí en busca de alguien que pudiera ir a apaciguar al rey.

“Iré”, dijo valientemente el zorro, “porque sé trescientas parábolas y usaré mi sabiduría para apaciguar al león”. Los animales dijeron: “Que así sea”.

Todos los animales siguieron detrás del zorro mientras este se acercaba respetuosa y cuidadosamente al rey de los animales. Pero cuando se acercaban al león, el zorro se volvió hacia todos los animales que lo miraban ansiosamente y dijo: “He olvidado cien parábolas”. Los animales lo animaron: “Habrá bendiciones en las doscientos que aún recuerdas”. Después de dar unos cuantos pasos más hacia el león el zorro se volvió y dijo: “He olvidado otras cien parábolas”. Los animales respondieron: “Hay bendición incluso en cien [que recuerdes]”. Finalmente, justo cuando estaba a punto de acercarse al rey de los animales el zorro se volvió de nuevo y dijo: “Me he olvidado todo. Entonces cada animal debió apaciguar al león lo mejor que pueda”.

El discípulo del Baal Shem Tov, Rebe Iaacov Iosef de Polonne, dijo[2] que la intención del zorro era que los animales se acercaran al león con sumisión. Por eso, inicialmente dijo que conocía parábolas que podían apaciguar al león, para que los demás animales estuvieran dispuestos a presentarse ante el rey.

Conectó esta parábola midráshica con una parábola que el Baal Shem Tov dijo antes de Rosh HaShaná y Iom Kipur sobre los cantores y líderes de las oraciones comunitarias durante los Días de Temor, que la gente no debería confiar en ellos, más bien, cada persona debe hacer sus propios esfuerzos individuales al orar.

No Cuentes Conmigo

Como trasfondo para comprender la parábola y su moraleja debemos recordar que en el pasado, el cantor o líder de las oraciones era el rabino de la comunidad o el propio Rebe jasídico: el tzadik. No hace falta decir que los miembros de la congregación confiaban en el tzadik que hiciera el servicio de oración y arrepentimiento por ellos. Tuvieron la suerte de tener un tzadik entre ellos que creían que podía hacer el trabajo necesario para mantener su conexión con Dios y, por lo tanto, se sentían tranquilos.

Usamos todo tipo de “intermediarios” en nuestra relación con Dios porque nos ayudan a crear la conexión y mantenerla cerca. Estos intermediarios podrían ser muy buenos, pero a veces necesitamos elevarnos por encima de ellos y crear una conexión directa con Dios.

Al Baal Shem Tov no le gustaban las parábolas como la del zorro -un género particular de alegorías que era común en la época de los sabios mishnáicos y talmúdicos. Prefería la inocencia y la sinceridad y las maquinaciones del zorro inteligente no eran de su agrado. Sin embargo, es evidente que esta parábola del zorro en particular es una excepción, ya que nos enseña a no confiar en la astucia del zorro y sus parábolas. Esta parábola nos enseña que el poder de la parábola en sí es limitado, porque el zorro terminó olvidando todas sus astutas parábolas.

En un nivel más profundo, cuando nuestra relación con Dios es a través de un tzadik la conexión que tenemos con él debe ser tratada como una parábola, una parábola cuyo significado es la conexión que tenemos con Dios. La conexión con el tzadik sirve como un medio relativamente tangible que representa nuestra conexión con Dios. Pero, aunque ésta es una necesidad muy humana (revestir nuestra relación con Dios con la apariencia de nuestra relación con un tzadik), hay ocasiones en las que esto es completamente inapropiado. Cuando se acercan Rosh Hashaná y Iom Kipur, el astuto zorro nos enseña: Olvídate de la parábola, olvídate de los diversos intermediarios que te ayudan a sentirte conectado con Dios y preséntate ante Dios tal como eres.

Las etapas de la parábola

El Baal Shem Tov enseña que todo proceso tiene tres etapas: sumisión, separación y dulcificación. El proceso de soltar las amarras a las que nos aferramos también requiere de las tres etapas descritas en la parábola.

Al principio los animales dependen del zorro. La situación parece mala, el león está enojado con nosotros porque hemos pecado. El zorro sabe cómo apaciguarlo, tenemos la oportunidad de ser rescatados. Por fin, todos los animales acompañan al zorro ante el rey y se atreven a presentarse ante él, porque han puesto sus esperanzas en el zorro.

El zorro, sin embargo, no actúa según el guion. De repente no hay zorro ni parábola, nada en qué confiar. “Lo siento”, dice el zorro. “Dependías de una conexión externa con el rey a través de mí y de mi astucia, pero ahora tu bote salvavidas se ha hundido. Al principio, los animales están asustados y desanimados. “¿Que haremos? Ya estamos ante el rey, no tenemos dónde escondernos”. Este es un estado de profunda sumisión en el alma, expresado por el silencio.

En la siguiente etapa los animales y nosotros logramos reunir fuerzas y liberarnos de la desesperación. Ellos (y nosotros) necesitamos decirnos a nosotros mismos: Aparentemente, en lugar de caer en una desesperación completa y absoluta, ¡solo debemos desistir de nuestro camino anterior equivocado, e intentar un nuevo camino! En lugar de nuestra creencia anterior de que no podíamos recurrir directamente al rey, sino que necesitábamos al zorro como intermediario, tal vez podamos probar algo nuevo y sorprendente. Quizás podamos hacer frente a la ira del rey nosotros mismos, sin intermediarios. Esta es la etapa de separación, que diferencia el camino anterior del nuevo camino.

¿Tendremos éxito los animales y nosotros? Al principio, dudamos. Sin embargo, de forma lenta pero segura, nos vamos llenando de confianza. Finalmente, reunimos el coraje para hablar ante el Rey, el Creador y decir: “Padre nuestro, Rey nuestro”. Esta es la etapa del endulzamiento y del habla.

Puedes hacerlo

El zorro era inteligente. No dejó que los animales eludieran sus problemas. Si no hubieran confiado en él, lo más probable es que se hubieran quedado en casa, hundiéndose cada vez más en una situación ya de por sí negativa.

El león puede estar enojado. Es posible que hayamos transgredido ante Dios durante el año, por lo que, comprensiblemente, preferimos mantener la distancia. Especialmente porque no sabemos qué hacer. Por eso el zorro nos llevó ante el rey. No más evitar la situación. No más procrastinar, no más evadir el problema. Como cuando el médico nos dice: “Su situación es peligrosa. ¡Debes encargarte de esto!

Llegar hasta la presencia del Rey no sólo pone fin a nuestros problemas de evasión. Una vez que estemos realmente ante el Rey durante los Días de Temor, estamos capacitados. Es cierto que estar en presencia del Rey nos produce asombro y nos llena de ansiedad (especialmente cuando nos damos cuenta de que no tenemos a nadie en quien confiar). Pero, dado que el Rey es, después de todo, nuestro Creador, Su misma presencia, que experimentamos cuando nos congregamos con otros judíos y le oramos, nos inspira fe en nuestra relación con Él y en nuestra capacidad de mantener esa relación. Del mismo modo, un buen médico explicará claramente al paciente lo mala que es su salud para animarle a empezar a afrontarla y, con suerte, a corregirla. Al mismo tiempo, el médico infunde al paciente la confianza y el coraje necesarios para sanar.

Arriba dijimos que las tres etapas de cada proceso expuesto por el Baal Shem Tov comienzan con la sumisión y luego continúan con la separación y el endulzamiento. Ahora hemos añadido que incluso antes de la presentación inicial, hay un estado implícito de dulcificación que nos insta y anima a pasar por el proceso necesario. Sólo a través de la experiencia de este endulzamiento implícito podemos someternos adecuadamente y poner en marcha todo el proceso desvelado.

Siempre delante de mi

El servicio diario en el Templo Sagrado de Jerusalén incluía el sacrificio diario consistente en dos ovejas, una sacrificada al amanecer y otra por la tarde. Estos eran conocidos como los dos sacrificios “constantes”, o en hebreo, el tamid de la mañana y el tamid de la tarde; la palabra tamid (תָּמִיד) significa literalmente “siempre”. Este elemento central y consistente del servicio del Templo se convirtió en la base de la noción de que cada individuo (incluso cuando no hay servicio en el Templo) debe colocar constantemente dos versículos que incluyan esta palabra, tamid, en ellos: “Pongo a Dios ante mí siempre”[3], Pongo a Dios ante mí siempre, shiviti Havaia lenegdí tamid (שִׁוִּיתִי הוי’ לְנֶגְדִּי תָמִיד) y “Mi pecado está siempre ante mí”[4], vejatatí negdí tamid (וְחָטָאתִי נֶגְדִּי תָּמִיד). Desde el momento en que una persona se levanta por la mañana debe meditar y poner a Dios ante él, siempre (como está escrito al comienzo del Shulján Aruj). Siempre que sienta arrogancia también debe recordar sus transgresiones para que su corazón no se vuelva altivo.

Estos dos sacrificios diarios son co-dependientes. Normalmente, no se recomienda pensar constantemente en nuestro estado de bajeza debido a nuestras transgresiones: “Mi pecado está siempre ante mí”, ya que puede llevarnos a la desesperación sin forma de escapar. Sin embargo, si comenzamos el día contemplando a Dios ante nosotros, precediendo así su Presencia a cualquiera de nuestras transgresiones, tendremos un sólido anclaje con el que enraizarnos en cada momento y evitar caer en la desesperación, a pesar de admitir nuestras iniquidades. Sobre el sustrato de la Presencia de Dios, el individuo puede entonces revelar sus defectos y, sin embargo, seguir confiando en que pueden superarse y rectificarse.

Los sabios conectan el versículo: “Busquen a Dios donde Él pueda ser encontrado, llámenLo cuando esté cerca”[5], dirshú Havaiá behimatzu kerauhu bihioto karov (דִּרְשׁוּ הוי’ בְּהִמָּצְאוֹ קְרָאֻהוּ בִּהְיוֹ תוֹ קָרוֹב) con los 10 días entre Rosh Hashaná y Iom Kipur inclusive. Estos 10 días se conocen como los Diez Días de Teshuvá (retorno). En estos días de regreso a Dios, podemos acudir directamente al Rey, construyendo nuestra conexión y relación con Él con la confianza de que reconstruiremos lo que ha sido roto y seremos inscritos y sellados para un buen y dulce nuevo año.


[1] Bereshit Rabá 78:7

[2] Keter Shem Tov (edición de Kehot), §35.

[3] Salmos 16:8

[4] Salmos 51:5

[5] Isaias 55:6

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