Como hemos visto, la inspiración y la integración son dos requisitos necesarios y complementarios de la educación. La inspiración comienza el proceso de aprendizaje despertando un deseo apasionado por el crecimiento y el cambio, mientras que la integración nos fuerza a incorporar a nuestra voluntad de bien en cada confrontación con la vida diaria. Por eso, enseñar se puede describir como el proceso de estimular la voluntad, mientras que aprender como el proceso de asimilarla.
Cada una de estas dos categorías principales se pueden subdividir en tres etapas intermedias que reflejan el proceso de crecimiento espiritual descripto por el Baal Shem Tov, el fundador del movimiento jasídico del siglo XVIII.
El enseñó que todo proceso de crecimiento espiritual y de hecho la experiencia profunda de cualquier faceta de la realidad, debe implicar una serie triple de cambios evolutivos, resumidos por las tres palabras:
- “sumisión”
- “separación”
- “dulcificación”
“Sumisión” es la subyugación del ego, elemento esencial para una estimación honesta de la realidad en nuestra relación con ella. A menos que neutralicemos el ego de alguna manera, este va a interponer seguramente sus intereses propios con nuestro ser superior y nuestros intentos de cambio y crecimiento.
“Separación” es el proceso por el cual identificamos los elementos positivos y buenos y los negativos y malos de la realidad, alineándonos con el bien y disociándonos de la maldad. Claramente, no podemos esperar cumplir con esta etapa sin haber atravesado primero el proceso de eliminar la autoimagen engañosa derivada del ego. Cuando separamos el bien del mal, la luz de la oscuridad, el bien comienza a brillar.
Una vez que hayamos identificado claramente lo perjudicial y de habernos separado de él, podremos proceder a “dulcificarlo”. En esta etapa podremos volver a evaluar lo dañino bajo la luz positiva del bien que se ha entremezclado con él. Nuestro bien reforzado nos permite relacionarnos objetivamente con el mal para “dulcificarlo”.
En los próximos capítulos veremos cómo estas tres etapas de crecimiento espiritual interactúan con el proceso educativo.