Los sabios dicen que una persona que “se hace a sí misma como sobras” merece ascender a las alturas más elevadas (Rosh Hashaná 17b). Hay personas para quienes la regla de oro de la vida es una cita de los sabios: “Si no soy para mí, ¿quién está para mí?” y “Tu vida tiene prioridad” (sobre la vida de los demás), impregnada de la interpretación más amplia y egoísta de la intención de estos dichos. Una persona así se preocupa primero por sí mismo y su familia. Solo después de que esté completamente abastecido y saturado con lo mejor de todo, se volverá para dar algo a los demás, si es que queda algo.
Menos egoísta es alguien que comparte todo lo que tiene con los demás, cumpliendo la directiva de la Torá de “amarás a tu prójimo como a tí mismo”. Pero aún más elevado es una persona que se considera superflua y se preocupa más por los demás que por sí mismo. Da lo mejor y lo más fino a los demás, mientras que siempre es el último en la fila. Toma las sobras y obtiene solo lo que necesita para existir. En un nivel más profundo, una persona que se hace a sí misma como ‘sobras’ no solo se contenta con recibir sobras, siente que él mismo es un tipo de sobra, algo que es superfluo para el mundo.
En el mundo actual, que gira en torno a la autoconciencia y el autodesarrollo, este tipo de pensamiento y conducta se considera una enfermedad mental que debe ser tratada, una receta para convertir a alguien eternamente fracasado, descorazonado y deprimido. Pero la Torá tiene este enfoque en alta estima y lo asocia con nuestros más grandes líderes, desde Abraham hasta Moshé y el Rey David. No solo fueron líderes ejemplares, sino que vivieron su vida con una misión revolucionaria, trabajaron incansablemente y alcanzaron grandes alturas. ¿Cómo?
Una persona que se preocupa por sí misma, particularmente por su propia imagen, está básicamente limitada. En el mejor de los casos, identificará sus habilidades personales y su rol en la vida y actuará dentro del marco de sus poderes limitados, dentro del rol en el que fue colocado y la imagen de sí mismo que fue diseñada para él por su entorno. En el peor y más común escenario, estará en constante fricción consigo mismo, estresado por su preocupación por sus propios beneficios (incluido el bien de aquellos que considera “sus” posesiones) cuando parecen contradecir su papel en la vida. Estará en un estado de fricción con su entorno en un intento de defender su rol y su lugar en la sociedad, siempre resguardando su estatus social y tenso ante la posible “invasión” de su territorio. Finalmente, sufrirá decepción y tristeza por no cumplir con las metas previstas.
Por el contrario, una persona que se considera superflua está libre de toda fricción. Ella le da crédito al Creador por sus logros. Dios es ilimitado, por lo que puede recibir energías ilimitadas de Él. Cuando una persona entrega su propia realidad a Dios puede actuar sin fricciones. No tiene ningún rol fijo, por lo que nadie puede competir con él. Cuando actúa no se mira a sí mismo desde fuera en un intento de justificar su imagen de sí mismo (o su estatus a los ojos de los demás). No está midiendo constantemente “lo mío” como opuesto a “lo tuyo”. No le preocupan las frustraciones y las desilusiones. En cambio, siempre está mirando hacia adelante.
Una persona que no tiene un rol y un área de acción definida puede hacer cualquier cosa. Está listo y dispuesto a realizar cualquier tarea y misión. Le preocupa rectificar el mundo como sea posible, no está por encima de las tareas simples (porque nada está por debajo de él), y tampoco tiene miedo de contribuir a las mayores revoluciones, por más desahuciadas que parezcan, porque no le teme a la decepción. y no hay límite para los poderes que Dios le da, si así lo desea.
Así que siéntete superfluo. ¡Hay un trabajo infinito, o dicho de otra manera el trabajo del Infinito lo tienes por delante!