La fiesta de la luz, la alegría y la calidez. Afuera hay una bruma invernal y nieva. En la misma semana en que tuvo lugar Jánuca, salió Rabi Israel Baal Shem Tov como de costumbre para retirarse a las montañas de los Cárpatos al amanecer del día domingo. Antes de salir se despidió de su esposa y le dijo:
“Con la ayuda de Hashem, espero volver a tiempo para encender la primera vela la primera noche de Jánuca”. “Pero, si Dios no lo quiera, me demoro y no llego hasta que caiga la noche, no me esperes, enciende la vela tú misma para no perderte esta gran mitzvá”.
Su esposa se quedó mirando sus pasos al alejarse y su corazón le dijo que algo iba a suceder. En su corazón rezó una cálida plegaria para que Di-s bendijera y cuidara los pasos de su justo esposo.
Los días de la semana pasaron volando. En solo una hora caería la noche y en las casas de Israel encenderían la primera vela de Jánuca. Con tiempo suficiente Rabi Israel comenzó a caminar de regreso a su casa. Sus botas altas se hundían en la nieve profunda. Si grueso bastón le abría el camino a su paso. Su sombrero de piel a la usanza de los campesinos cubría parcialmente su cabeza. El frío era terrible y los gruesos copos de nieve le impedían ver y caminar. Los senderos del bosque iban desapareciendo gradualmente de su vista y los árboles del bosque se espesaban cada vez más. La oscuridad descendió sobre la tierra y esta era la primera vez que Rabi Israel no encontraba el camino de regreso su casa.
La hora del encendido de las velas ya había pasado. Tenía tantas ganas de haber encendido las velas a la hora establecida. Él sabía que cada año durante el encendido de las velas de Jánuca, se revela la “luz oculta”, or haganuz, la luz del Mashíaj, pero una acción de Satanás se interpone en el camino y desde el Cielo lo demoran. La fatiga comenzó a apoderarse de él y le costaba seguir caminando. Sin poder evitarlo, se sentó en una gran roca que estaba entre los árboles y se tomó un descanso. De repente, como en un sueño, le pareció que veía una figura distante acercándose a él.
El Baal Shem Tov prestó más atención y vio una figura vestida de blanco, sosteniendo una vela de cebo grande y luminosa. La figura se acercó a él, y ante sus ojos apareció un judío alto y noble, con un rostro majestuoso y una barba blanca que adornaba su rostro resplandeciente. El Baal Shem Tov se quedó asombrado, ¿cómo llegó el hombre aquí?
“¿Quién eres tú?” El Baal Shem Tov no se dudó en preguntar.
“Soy Matitiahu, el sacerdote de Modiin, el Jashmoneo”.
La voz del hombre era suave y entrañable. De repente se escuchó un gran golpe. Un tronco de árbol se estrelló contra la tierra con una tremenda fuerza debido a la tormenta. De repente se despertó el Baal Shem Tov de su siesta y vio al hombre de rostro sublime alejarse de él. En un momento iba a desaparecer en la espesura de la niebla. Israelik se apresuró a levantarse y seguir al hombre que sostenía la vela. Una hora larga el Baal Shem Tov atravesó largas distancias, sin saber cuánto tiempo había pasado. Lentamente, los alrededores comenzaron a aclararse ante sus ojos. Comenzó a descubrir señales familiares en el camino, pasajes y senderos que había recorrido con frecuencia. Senderos que conducen a su casa. A lo lejos ve una pequeña llama parpadeando en el alféizar de la ventana de su casa. Una llama pura, clara y cálida, encendida por su cariñosa y hacendosa esposa. Al llegar a la puerta, vio a su esposa parada en la puerta y su rostro preocupado se llenó de una amplia sonrisa. El Baal Shem Tov miró a izquierda y derecha, y la figura que lo guiaba en su camino desapareció de repente.
Momentos después, el Baal Shem Tov se paró frente a su menorá de hojalata, preparando de nuevo las velas y meditando profundas intenciones secretas y sublimes, bendijo “que hizo milagros para nuestros padres en esos días en este tiempo”.
Cuando terminó de cantar las canciones de la festividad, un amanecer brumoso comenzó a despuntar entre las montañas nevadas de los Cárpatos.