El crecimiento espiritual se consigue a través del trabajo duro. Es importante comprender principios teóricos, pero esto sólo nos puede llevar hasta cierto punto. Es imposible aplicar esos principios en la acción sin dirigirnos hacia Di-s mediante la comunicación de la plegaria. Cada fase de la educación se refiere a este proceso. Durante la fase de iniciación/inspiración, el estudiante desarrolla la habilidad de contemplar a Di-s, mientras que en la fase de integración profundiza su relación con Di-s mediante la plegaria. No obstante, los dos están entrelazados: la contemplación/meditación inflama el corazón con amor a Di-s otorgando a la meditación profundidad y sinceridad, mientras que la plegaria crea una comunión con Di-s que da significado y dirección a la meditación.
El servicio de la meditación es la búsqueda espiritual e intelectual de conocer, comprehender y sentir una verdad particular de la Torá en su máxima amplitud posible. Al procurar profundizar en un interrogante, ya sea un asunto esotérico o un asunto legal más simple, atraemos nuestro conocimiento de Di-s, heredado e instintivo, a un estado más conciente y revelado.
Inicialmente, nuestra inmadurez espiritual requiere que la idea sobre la cual meditemos sea corta, fija y perfectamente definida. Gradualmente, a medida que maduramos, nuestra mente puede ordenar temas de complejidad mayor, límites menos restringidos y de más espontaneidad. A medida que aprendemos a ver con los ojos de la Torá, nuestra perspectiva se alinea con la de Di-s, porque “Di-s y Su Torá son uno”. Toda plegaria formal también se vuelve una especie de meditación, porque la liturgia sirve como un punto o foco para el pensamiento y la atención. El valor de la meditación es que disciplina la mente a penetrar a través de las varias capas de veracidad que yacen detrás del significado simple de las plegarias.