En el beit midrash de Rabi Baruj de Mezibuz, el nieto del Baal Shem Tov, un jasid que era un erudito de Torá y temeroso del Cielo. Esta persona pidió aprender Torá de la boca de Rabi Baruj y una forma de servir a Hashem de acuerdo con los senderos del jasidismo inculcado por el abuelo de Rabi Baruj, el Baal Shem Tov. Aquel jasid estaba apegado a su rabino y lo acompañaba en todos sus viajes. Una vez, regresando a Mezibuz después de viajar con el grupo de jasidim, el jasid pensó para sí:
- “Vine aquí para ver con mis propios ojos cuán maravillosas son las obras del Rabi Si este es así, ¡cuánto más grande era el poder del Baal Shem Tov que el poder de Rabi Baruj, el nieto de Baal Shem Tov!
Mientras tanto la carreta se iba acercando a la ciudad, y el jasid necesitaba hacer sus necesidades. Se bajó del carro y se internó en el bosque para buscar un lugar privado. Cuando el jasid se alejó, Rabi Baruj ordenó al carretero que continuara y no esperara a que el jasid regresara. Cuando el jasid salió del bosque vio que estaba solo y comenzó a dirigirse a pie hacia la ciudad. Mientras caminaba comenzó a llover fuertemente, hasta que toda su ropa se mojó mucho. Cuando llegó a las afueras de la ciudad, buscó un escondite de la lluvia y el frío.Vio una casa y entró en ella y encontró allí a un anciano sentado estudiando Guemará, inmerso por completo en su estudio. Cuando entró, el anciano se le acercó, lo saludó con un shalom, y le preguntó qué hacía y dónde vivía.
- “Soy de Mezibuz”, respondió el jasid, y agregó: “Y soy un seguidor de Rabi Baruj”.
- “No conozco a Rabi Baruj, ni he oído nunca su nombre”, dijo el anciano.
- “¡Acaso no es el nieto del Baal Shem Tov!”, preguntó el jasid.
- “Conocí muy bien al Baal Shem Tov”, dijo el anciano, “pero no conozco a su nieto en absoluto”. Siéntate y te diré cuán grande era el poder del Baal Shem Tov.
Y así le contó el anciano al jasid:
- “Cuando el Baal Shem Tov llegó a Mezhibuz, todos lo siguieron y muchos relataban sus alabanzas y maravillas. Pero no me ocupé de eso porque siempre fui un constante estudioso de la Torá y no quería dejar de estudiar. Una vez, en la noche del santo Shabat, hacía demasiado calor y me costaba mucho concentrarme en mis estudios, me levanté y salí a tomar un poco de aire fresco. Mientras meditaba, mis pies me llevaron hacia la casa del Baal Shem Tov.
Me dije a mi mismo:
- “Ahora que estoy aquí, sería bueno que entre y vea cuál es la naturaleza del hombre cuya alabanza está en la boca de todos”. Entré y me sorprendió ver al Baal Shem Tov sentado, rodeado de muchas mujeres, vertiendo ante él la amargura de sus corazones, y él las trataba a todas y cada una con paciencia y seriedad.
Me dije a mi mismo:
- ‘¿Cómo puede ser este un gran hombre? ¡Acaso, a esta hora de la salida del Shabat, no corresponde que un hombre de Israel se dedique al tikún jatzót (la rectificación de la medianoche) y al estudio de la Torá y no a las conversaciones y tonterías de las mujeres!?
Seguí mi camino hasta llegar al Beit Midrash del Baal Shem Tov.
Entré, y vi a un hombre parado frente al arca, rezando el tikún jatzot, mientras se lamentaba por el exilio de la Shejiná, la Presencia Divina, y la destrucción del Templo Sagrado. El hombre sacaba las palabras del fondo de su corazón, y mientras oía esas palabras que brotaban con una emoción verdadera, en forma de una melodía sagrada y con tanta dulzura, quise ver quién era el hombre. Lo miré a la cara, ¡y he aquí era el Baal Shem Tov! ‘Y hace un momento lo vi en su casa’, pensé.
Corrí a la casa del Baal Shem Tov y lo encontré sentado y lidiando con asuntos de mujeres como antes. No podía creer lo que veían mis ojos y corrí hacia el beit midrash nuevamente, y aquí estaba él parado rezando emocionado y llorando. Así corrí de un lado a otro, de la casa del Baal Shem Tov a su casa de estudio, y de su casa de estudio a su casa. Y lo encontré en ambos lados. Aquí se sienta y se ocupa de los asuntos de las mujeres, y allí se para en el beit midrash y dice el tikún jatzót.
Así llegué a saber la tremenda grandeza del Tzadik, y no por nada ameritó ser llamado el ‘Baal Shem Tov'”. Entonces el anciano continuó diciendo:
- “Después de un tiempo tuve un suceso muy desafortunado: Cada vez que decía durante la plegaria el versículo del Shemá, ‘Oye Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor es uno’, veía una cruz ante mis ojos. Por supuesto que lo lamenté mucho y traté por todos los medios de deshacerme de esa visión, pero a pesar de que multiplicaba en oraciones, autocastigos y ayunos, la forma impura no se apartaba de mis ojos. Finalmente fui al Baal Shem Tov y se lo conté. El Baal Shem Tov me dijo:
- ‘Debes tomar un ayuno continuo por una semana entera, desde un Shabat hasta el Shabat siguiente. Entonces podrás deshacerte de la visión impura.
Ayuné durante una semana.
Cuando terminó la semana, me senté y comí la comida del Shabat. En ese momento esa mala imagen me abandonó y no volvió a molestarme. Así fue como retorné vi cuán grande es el poder del Baal Shem Tov.
Cuando el anciano terminó su relato, se dio cuenta el jasid de que no en vano lo había dejado su rabino en el bosque, para que aprendiera y supiera que había una gran distancia entre su rabino y el Baal Shem Tov.