UNA VEZ, EL BAAL SHEM TOV LES CONTÓ ESTA HISTORIA A SUS DISCÍPULOS:

En una ciudad, vivían dos vecinos judíos. Uno era un gran erudito y el otro un herrero. Ambos se levantaban temprano en la mañana, uno se apresuraba al beit midrash, la casa de estudios, y el otro a su trabajo en la herrería. Cuando llegaba la hora del desayuno, el herrero se apresuraba al beit midrash para una breve oración matutina y de allí a su casa.

Un día, los vecinos se encontraron en el beit midrash. Había una amplia sonrisa en el rostro del erudito y sus ojos expresaban desprecio por su vecino que estaba rezando por la mañana.

Él, el erudito, se levantaba temprano en la mañana para purificarse en la mikve, el baño ritual, estudiaba Torá antes de la plegaria y oraba por la mañana con todas las cavanot, intenciones.

¿Y el herrero? En contraste, el rostro del herrero expresaba sufrimiento y sus ojos estaban llenos de dolor, abochornado y lleno de vergüenza por no poder estudiar Torá y orar demasiado.

….

Pasaron los años, los dos vecinos siguieron el sendero de todos los seres vivos, y fueron llamados a la Ieshivá shel Mala, el Juzgado de lo Alto. Allí se les pidió que dieran cuenta de sus acciones en el mundo. Primero, se llamó al estudiante sabio a que cuente sus acciones. Relató el estudio de Torá, la oración intencional y la elegante observancia de las mitzvot, los preceptos. De repente vino el defensor y dijo:

En los archivos del tesoro tengo guardada una sonrisa burlona que mostró este erudito cuando se encontró con el herrero, el peso de esa sonrisa liviana inclinó la balanza y su sentencia es culpable.

El erudito descendió del estrado y el herrero subió con las rodillas temblando y con la cabeza gacha.

Con voz débil dijo:

Estoy ante ti lleno de vergüenza y deshonra, no estudié Torá, mi oración fue breve, todos los años herraba caballos y engrasaba ruedas, la carga de ganarme la vida pesaba sobre mi cuello, tuve que mantener a mi familia y casar a mis hijas…

De repente, el protector de la honestidad se acercó y dijo:

Guardo conmigo un suspiro silencioso que brotó del corazón del herrero cuando vio a su culto vecino. Un suspiro de tristeza por no haber podido ocuparse de la Torá como él. Este suspiro inclinó la balanza para el mérito. Y ella le abrió al herrero las puertas del Gal Eden, el Paraíso celestial.

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