¿Optimista? ¿Pesimista? ¡Sal ya de ti mismo! ¡Sé realista!
Precisamente al mirar la realidad objetiva se encuentra uno con HaShem, que supervisa todo con Providencia particular. Sobre el paso de Yaakov (el pesimista) a Israel (el realista).
Hay personas optimistas, que se ven a sí mismas de forma positiva, seguras de sí, y pintan toda la realidad de colores rosados:
“La situación es bastante buena, ¡y será aún mejor!”.
Hay personas pesimistas, que se ven a sí mismas de forma negativa, se mortifican, y pintan toda la realidad con colores sombríos:
“La situación es mala, y llevará muchísimo tiempo arreglarla”.
Es más agradable ser optimista, e incluso suena más jasídico (“¡Piensa bien y será bien!”), pero una optimismo no esclarecido es una vivencia caótica que puede terminar en quiebre. Por otro lado, el pesimismo es menos simpático, pero en la dosis correcta —cuando no se convierte en pereza y pesadez que paralizan a la persona— otorga paciencia y resistencia para reparar la realidad, detalle tras detalle.
En verdad, tanto el optimismo como el pesimismo son vivencias subjetivas que surgen de visiones del mundo egocéntricas. Tanto el optimista como el pesimista se colocan a sí mismos en el centro: se miden a sí mismos, cada uno según su carácter, y de acuerdo con su estado de ánimo interior “juzgan” la realidad que los rodea para bien o para mal. Al optimista tal vez le resulte más fácil reconocer que su vivencia es subjetiva: le resulta agradable “admitir” que simplemente es un tipo exitoso que irradia eso a su alrededor. El pesimista, en cambio, prefiere pensar que en su esencia es una persona positiva, y que solo su experiencia de vida moldeó su visión del mundo (“un pesimista es un optimista que se desengañó…”). Pero en verdad, en ambos casos, el lente del “yo” deforma la percepción de la realidad.
Entre el optimismo y el pesimismo existe una visión del mundo “limpia”: el realismo, que mira la realidad tal como es. En el simple hecho de que el realista sea capaz de salir de sí mismo hay una gran bendición, una revelación de “salvación y liberación vendrán para los judíos desde otro lugar” (¡que en guematria equivale a hashgajá pratit, Providencia particular!). El realismo verdadero reconoce que no todo depende de mí —ni para bien como cree el optimista, ni para mal como cree el pesimista—, sino que HaShem es Quien dirige el mundo. Por eso, al observar la realidad, me encuentro con Dios, pues dentro de la realidad objetiva aparece también el aspecto “subjetivo” de HaShem, que se dirige a mí y me alienta. Este encuentro entre el hombre y su Creador, en la arena de la realidad concreta, ciertamente dará lugar a cosas buenas. Por eso, el realismo es una forma de optimismo, pero se trata de un optimismo realista y rectificado, basado en la fe y la confianza en HaShem.
Nuestro patriarca Yaakov es pesimista por naturaleza, consciente de su debilidad, de la compleja labor de reparación de la realidad y de los posibles fracasos, y además su experiencia de vida le enseña que las cosas tienden a salir mal. Sin embargo, la bendición de su padre, Itzjak el optimista, lo acompaña en su vida y le da fuerza para actuar a pesar de su carácter pesimista, pero él vive en una lucha interna constante. Esta lucha se resuelve cuando se encuentra con el ángel de Esav, pelea con él y ve que HaShem lo salva de sus manos, y finalmente puede vencer y esclarecer incluso los “pequeños frascos”. Entonces se transforma de Yaakov el pesimista, que ve la realidad desde la debilidad de “engañoso es el corazón más que todas las cosas, y está enfermo” (y en el fondo sigue la realidad con temor, en una relación de espaldas con espaldas), en Israel el realista, que mira de frente la realidad, ve que es acción divina, y llega a una relación de cara a cara con HaShem:
“Porque he visto a Dios cara a cara, y mi alma fue salvada”.




