En el camino a la Tierra Santa
Se están haciendo los preparativos de último minuto hacia la entrada del pueblo judío en la Tierra Prometida. La excitación va en aumento porque se está a punto de adjudicarle su porción a cada tribu. La directiva central que aparece en Parashat Pinjás se repite en Parashat Masei: “daréis la tierra como herencia a tus familias por sorteo, a las grandes, daréis la herencia más grande y para las pequeñas daréis una heredad más pequeña; donde caiga el sorteo será suyo, según las tribus de vuestros padres heredarán”.
Este versículo presenta dos métodos diferentes de dividir la tierra: por sorteo y por un razonamiento de sentido común, de acuerdo con el tamaño de cada tribu. Los sabios describen un tercer método, intermedio, a través del espíritu Divino:
Elazar [el sacerdote] aportaba los urim y tumim y Iehoshúa y todo el pueblo judío estaba delante de él. Había a su lado una urna boletas con los nombres de las tribus y otra con los territorios. Él [Elazar] predecía las parejas a través del Espíritu Divino [según el Urim vetumim] y decía [por ejemplo], “Zevulún será elegido y la frontera de Aco será elegida con él.” Extraía una boleta de la urna de las tribus y Zebulún salía en su mano, sacaba una boleta de la urna de los territorios y el territorio de Aco salía en su mano… y así era para cada una de las tribus.
El sentido común, la intuición y la fe
Antes de ver cómo estos métodos de repartir la tierra corresponden a nuestra generación actual, primero notemos su correspondencia con tres maneras de servir a Dios en tres diferentes niveles de la psique.
La primera forma de servir a Dios es a través de la acción, guardando Sus mandamientos. Nuestras acciones se rigen por el intelecto (שֵׂכֶל, sejel), que juzgan cuáles acciones son permitidas y cuáles están prohibidos según la ley de la Torá. Esto corresponde a la división de la tierra en relación con el tamaño de la tribu, que corresponde al sentido común.
La segunda forma en que servimos a Dios es mediante el refinado de nuestras emociones de manera que va más allá de observar la letra de la ley. Esto lo logramos mediante el cultivo de nuestra intuición y mediante el desarrollo de una sensibilidad que viene de un conocimiento interior (דַּעַת, daat) de Dios. Esta manera corresponde a la división de la tierra de acuerdo con el espíritu Divino, por medio de los Urim vetumim, que yace en el corazón de Elazar.
El tercer y más alto nivel de servicio a Dios es a través de la fe (אֱמוּנָה, emuná) y una dedicación que está por encima de toda lógica, a tal punto que dediquemos nuestra totalmente vida a él. Esto manifiesta nuestra conexión directa con el Todopoderoso y corresponde a la división de la tierra por sorteo, cuyos resultados dependen enteramente de Su voluntad.
Dios me dio esta tierra a mí
Ahora, hay tres razones por las que debemos aferrarnos a la tierra y no ceder ni un milímetro de ella a los demás. Estas tres razones igualmente corresponden a las tres formas en que la tierra fue dividida cuando el pueblo judío cruzó por primera vez sus fronteras.
La primera razón es, ante todo, la santidad de la tierra que Dios nos ha dado. Esta razón corresponde a la división de la tierra por sorteo. La tierra de Israel es nuestra fortuna, una parte indispensable de nuestra fe judía inherente.
La segunda razón es una más emocional, la necesidad de expresar nuestra gratitud al Todopoderoso que nos ha dado esta tierra como nuestro patrimonio, ¡no podemos regalar nuestro regalo amado!
La tercera razón es la que el Rebe de Lubavitch destaca en particular: el factor de seguridad, que es de sentido común puro.