Hemos establecido entonces, que es saludable y positivo para la persona mantener una relación fluida con su mentor o amigo. Y así nos enseña el Talmud: “Hazte para ti un rabino y adquiere para ti un amigo”. La persona debe sentirse a gusto analizando con su consejero sus problemas e inseguridades, y en especial en lo que se refiere a su relación con Di-s. Además es de gran ayuda analizar regularmente con su amigo o mentor su mundo interior de pensamientos y emociones, incluso si no sufre de ninguna ansiedad o problema en particular. Esto es así, porque en el transcurso de la verbalización de sus pensamientos internos para poder compartilos con el otro, la persona debe explorarlos quizás más seria y profundamente que si lo hiciera de otra manera. Tiene que ordenarlos, organizarlos y hacer de ellos algo comprensible para poder expresarlos.
Todo el mundo posee aspectos de su vida íntima que tiende a ignorar o a no darles importancia. Debe enfrentarse a ellos e integrarlos dentro de la imagen general que tiene de sí mismo, si quiere que la sesión con su confesor sea realmente productiva.
Este proceso de dar la cara y enfrentar los aspectos menos positivos de su vida interna implica varias etapas. La primera, que bastante a menudo no se ejecuta concientemente, es una forma que tiene el ser humano de ignorar espontáneamente muchos sino la mayoría de los pensamientos que afloran desde el subconciente. Esto es una forma natural y saludable de supresión, con el simple fin de evitar cada complejo o pequeño impulso negativo que viene a la mente, complicando y descarrilando las funciones de vida normales. Con frecuencia, estos murmullos no están enraizados muy profundamente en el subconciente y no justifican ningún tratamiento importante que pueda requerir mucha atención.
Las dos etapas siguentes son caminos adicionales para ignorar el mal. Ambas están justificadas al asumir que el alma Divina judío no es afectada por la debilidad del alma animal, y por eso es posible para la persona rectificar su psicología total, acentuando su lado Divino y facultándolo para asumir el pleno dominio de su personalidad. De momento que la psicología secular no reconoce la existencia del alma Divina en sí, es de esperar que muchas escuelas psicológicas desaprueben la aparente evasiva en tratar directamente con las manifestaciones de los bajos instintos que estamos por detallar.
Cuando una persona se da cuenta de que sus pensamientos oscuros no lo abandonan y que no ayuda el ignorarlos, se dirige hacia lo alto e implora la ayuda de Di-s. Clamando a Di-s, reconoce por fin la existencia del mal dentro de sí, y admite que solo no puede combatirlo. En este punto no hay todavía ninguna confrontación directa con el mal, tampoco hay ningún intento de su parte por convocar sus propias fuerzas para luchar con él. Cuando el ruego tampoco es suficiente, la persona comprende que Di-s desea en este punto que empiece a enfrentar su mal interior por sus propios medios, en vez de aguardar que El venga en su rescate.
De todas maneras, antes de la confrontación directa con su lado negativo, la persona debe seguir tratando de ignorarlo, reemplazando sus pensamientos por otros positivos. A este respecto, es por supuesto particularmente eficaz meditar acerca de ideas de la Tora, especialmente aquellas que generan sentimientos de santidad, pureza, optimismo y alegría. De esta manera no quedará lugar en la mente para pensamientos malos y confusos. ¿Qué hacer cuando fallan incluso estos recursos, y los pensamientos perjudiciales continúan acechando la mente? Es tiempo entonces de verbalizar, explorar, ahondar en los profundos recovecos de la personalidad, hasta los más oscuros y menos placenteros, para descubrir la raíz de estos pensamientos y ansiedades y enfrentarse concientemente con ellos.
La persona debe tratar primero de conducir este proceso de excavación verbal en forma privada, explorando las cavernas oscuras de su alma con su Creador. Si esto prueba ser realmente insuficiente, y la persona siente que necesita revelarse frente a un oido humano que pueda escuchar sus problemas y aconsejarle como lidiar con ellos, puede entonces dirigirse a su buen amigo, un mentor o un terapeuta confiable.
Como acabamos de explicar, poner al desnudo y discutir el mal oculto de la persona es el último resorte, al que sólo se debería recurrir si todas las opciones previas para enfrentarse al mal han fallado. No obstante, se debe advertir al mismo tiempo que cada etapa sucesiva en el proceso terapéutico es también un tipo de progreso, un estado adicional de aptitud y audacia para desafiar el mal y transformarlo en bien. Las técnicas iniciales de aplastar e ignorar la ansiedad son ciertamente más seguras, por cuanto que eluden quitar el cerrojo del “closet” y ver al monstruo cara a cara; pero son inferiores, de hecho, para examinar la fortaleza de la bondad interior de la persona. Es menor la necesidad de despertar el núcleo de bondad latente en lo íntimo del ser, y por eso permanece oculto al no ser confrontado con las fuerzas oscuras que se le oponen.Parecería ser que en nuestra generación, la conversación cotidiana acerca de los conceptos de la psicología moderna, produjo que todos nosotros seamos o llegemos a ser expertos en autopsicoanalizarnos. Y en cierto sentido así es como debería ser. Nuestra generación es la que será testigo de la verdadera y definitiva Redención, que señalará la aniquilación del mal y su trasnformación en bien. Puesto que este proceso es un aspecto esencial de la Redención, somos llamados ahora, y por lo tanto se nos da el poder para participar en este proceso. Debemos volvernos expertos en la transformación del mal en bien, incluso de la clase de maldad que en el pasado era mejor ignorar o suprimir.