RABI ITZJAK LURIA – EL ARIZAL

Rabí Itzjak Luria Ashkenazi (el santo Rabino Itzjak), conocido como el Ari HaKadosh, nació en Jerusalén en el año 5334 (1574) de la era hebrea. Su padre fue Rabí Shlomó de la famosa familia Luria, y su madre pertenecía a la familia Francis de Jerusalén. Siendo niño, su padre falleció, y él se trasladó con su madre a Egipto, a la casa de su tío. En Egipto, estudió con el Rabí Betsalel Ashkenazi, autor del “Shitá Mekubetzet”, y con el Radbaz.

Durante su estadía en Egipto, se sumergió profundamente en el estudio del santo Zóhar. Gracias a sus esfuerzos, mereció la revelación de Elías el Profeta y desarrolló un método nuevo y profundo en la Cábala. Por instrucción de Eliahu, subió a Zfat al final de sus días. Allí, durante un año y medio enseñó su sistema a Rabí Jaim Vital, quien recopiló sus enseñanzas por escrito en su obra más famosa que recoge los principios de su método, el “Etz Jaim”.

El Ari HaKadosh falleció el quinto día del mes de Menajem Av del año 5332 (1572) a la edad de 38 años y fue enterrado en Zfat. Su mérito y su enseñanza han sido adoptados por todo el pueblo judío y siguen siendo estudiados hasta nuestros días.

RELATO EN SU JUVENTUD

Cuando el Ari HaKadosh era joven, antes de profundizar seriamente en la sabiduría cabalística, se encontraba un día rezando en la sinagoga, sentado junto a otro hombre. El Ari volteó y vio que ese hombre tenía en sus manos un libro, y al observarlo, notó que contenía secretos elevados.

Después de la oración, el Ari le preguntó: 

“Dime, ¿qué está escrito en este libro?” 

El hombre respondió: 

“¿Qué puedo decir? Dios me ha privado de este honor, porque soy de los forzados (anusim), y como vi a todos rezando con libros, por vergüenza tomé este libro, pero no sé lo que dice”.

Entonces el Ari le dijo: 

“Si es así, véndeme este libro y también te daré un sidur (libro de rezos)”. 

El hombre respondió: 

“¿Acaso soy tan necesitado que deba venderte el libro por dinero? Pero tengo otra petición: pídele a tu suegro que me exima del impuesto de aduanas, y a cambio te daré el libro”. 

Como el Ari deseaba mucho el libro, pidió a su suegro que aceptara y eximiera al hombre del impuesto.

A cambio, el Ari recibió el libro, y a partir de entonces lo estudió con gran esfuerzo, junto con el Zóhar, sometiéndose a ayunos y penitencias. Así logró que, cada noche, se le revelara en sueños si había entendido correctamente los textos del Zóhar. A veces le decían que había comprendido correctamente aunque esa no fuera la intención profunda de Rabí Shimón Bar Yojai; en otras ocasiones, le señalaban que para comprender un pasaje debía hacer aún más penitencias, y así lo hacía.

Viendo esto, se aisló seis años en la antigua ciudad de Egipto, estudiando día y noche con santidad y pureza. Así mereció que cada noche elevaran su alma al Cielo y le preguntaran en qué academia celestial quería aprender y de quién. Lo llevaban al lugar que escogía y le transmitían secretos extraordinarios, los cuales no olvidaba al despertar y compartía con sus discípulos. Así también tuvo acceso a la “ruaj hakodesh” (inspiración divina), y en ocasiones Elías el Profeta se le revelaba para enseñarle los secretos de la Torá.

Contó su alumno, el rabino Abraham Haleví de bendita memoria, que una vez, en Shabat de la parashá de Balak, entró a la habitación del Ari (Rabí Itzjak Luria) y lo encontró durmiendo la siesta. Observó que, mientras dormía, el Ari murmuraba con sus labios. Rabí Abraham se acercó y puso su oído junto a la boca del Ari para escuchar lo que decía. En ese momento, el Ari se despertó y lo vio parado a su lado. Le preguntó: “¿Qué deseas aquí?”

Le respondió: “Que me perdone el señor, vi que vuestra honorable persona murmuraba con sus labios, y acerqué mi oído para escuchar lo que el rabino estaba diciendo”.

Le dijo el Ari: “Siempre, cuando duermo, mi alma asciende por caminos y senderos que conozco, y los ángeles vienen conmigo y reciben mi alma, y me llevan ante Metatrón, el gran ministro. Él me pregunta a qué academia (yeshivá) celestial deseo ir, y en esas academias me revelan secretos de la Torá que no se escucharon ni siquiera en la época de los tanaítas (sabios de la Mishná)”.

Le preguntó Rabí Abraham: “¿Y no me revelará el rabino lo que le enseñaron esta vez?”

El Ari empezó a reír y le dijo: “Doy testimonio, cielos y tierra, que si predicara durante ochenta años seguidos no podría terminar de contar lo que aprendí esta vez sobre la parashá de Bilam y la asna”.

[De “Shivjei HaAri” – Los elogios del Ari]

Una vez, Rabí Jaim Vital le preguntó a su maestro el Ari: “¿En qué consiste tu fuerza especial? Después de todo, tanto yo como otros cabalistas también nos hemos esforzado mucho en la Torá de la cábala, pero no hemos alcanzado lo que tú”.

Le respondió el Ari que todo depende de la medida del esfuerzo. Le dijo: “Si supieras la magnitud de mi esfuerzo en la cábala, no compararías tu esfuerzo con el mío”.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

Podríamos contentarnos con la respuesta general sobre la importancia del esfuerzo y la dedicación en el servicio a Dios, pero si afinamos la mirada, descubriremos muchas enseñanzas necesarias también para nosotros, al comenzar en el camino de Su servicio.

En primer lugar, el esfuerzo que se exigía el Ari se puede dividir en dos:

El esfuerzo en el estudio, invirtiendo muchas horas y grandes esfuerzos de pensamiento.

Y el esfuerzo de refinamiento y arrepentimiento, que se expresaban en ayunos y apartamiento.

En efecto, también en el “Tania” aprendemos sobre dos tipos de esfuerzo en la meditación: “esfuerzo físico” y “esfuerzo del alma”.

El esfuerzo físico es la autocrítica a través de pensamientos de arrepentimiento profundo, que son el motor interno incluso para los ayunos del Ari.

El esfuerzo del alma es la meditación prolongada en el contenido divino, con máxima concentración durante mucho tiempo.

El Ari y el Tania nos enseñan que el esfuerzo en la Torá sin esfuerzo en el arrepentimiento (y viceversa), no traerán el resultado deseado.

En segundo lugar, tras entender cuál es el esfuerzo deseado, debemos reflexionar: ¿cuáles son las cualidades que llevan a una persona a esforzarse de esa manera? En el relato y el dicho que citamos, se nota la inmensa humildad y autoanulación frente a la Torá. Estas características hicieron que el Arí sintiera que cualquier esfuerzo valía la pena por alcanzarla, y que, para merecerla, debía también purificarse — hacer teshuvá y mortificarse. El poder de su esfuerzo incomparable, que no es posible medir, el Arí lo obtuvo de esa entrega y sumisión total que sentía hacia la Torá.

Señalaremos también otra cosa que dijo el Arí: que todas sus percepciones espirituales le llegaron gracias a la alegría de cumplir una mitzvá. La relación entre esto y su respuesta a Rabí Jaim Vital está en el secreto de “Biná se extiende hasta Hod”. Biná (la inteligencia), cuyo aspecto interno es la alegría, se expande y otorga fuerza a la sefirá de Hod, que representa entrega y humildad.

Para concluir, agregaremos otro fundamento — que presenta al Arí como un “auténtico Jabadnik”. En el relato, se percibe que muchos de los grandes descubrimientos a los que llegó eran diferentes a lo que se esperaría de una revelación suprema: en lugar de recibir el secreto de forma directa, la revelación guiaba su trabajo y estudio — debía mortificarse, profundizar, verificar si había entendido correctamente o no del todo… Este es el principio de “trabajar con el propio esfuerzo”, que es infinitamente superior al trabajo que se recibe como regalo.

En algunas historias sobre esto, se cuenta que Elías el Profeta se negó a revelar al Arí el significado sencillo de un pasaje, para que la Torá fuese llamada por su nombre. De tal relato, algunos justos entendieron que la luz de la “Iejidá” del alma (el nivel más elevado del alma) es superior a la revelación de Elías, pues Elías rehusó revelar al Arí lo que podía descubrir a través de su entrega total a la Torá. Y aún se puede decir más: la Torá que finalmente se revela es tal, que ni siquiera Elías el Profeta podría revelarla; es la disposición auténtica a esforzarse en la Torá la que revela la Torá propia de cada persona — una Torá de “Iejidá”, única y singular para uno mismo.

El Maharal, contemporáneo del Arí, se refirió al nivel de Elías en un sentido especial: en su explicación del relato del Talmud sobre Rabí Iehoshúa ben Levi que se encuentra con el Mesías. En ese relato, Elías hace de intermediario entre el Mesías y Rabí Iehoshúa — le explica cómo encontrar al Mesías y luego le aclara la respuesta del Mesías, que vendrá “hoy”.

Rabí Iehoshúa se decepciona al ver que el Mesías no llegó, y Elías le aclara: “hoy — si escucháis Su voz”. Según el Maharal, esto no es solo un enigma y su solución, sino tres niveles espirituales: el Mesías vive en un mundo redimido donde efectivamente puede venir hoy; Rabí Iehoshúa está conectado a la situación actual del pueblo de Israel, que está ahora en el exilio; pero Elías sirve de intermediario, y señala la capacidad de moverse entre los mundos y avanzar hacia la redención.

En relación con lo que planteamos aquí, la revelación de la “Iejidá” del alma es la manifestación de la chispa mesiánica personal que hay en cada uno. Por esto, la revelación de la “Iejidá” es superior incluso a la revelación de Elías, que baja la redención a la realidad mediante condiciones y limitaciones. Cuando se revela la “Iejidá” interior, la redención es inmediata, tangible y sin condiciones.

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