Poco después del matrimonio del Baal Shem Tov, su cuñado, el rabino Gershon de Kitov, pidió estudiar Torá con él. El Baal Shem Tov no quería eso, Y se hizo pasar por un hombre sencillo que no entendía nada. Rav Guershon le dijo a su hermana, la esposa del Baal Shem Tov:
“Una gran vergüenza es tu marido para nosotros y no podemos soportarlo más. Si quieres divorciarte de él, mejor. Y si no, te compraré un caballo y vete de aquí con él, y vayan a vivir donde quieran”.
La esposa de Baal Shem Tov se negó a divorciarse de él, por lo tanto, el Baal Shem Tov y su esposa abandonaron la ciudad y se mudaron a otro pueblo. Allí el Baal Shem Tov organizó una residencia para su esposa y se fue a estar solo a las altas montañas. Su sustento era de la venta de arcilla excavada por Baal Shem Tov en las montañas.
Dos o tres veces por semana su esposa venía a él con el caballo y el carro, y llevaba la arcilla que había excavado a la ciudad para venderla, y así se ganaba la vida. En aquellos días, el Baal Shem Tov solía ayunar durante largos días, y cuando quería comer cavaba un hoyo en el suelo, vertía harina y agua en él y se horneaba con el calor del sol. Esa era toda la comida que se llevaba a la boca para saciar el hambre después del ayuno, y todos sus días los pasaba en soledad.
Una vez el Baal Shem Tov se sumergió en una profunda meditación, hitbonenut y así caminó sobre las montañas altas y muy empinadas entre las cuales había un profundo barranco. Al otro lado del valle, en la montaña opuesta, había bandidos. Los ladrones vieron que el Baal Shem Tov estaba cayendo al abismo mientras estaba sumido en sus pensamientos, y dijeron que seguramente caería y se rompería los huesos. Pero cuando el Baal Shem Tov se acercó al abismo, se acercó una montaña a la otra y se cerró la boca del abismo, abriéndose un camino recto. Mientras el Baal Shem Tov continuaba su camino, las dos montañas regresaron y retrocedieron a su lugar.
Después de un tiempo, Baal Shem Tov regresó al lugar y nuevamente acercó una montaña a la otra hasta que pasó al otro lado. Y así sucedió varias veces. Cuando los ladrones vieron que era un hombre de Dios, se acercaron y le contaron lo que habían visto. Los ladrones dijeron:
- “Hemos visto con nuestros propios ojos que eres un hombre de Dios. Por lo tanto, te pedimos que ores por nosotros para que Dios nos dé éxito en nuestro camino, porque todos los días entregamos nuestras almas en nuestra labor y estamos en gran peligro”.
El Baal Shem Tov les dijo:
- “Si me juras que no dañarás a un judío ni le robarás, haré lo que dices”.
Los ladrones le juraron. y así fue.