EL ALMA ELÉCTRICA: Desvelando los significados psico-espirituales de una palabra Bíblica

Una palabra misteriosa en la Biblia codifica una fórmula profunda para la auto-rectificación, que se convirtió en un fundamento del pensamiento jasídico

Durante más de cien años, hemos estado viviendo en la era de la electricidad: usamos electricidad todo el tiempo, en todas partes y en casi todos los aspectos de nuestras vidas; cada pared de nuestros hogares tiene varios enchufes eléctricos, en los que conectamos una amplia gama de dispositivos; Si hay un corte de electricidad, sufrimos, y nos aseguramos de pagar nuestra factura de la luz a tiempo para que no seamos desconectados de la corriente. Más que cualquier otra cosa, la electricidad es el núcleo de la era tecnológica.

Por lo tanto, la mayoría de nosotros nos sorprendemos al descubrir que la palabra hebrea para “electricidad”, jashmal (חַשְַׁמַל), es antigua, originándose miles de años antes del descubrimiento de la electricidad y la fuerza electromagnética.[1]Es una palabra bíblica, que aparece solo tres veces en la Biblia, todas en el mismo lugar, en las misteriosas visiones proféticas del profeta Ezequiel, donde describe una especie de fuego Divino y maravilloso. Aquí está su primera aparición:

Y miré, y he aquí que venía del norte un viento tempestuoso, una gran nube, y un fuego que relampagueaba continuamente, y una luz brillante alrededor de ella, y en medio de ella, algo parecido a la apariencia del jashmal en medio del fuego.”[2]

Ahí está, una palabra tan familiar para el hablante de hebreo moderno por los letreros y las facturas de electricidad – familiar, pero tan extraña. ¿Qué significa esta misteriosa palabra en su contexto original, antiguo y profético? Despojada de sus asociaciones modernas, la palabra evoca en nosotros una especie de sensación eléctrica. ¿Qué era la electricidad original, antes de que fluyera a través de los cables de la historia y se convirtiera en la luz sintética que ahora te ilumina desde tu pantalla?

A veces en silencio, a veces hablando

Los sabios del Talmud dedicaron sus vidas a interpretar cada palabra de la Biblia, y la palabra jashmal no es una excepción. Sin embargo, como es su costumbre, dado que hay “setenta rostros de la Torá” y no hay una interpretación definitiva de las palabras, no se decantaron por un único significado absoluto. En su lugar, exploraron la palabra, dándole vueltas una y otra vez en su singular intelecto judío en busca de fragmentos de significado a partir de los cuales pudieran construir una interpretación. Estas son sus conclusiones tal como aparecen en el Talmud[3]:

¿Qué es el jashmal? Rabí Iehudá dijo: Criaturas de fuego que hablan [jaiot esh memalelot]. En una fuente Tanáica, se enseña: A veces callan [jashot], a veces hablan [memalelot]; cuando el mensaje brota de la boca del Santo Bendito Es, se quedan en silencio, y cuando el mensaje no sale de la boca del Santo Bendito es, hablan.

Se ofrecen dos interpretaciones para la palabra jashmal. La primera, de Rabí Iehudá, hace uso de las consonantes de la palabra para dividirla en tres partes, y como se describe en la visión de Ezequiel: jashmal insinúa JAiot eiSH meMALelot, que significa “criaturas de fuego que hablan” y se refiere a las criaturas celestiales vistas por Ezequiel en su visión, de cuyas bocas emerge fuego mientras hablan.[4] La segunda interpretación, de origen Tanáico, divide la palabra en dos partes con significados exactamente opuestos: jash (silencio) y mal (hablar).

Ahora queremos centrarnos en la segunda interpretación, que tiene dos ventajas sobre la primera. En primer lugar, divide la palabra de una manera más simétrica y elegante. Y, en segundo lugar, es de los Tanaim, los sabios de la Mishná, cuyas interpretaciones se consideran superiores a las de los Amoraim – los sabios del período talmúdico – de quienes vino la primera interpretación.

Correr y regresar

De la segunda interpretación, se desprende que la palabra jashmal expresa una conexión paradójica entre el silencio y el habla, en ese orden. Las llamadas criaturas sagradas, o Jaiot HaKodesh (חַיוֹּת הַּקֹּדֶֹשׁ), guardan silencio “cuando el mensaje sale de la boca del Santo Bendito Es”, y hablan “cuando el mensaje no sale de la boca del Santo Bendito Es”. Esto implica una especie de diálogo entre Dios y los ángeles, en el que primero Dios habla, y ellos callan, y luego los papeles se invierten.

Esta interpretación ha convertido la palabra jashmal en una especie de código en clave en el judaísmo para una profunda visión espiritual, que, por simple que parezca, no es fácil de implementar: uno debe callar antes de hablar. Los elogios al silencio están dispersos a lo largo de los escritos rabínicos. Algunos de estos destacados aforismos son: “Di poco y haz mucho”,[5] “No he encontrado nada mejor para el cuerpo que el silencio”[6] y “Una cerca para la sabiduría es el silencio”.[7] Además, un famoso versículo de Eclesiastés incluso insinúa claramente que el silencio debe preceder a la palabra: “Un tiempo para callar y un tiempo para hablar”.[8] Pero la palabra jashmal expresa esta idea más sucintamente: Primero jash, cállate, luego mal, expresa tus palabras.

La dimensión interior del estudio de la Torá profundiza en la idea del silencio y el habla de jashmal al vincularla con otra frase que se encuentra cerca en la visión de Ezequiel (y expuesta en el Talmud inmediatamente después de nuestra cita anterior): “Y las criaturas corrían y volvían [ratzo va-shov]”[9] (וְהַַחַיּוֹת רָצוֹא וָָשׁוֹב). En hebreo moderno, generalmente entendemos que esta frase se refiere a los movimientos cíclicos en general, pero según la Cabalá, expresa principalmente un ciclo de ascenso y descenso espiritual: “correr” significa dirigirse hacia arriba, hacia Dios, y “regresar” significa volver a bajar a la tierra.

Estos dos movimientos son exactamente paralelos al ciclo de silencio y habla entre Dios y las criaturas sagradas: la subida hacia Dios es autoanulación silenciosa para escuchar Su palabra, y el regreso a nuestra realidad es nuestra palabra cuando Dios está en silencio. La frase “las criaturas corrían y regresaban” se interpreta además en Jasidut cambiando la pronunciación de la palabra “las criaturas” (הַַחַיּוֹת) por “la vitalidad” (הַַחַיּוּת) de HaJaiot a HaJaiut. Por lo tanto, nuestra vitalidad es un ciclo de correr y volver. Descubrimos que el latido interior de la vida es un ciclo de ascenso y descenso, de silencio y habla, de repliegue hacia adentro y de expresión hacia afuera.

Sobre todo, la explicación de la palabra jashmal agudiza y aclara la naturaleza del silencio que debe imponerse antes de hablar. No es un silencio cualquiera, no es el silencio que se experimenta frente a un vacío, sino un silencio que despierta “cuando la palabra sale de la boca del Santo Bendito Es”. El silencio del jashmal es el silencio que proviene desde la escucha de Dios, un silencio que busca detectar la “voz apacible y delicada”[10] de Dios en nuestro interior, es decir, el sonido de nuestra alma.

Esto se siente en el hecho de que la palabra jash no solamentesignifica estar en silencio sino también “sentir”, y que las letras de jash (חַשׁ) son la raíz de dos letras de “pensar”, jashá (חָשַׁב).El silencio pretende darnos tiempo y paciencia para sentir qué es lo que nuestra alma está diciendo antes de que lo expresemos con nuestras bocas. El habla que surge de sentir la voz apacible y delicada de Dios en nuestro interior también logrará transmitirla de manera audible.

Del ciclo al proceso

Muchas generaciones después de que se finalizara el Talmud, vivió un judío único llamado Rabí Israel Baal Shem Tov, quien trazó un nuevo sendero en el estudio de las antiguas fuentes de los sabios. En muchos lugares, el Baal Shem Tov propuso el desarrollo y refinamiento de los dichos de los sabios, y uno de ellos es la interpretación de los sabios de la palabra jashmal.[11]

El silencio y el habla insinuados por la palabra jashmal, explicó el Baal Shem Tov, son sólo un contexto. El silencio frena nuestra tendencia natural a considerarnos como omniscientes, pero algo adicional debe suceder antes de que podamos pasar a hablar adecuadamente. Para llenar este vacío, el Baal Shem Tov señaló un segundo significado integrado en mal, la segunda mitad de Jashmal: Explicó que mal puede entenderse no sólo como refiriéndose al habla sino también a “cortar”, especialmente en el sentido de “circuncisión” (milá). Entre el silencio y el habla, debe acontecer un profundo proceso de clarificación interior, que nos permita sopesar y seleccionar cuidadosamente nuestras palabras. Esta etapa intermedia se asemeja a la circuncisión y transforma todo el proceso en uno similar a una circuncisión espiritual.

Al agregar esta interpretación, el Baal Shem Tov transformó la palabra jashmal desde un ciclo de dos etapas, como lo fue con los sabios, en un proceso de tres etapas, conocido como jash-mal-mal: jash para el silencio, mal para la circuncisión y, finalmente, un segundo mal que denota el habla verbal.

Aunque al principio, la imagen de la circuncisión puede parecer ajena a la pareja original jashmal de silencio y habla, en realidad encaja muy bien. De acuerdo con la Cabalá, existe una conexión interna entre el órgano de la circuncisión y la lengua: constituyen los dos órganos de procreación en una persona – uno para la procreación física y el otro para la procreación espiritual.[12] Así como debemos circuncidar el órgano inferior, más físico, también debemos “circuncidar” nuestra lengua, clarificar y purificar nuestro habla. Esta circuncisión interior viene inmediatamente después de la fase de silencio que la precedió y conduce a la etapa de habla que la sigue.

Sumisión, separación y dulcificación

El Baal Shem Tov también asignó nuevos nombres a las tres etapas de jash-mal-mal. Los llamó “sumisión” (hajna’a, הַכְנָָעָה), “separación” (havdalá, הַבְדָָּלָה) y “endulzamiento” (hamtaká, הַמְתָּקָה), explicando adicionalmente que caracterizan todo genuino proceso de superación personal:

  • Sumisión: La primera etapa corresponde a jash, que significa silencio. Esta etapa significa calmar el impulso de autoexpresión y exteriorización – un requisito previo para salir de nuestros límites y aprender algo nuevo. De hecho, la sumisión es la subyugación del propio ego, que normalmente sostiene que ya lo sabemos todo y somos perfectos en todo. La etapa de sumisión nos abre a nuevas perspectivas y nuevas posibilidades, que no nos son naturales.
  • Separación: La segunda etapa corresponde a la primera acepción de mal – circuncisión. La separación es un proceso de clarificación interna en el que nos limpiamos y separamos de todos los elementos negativos en nuestro interior y, simultáneamente, fortalecemos nuestra identificación con el bien. La etapa de separación es posible gracias a la sumisión que la precedió y se lleva a cabo dentro del espacio de silencio que nos impusimos. El hecho de que esta etapa se denomine mal al igual que la tercera etapa, insinúa que ya ahora la autoexpresión comienza a emerger, pero solo interiormente, en la forma de resurgimiento de nuestra esencia Divina y nuestra identificación con ella.
  • Dulcificación: La tercera etapa corresponde a la segunda acepción de mal – expresión verbal. En esta etapa, podemos de nuevo expresarnos hacia el exterior, esta vez desde un ámbito rectificado y purificado. Esta etapa se llama dulcificación porque endulza la sensación de amargura que acompañó a las etapas de sumisión y separación, cuando tuvimos que contenernos para no llegar a la expresión plena y libre.

Como se mencionó, el Baal Shem Tov enfatizó que cualquier proceso espiritual completo debe pasar por estas tres etapas. Deben venir en este orden, y no se puede omitir ninguno. En cualquier situación, primero debemos someter nuestro ego y recordar que estamos lejos de ser perfectos; luego debemos separarnos de todos los elementos negativos en nuestra actitud hacia este asunto y revelar e identificarnos con el núcleo esencialmente positivo en nuestro interior; y, solo entonces, podemos alcanzar un estado rectificado y perfeccionado, y los sacrificios que hicimos en las dos etapas anteriores serán endulzados por y en nosotros.

De ángel a humano

La capacidad de detenerse, estar en silencio y sopesar cuidadosamente las palabras y los actos propios es el principal indicador del trabajo interior. Por lo tanto, también debería ser el rasgo principal que buscamos cuando buscamos un rabino o un maestro. Cuando el Baal Shem Tov explicó las etapas de sumisión, separación y dulcificación, citó un dicho de los sabios (que se encuentra en el mismo tratado talmúdico donde se explica el jashmal, unas páginas más adelante), que dice: “Si el rabino se parece a un ángel del Dios de los Ejércitos, busca la Torá de su boca; si no, no busques la Torá de su boca”.[13] El Baal Shem Tov señala que la palabra hebrea para “ángel”, malaj (מַלְאָךְ) es el reverso de la palabra para “como mudo”, keilem (כְּאִלֵם): Los ángeles son criaturas silenciosas y recatadas que hacen su trabajo en silencio y discretamente. Del mismo modo, la cualidad de un rabino “angelical” es que inicialmente se asemeja a una persona muda. No se apresura a hablar ni a responder, sino que selecciona cuidadosamente sus palabras en silencio y luego se expresa.

Como recordamos, toda la idea de jashmal nació de la visión profética de Ezequiel de las angelicales “criaturas de fuego”. La idea del ángel mudo que acabamos de presentar sugiere que, entre los dos aspectos del jashmal, silencio y habla, es principalmente el silencio el que es angelical. Esto hace que el habla sea más un rasgo humano. De hecho, en la descripción de la creación del hombre encontramos que: “Él [Dios] insufló en su nariz un aliento de vida, y el hombre llegó a ser un alma viviente”.[14] El término “un alma viviente”, nefesh jaia (נֶֶפֶשׁ חַיָּה) se traduce al arameo como “un espíritu hablante“. Tal vez inspirada por esto, la definición clásica de la humanidad desde la antigüedad (adoptada por los rabinos) en relación con los reinos mineral, vegetal y animal por debajo de ella, es sorprendentemente “hablante” (medaber) y no, por ejemplo, “pensante”, como en el latín homo sapiens. El movimiento silencioso de “correr” hacia Dios es relativamente angelical, pero el movimiento de “regreso” expresado aquí en la tierra como el hablar es esencialmente humano.

El secreto de jashmal, por lo tanto, alude a una especie de proceso de transformación de ángel a humano. Más precisamente, puede verse como la encarnación de una especie de evolución indirecta desde un animal a un ángel y finalmente a un humano: la sumisión subyuga nuestro lado animal (la base del ego), convirtiéndonos en una especie de ángel; la separación es el descubrimiento de la elevada alma humana en nuestro interior gracias a nuestro “angelical” silencioso trabajo interior; y la dulcificación es la expresión de nuestra alma humana hacia el exterior. El nivel humano puede parecer más bajo que el nivel angélico, y una especie de anticlímax, pero en verdad se explica que la raíz del alma humana es más elevada que la del ángel, ya que, a diferencia del ángel, un humano tiene libre elección entre el bien y el mal.

¿Qué nos ofrece esta vía de desarrollo? A menudo, para justificar las debilidades humanas, las personas utilizan expresiones frecuentes como “es solo humano” o “solo soy humano”. Lo que estas expresiones significan es que, a diferencia de los ángeles, los humanos tienen una inclinación al mal y, por lo tanto, son propensos al pecado. Sin embargo, el pensamiento “solo soy humano” puede degradarse fácilmente en el pensamiento: “No soy más que un animal con impulsos y necesidades”. Para equilibrar el panorama, necesitamos agregar otro punto de referencia a la humanidad, que son los animales. Es cierto que no somos ángeles, pero tampoco somos animales: podemos dominar nuestros impulsos y elegir el bien. Pero ahora surge un nuevo problema: enfatizar demasiado nuestra superioridad sobre los animales podría llevarnos a la ilusión de que somos ángeles sin ninguna inclinación animal.

Comprender el secreto del jashmal como un camino de desarrollo animal-angélico-humano nos ofrece una vía para ser humanos equilibrados, reconocer nuestra naturaleza no-angelical sin descender a la animalidad. Este proceso nos enseña a no decir inmediatamente desde el principio: “No soy un ángel, solo soy humano”. Si lo haces, no rectificarás tu naturaleza animal, sino que te degradarás en ella. En lugar de eso, primero esfuérzate, en tu interior, por ser como un ángel, por hacer todo lo posible para someter a tu brutalidad interior y separarte de ella. De esta manera, merecerás ser un verdadero ser humano, permaneciendo con los pies sobre la tierra mientras pronuncias palabras celestiales.


[1] De hecho, parece que la palabra moderna “electricidad” se origina en la traducción latina de esta misteriosa palabra, “electrum“.

[2]  Ezequiel 1:4

[3] Jaguigá 13a

[4] Rashi en loc. Cit.

[5] Avot 1:16

[6] Ibid. 1:17

[7] Ibid. 3:13

[8] Eclesiastés 3:7

[9] Ezequiel 1:14

[10] 1 Reyes 19:12

[11] Keter Shem Tov §28

[12] Sefer Ietzirá 6:8

[13] Jaguigá 15b

[14] Génesis 2:7

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