Enseñan nuestros sabios, que antes del tiempo del profeta Elishá nunca nadie se podía recuperar de una enfermedad mortal. A través del poder de la plegaria, él fue el primer hombre en recobrarse de una enfermedad mortal, y así estableció el camino de la recuperación para todos. Posteriormente, el rey Hezekiá, cuyo nombre significa “fuerza Divina”, estando al borde de la muerte (según la palabra del profeta Isaías), rezó a Di-s desde lo profundo de su corazón y pudo nulificar el decreto profético. Fue meritorio de que se le agregaran cincuenta años más a su vida.
Luego del pecado del becerro de oro —el pecado arquetípico del pueblo judío equivalente al pecado primordial de Adán y Eva— Moisés imploró a Di-s para que los perdone (la palabra en hebreo para “perdón” es mejal que es de origen similar a “enfermedad”, jal), que cure la enfermedad espiritual del pueblo:
Y Moisés imploró [vaiejal] a Di-s, su Di-s, y dijo:
Por qué, Oh Di-s, diriges Tu cólera contra Tu pueblo…
La palabra “implorar” , sinónimo de plegaria, está relacionada aquí a la palabra “enfermedad”. Nuestros sabios aprenden de esta equivalencia etimológica que Moisés rezó a Di-s tan arduamente para que perdone el pecado del pueblo, que enfermó físicamente con fiebre. De esto podemos inferir que en la misma enfermedad yace la habilidad inherente para experimentar una autotransformación, de la enfermedad al bienestar, y todo por el poder de la plegaria.
En conclusión, así como la enfermedad puede servir para la transformar la debilidad en fortaleza, también puede transformar la amargura en dulzura.