EL REY PODEROSO SIN HIJO

Una vez una mujer llegó al Baal Shem Tov y le pidió que la bendijera para tener un hijo.

– “Ve a tu casa”, le dijo el Baal Shem Tov, y Dios te bendecirá con un hijo.

La mujer regresó a casa satisfecha y le contó a su esposo, el rabino Iaacov, que era un tzadik oculto, la bendición del Baal Shem Tov. Efectivamente, un año después tuvieron un hijo bello y exitoso y sus padres estaban muy contentos con él. Cuando el hijo cumplió dos años sus padres lo llevaron al Baal Shem Tov para que lo bendiga. El Baal Shem Tov tomó al niño de la mano y lo besó, regresó con sus padres y les ordenó que regresaran a casa. Cuando los padres regresaron a su casa, el niño murió. Los padres afligidos, quebrados y destrozados, llegaron al Baal Shem Tov inmediatamente después del Shiva y derramaron sus amargados corazones ante él.

– “Escuchen lo que les diré”, les dijo el Baal Shem Tov, y así dijo:

Había una vez un rey poderoso al que no le faltaba nada más que un hijo para heredar la realeza después de él.  El rey le preguntó a su consejero qué hacer. El consejero le dijo:

– “Nadie podrá ayudar al rey excepto los judíos, y el consejo es que el rey emita la orden de que si a fin de año el rey no tiene un hijo, todos los judíos serán expulsados de su tierra.

El rey firmó el decreto y los judíos se reunieron en las sinagogas, ayunaron y recitaron salmos, y pidieron misericordia de Dios que le dé un hijo al rey. Sus llantos y pedidos atravesaron todos los cielos. En Gan Eden había un alma santa que no podía ver el dolor de los judíos, se paró ante el Trono de Honor y dijo:

– “¡Señor de los mundos, envíame al mundo material como hijo del rey, tan solo para que los judíos no sufran Dios no lo quiera!”

Y así fue, antes de que termine el año, la Reina dio a luz a un hijo. El rey estaba muy feliz e inmediatamente revocó el decreto sobre los judíos. El rey contrató a un gran profesor para que enseñara a su talentoso hijo. El joven heredero reveló tener talentos extraordinarios en todos los campos que le enseñaron, pero los estudios no eran de su agrado. El heredero del trono le dijo una vez a su padre que los estudios no le satisfacían. El rey decidió enviarlo personalmente al Papa para que le enseñara. El Papa acordó enseñarle al hijo del rey, con la condición de que durante dos horas al día no se le permitiera al hijo del rey molestarlo, porque en ese momento se encerraba en su habitación y ascendía al cielo. El rey le prometió que así sería. Pero el príncipe no pudo resistir saber lo que hacía el Papa mientras se escondía.

Una vez entró en su habitación y vio al Papa sentado y estudiando Torá envuelto en un talit y coronado con tefilín. El Papa tuvo mucho miedo, porque su secreto de que era judío sería revelado. Pero el príncipe lo tranquilizó diciéndole que se había sentido atraído por ser judío durante mucho tiempo y le pidió al Papa que lo preparara para la conversión. El príncipe luego regresó a la casa con su padre, pero no le dijo nada de lo que había pasado. Poco después, el príncipe abandonó la casa del rey y no regresó. Se vistió con ropas sencillas de campesino y se fue a otro país, donde se convirtió y vivió como un judío kosher y ansioso por la palabra de Dios hasta el día de su muerte.

Cuando su alma subió de nuevo y fue juzgada, ningún acusador se atrevió a decir nada malo sobre un alma tan santa, que dio su vida por los judíos. Sin embargo, un acusador afirmó que durante dos años el alma fue educada en manos no judías, y esto debía corregirse. Se decidió en el cielo que el alma descendería nuevamente al mundo físico y sería educada durante dos años en manos judías kosher. Aquí el Baal Shem Tov hizo una pausa por un momento, y luego agregó:

– “Tu hijo era es alma santa. Desde el cielo no se te asignaron hijos, pero ganaste que durante dos años criases un alma santa.

Cuando los padres escucharon la historia de Baal Shem Tov sobre el alma santa, se llenaron de temor de no haberse comportado con su hijo con la santidad requerida.

El Baal Shem Tov le ordenó al esposo que sea shamesh, el cuidador en la sinagoga, y que preste atención a los niños pequeños que vengan y aún no sepan cómo leer el Sidur que contesten durante la plegaria en el momento adecuado “Amén”, “Amen, Iehe Shemé Rabá mevoraj” (“Amén, Sea Su Gran Nombre Bendito”), “Barju” (“Bendigan”) y “Kedushá” (la frase de la Santificación del Nombre de Dios), y cuando lleven la Torá y la devuelvan al Arca Santa, levanta a los niños para que besen el rollo de la Torá”.

Y a la mujer le ordenó el Baal Shem Tov que “fuera partera y cuidara de las madres pobres, y cuando nacieran los hijos, le dijo el Baal Shem Tov, tenga mucho cuidado que hasta el brit milá, (la circuncisión) se diga ante ellos Kriat Shemá (Oye Israel…) y le reparta golosinas a los niños para que digan bendiciones ante los recién nacidos, y que después del brit miláy en adelante vistan kipá, y que no dejen hacer el lavado de manos a la mañana”.

El Baal Shem Tov los bendijo para que Hashem Itbaraj sanara sus corazones quebrados, y la pareja volvió a su casa. Y fue así que el hombre fue inmediatamente nombrado para servir en la gran sinagoga en la ciudad de Pinsk, y la mujer se convirtió en partera. Ambos cumplieron todo lo que el Baal Shem Tov les ordenó con gran cuidado.

Dos años después, Dios los bendijo con un hijo varón, cuyo nombre en Israel fue Aarón. El niño creció hasta convertirse en un famoso tzadik, el gran rabino de Carlin, cuyo padre era el tzadik oculto, el rabino Iaakov de Pinsk.

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