En la época de Baal Shem Tov, había un gran erudito judío, imbuido de Torá y de temor a Hashem. También era bendecido con una gran riqueza. Este judío soñaba con escribir un rollo de la Torá mehudar, de acuerdo todas las leyes cuidadas en forma especial. Llevado en alas de su sueño, el rico puso manos a la obra.
Compró terneros seleccionados, que fueron sacrificados por un shojet, un matarife temeroso de Dios. La carne se distribuyó entre los pobres de la ciudad y las pieles se entregaron a expertos para que las procesaran para hacer el pergamino, claf, para escribir el Sefer Torá. Encontró a un sofer, escriba muy conocido y meticuloso en el cumplimento de los preceptos que accedió a vivir en su casa y escribirle el rollo de la Torá. Estableció las condiciones con él, para que escribiera la Torá con kedushá y tahará, con santidad y pureza, con todos los cuidados posibles, y a cambio le garantizo su sustento y el sustento de su familia, hasta el final de la escritura. El rollo de la Torá se completó a tiempo.
En un acto impresionante, todos los grandes hombres de la ciudad fueron honrados con completar las últimas letras, y una vez terminado el hombre rico llevó el rollo de la Torá al beit hakneset, la sinagoga, adornado con un manto bordado y cubierto de piedras preciosas, bajo una jupá, un dosel nupcial. Se invitó a todos los residentes de la ciudad a participar en la comida honorifica, seudat mitzvá. También el aguatero fue una de las siguientes y ocupó su lugar al final del salón. Hela, un hombre simple y honesto, que apenas se ganaba la vida con su trabajo, no era un gran sabio, pero en todo momento recitaba los Salmos.
El frío fragante ante él despertó su hambre, después de todo un día sin que nada de comida hubiera llegado a su boca. Miró a un lado y a otro y vio que los dignatarios de la ciudad aún se demoraban. En su inocencia pensó que nadie se daría cuenta si hacía netilat iadaim, se lavaba las manos y probaba la jalá. Sin embargo, justo cuando la tomó en sus manos, el hombre rico pasó y sus ojos captaron al aguatero que se apresuraba a comenzar la comida. Un sentimiento de arrogancia se apoderó de su corazón, y le gritó despectivamente al hombre:
– “Ignorante, ¡¿no tienes paciencia para esperar hasta que los grandes hombres de la ciudad se laven sus manos?! ¡¿De verdad crees que porque recitas los Salmos tienes derecho a ir primero a la comida?! … “
Avergonzado y humillado, el aguatero bajó la cabeza e inmediatamente abandonó el salón. Ninguno de los presentes e incluso el propio rico prestó atención a esto, y pronto todos comenzaron la comida festiva.
Ya tarde en la noche. Los últimos invitados se han ido hace mucho tiempo, y el hombre rico está sentado frente a la Guemará, el Talmud, para comenzar con su estudio habitual.
El cansancio crece sobre él, sus ojos se cierran, en un momento ya está en manos del amo de los sueños’… Un fuerte viento se lo lleva de repente y lo derriba en algún lugar, golpeando en el suelo. El horror se apodera de él, al ver que se encuentra en el corazón de un desierto desolado. Intenta levantarse, pero le duelen todos los miembros de su cuerpo por la caída. Aun así, comienza a caminar lentamente, hasta que ve una casa luminosa en la distancia. Se acerca a la casa, pero tiene miedo de entrar, quizás sus ocupantes no sean personas decentes. De repente, escucha una voz que habla desde el interior de la casa:
– “Abran paso al rey David, bienvenido rey David”.
Después de un momento, la voz se escucha de nuevo:
– “Abran paso al Baal Shem Tov, bienvenido Baal Shem Tov”.
De repente todos sus miembros se quedaron como petrificados. Se escucha nuevamente la voz:
– “¿Quién es el hombre que está afuera, por qué lo trajeron aquí?”.
Entonces se oye la voz del rey David respondiendo:
– “Yo lo traje para que lo juzguen, y Rabi Israel Baal Shem Tov vendrá y será su abogado defensor”.
El rico se da cuenta de que está ante el Beit Din Shel Mala, la Corte Suprema Celestial. El rey David comienza a argumentar:
– “Todos mis días oré para que la recitación de los Salmos fuera importante ante Di-s como los temas más severos de la Torá, hasta que Di-s me aseguró que todo el que se ocupa de los Salmos, será como si se ocupara de de la definición de manchas de leprosos y tiendas; y he aquí que viene este hombre y avergüenza en público a un hombre simple, un aguatero, por su recitado de Tehilim, Salmos”…
El Anciano de la Corte abrió y dijo:
– “El din, veredicto de este hombre es mitá bidei Shamaim, muerte en manos del Cielo, pero primero debemos escuchar lo que Rabí Israel Baal Shem Tov tiene en que decir en su defensa”.
El Baal Shem Tov abrió y dijo:
– “El veredicto es verdadero y correcto, pero así no será santificado el Nombre del Amo del Universo en el mundo, ni conocerán la santidad de la recitación de los Salmos. Por el contrario, hay que darle al hombre que elija, aceptar el veredicto del Cielo o estar dispuesto a realizar una segunda comida, que no sea menos honorable que la primera, y decirle a toda la gente de la ciudad lo que vio aquí esta noche, y pedir perdón al aguatero”.
El tribunal aceptó las palabras del Baal Shem Tov.
El mensajero de la corte salió de la casa para informar al rico de la decisión y recibir su respuesta. Amedrentado y temblando, el rico respondió que aceptaba la segunda opción, y que lo haría de inmediato. Con un sudor frío que le cubría el cuerpo, el rico se despertó frente a la página de la Guemará, estremecido y asustado. Por la mañana invitó a todos los habitantes de la ciudad a una segunda comida, y durante la comida relató su terrible sueño, se volvió emocionado hacia el aguatero y le pidió perdón.
Al día siguiente, el hombre rico se dirigió a Mezhibuzh, para encontrarse con el hombre que lo defendió en la corte de Arriba. Cuando entró en la habitación del Baal Shem Tov y vio su rostro, se desmayó. Cuando se despertó y quiso contar toda la historia, el Baal Shem Tov lo detuvo y le dijo:
– “¡Acaso no te he visto ya!”…
Desde entonces, el judío se convirtió en un ardiente seguidor del Baal Shem Tov.