Relacionarnos con otra persona con el pronombre “tú” de manera directa y honesta es la base de nuestras relaciones con los demás. Los principales problemas dentro de las relaciones se crean cuando llegamos a relacionarnos con los demás como “él” o como “ella”, minimizando así su personalidad en algo limitado y confinado en lugar de entablar un diálogo con ellos.
Cuando tratamos de huir de dirigirnos a los demás como “tú”, relacionándonos con ellos en tercera persona, puede ser porque nos sentimos amenazados por ellos. Cada individuo tiene la experiencia de que solo él o ella existe verdaderamente. Esta es la naturaleza de nuestra psicología. Sentimos: “Estoy en el centro y todos los demás me rodean, tal vez incluso giran a mi alrededor, y solo pueden medirse en relación conmigo”. Hacer real e importante a otra persona y centrarme en ella requiere que sea más flexible con mis opiniones sobre ella y rompa los estigmas imaginarios que pueda tener, así puedo relacionarme con el verdadero ser de la otra persona, como un individuo con voluntad y opiniones únicas.
Los versículos fundamentales que delinean cómo debemos relacionarnos con los demás son:
No andarás de chismoso en tu pueblo, no te quedes de brazos cruzados junto a la sangre de tu prójimo, yo soy Dios. No odiarás a tu hermano en tu corazón; reprenderás a tu compañero y no llevarás el pecado por causa de él. No te vengarás ni guardarás rencor a tus compatriotas, y amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy Dios.
El contar cuentos convierte a los otros en un “él” o en una “ella”, en un objeto del que hablamos con desapego y extrañeza. La Torá relata que antes de que los hermanos de Iosef lo vendieron como esclavo, “no podían hablarle en paz”. En lugar de volverse hacia Iosef directamente, como “tú”, sus hermanos se refirieron a él como “él” (el otro). Esto allanó el camino para que eventualmente lo vendieran.
En cambio, para eliminar el odio albergado en el corazón, para combatir el sentimiento de “lo que me hizo”, la Torá nos ordena dirigirnos al otro directamente: “Reprenderás a tu compañero”. Dirigirse al otro directamente, incluso íntimamente, con un sentimiento de cercanía e igualdad. De esta manera, incluso tu reprensión abrirá los corazones. Las palabras hebreas que significan “reprender a tu compañero” (הוֹכֵחַ תּוֹכִיחַ אֶת עֲמִיתֶךָ, hojíaj tojíaj et amiteja) también pueden entenderse como “hacer presente a tu compañero”. Vuélvanse a él y no carguen con el pecado por él. No hables de él a la distancia o a sus espaldas.
El verdadero amor por nuestro prójimo requiere que dejemos atrás nuestros egos. Significa liberar tiempo, pensamientos y emociones para enfocarnos en volvernos honestamente hacia nuestro prójimo como “tú”. Este enfoque en otra persona muestra fe en él y expone su esencia interna, su verdadero “tú”, su alma, que se expresa en sus deseos positivos.
Claramente, dirigirse directamente a otra persona no pretende anular mi existencia. Por el contrario, la capacidad de dirigirme a otra persona como “tú” se basa en mi propio ser. Cuando nos relacionamos con otra persona con honestidad y honor, construimos reciprocidad e igualdad y revelamos nuestra esencia interior. Cuando vemos el verdadero “tú”, simultáneamente reevaluamos nuestro propio yo, revelando el verdadero “yo”.
Nuestras almas son literalmente una parte de Dios. Cuando nos dirigimos directamente a nuestros semejantes, revelamos su esencia interna y revelamos a Dios, tal como Él está presente en ellos. De esta manera, la comunicación directa con nuestros semejantes encaja con la comunicación directa con Dios como presente y manifiesto en nuestras vidas. “Pongo a Dios delante de mí siempre” (שִׁוִּיתִי הוי’ לְנֶגְדִּי תָמִיד, shivit Hashem lenegdí tamid) en todas mis relaciones.Rabino Itzjak Ginsburgh – Instituto Gal Einai – www.Galeinai.org