Para ingresar a la etapa final de dulcificar es necesario anteponer las etapas precedentes de sumisión y separación.
El mismo acto de discutir los problemas con una segunda parte y hacer un esfuerzo conjunto para resolverlos, son técnicas terapéuticas positivas y necesarias establecidas por la Torá, pero esta fase de dulcificar debe ser precedida por la de separación.
La psicología secular no le da ningún valor apreciable a ignorar los problemas, a sus ojos esto es represión, negarse voluntariamente a permitir que afloren los pensamientos subconcientes a la mente conciente donde podrán ser tratados. Condo se reprimen estos pensamientos, impulsos o deseos, sólo se enquistarán en el subconciente, emergiendo eventualmente en una forma mucho más perjudicial, por lo que la psicología laica alienta a la persona a enfrentarse con sus problemas psicológicos tan pronto como se entera de ellos.
En verdad, ha desarrollado la progresión de sumisión – separación – endulzar todo en uno, y sin duda esta progresión triple difiere fundamentalmente de la implícita en las enseñanzas de la cabalá y el jasidismo, de momento que no toma en cuenta la existencia de Di-s o el alma Divina dentro de la ecuación de la salud mental. No obstante, sus muchos éxitos (con lo parciales que puedan ser) indican que hay ciertos puntos de veracidad en su entendimiento básico de la psicología humana, esto en referencia a la topología de la psique, el alma animal, que la psicología moderna describe en forma bastante completa, como así también en cuanto a su aproximación a la terapia en general.
La fase de sumisión de la psicología secular es la gran preocupación del terapeuta y de la terapia con la cuestión de los límites y fronteras.
En el curso de la terapia se requiere del paciente que preste debida atención al convenio que tiene con el psicólogo, de qué es permitido o prohibido dentro del consultorio y fuera de él. La aceptación de las limitaciones que plantean estas reglas de juego es una forma de sumisión, la humillación del deseo del paciente (de otra manera irreprimible), de expresar y lograr sus aspiraciones de cualquier manera posible.
La etapa de separación juega una de las partes cruciales del diálogo entre ambas partes, en la que la distinción es trazada entre aquellas facetas de la psiquis del paciente que le son intrínsecas y las que se originan fuera de si. En el transcurso de tal discusión, muy a menudo el paciente cae en la cuenta de que los elementos negativos que consideraba parte componente de su personalidad, son un bagaje externo que se ha injertado en él y que no debe seguir cargando. La separación se hace aquí entre el verdadero ser del paciente y la caparazón externa y no esencial que lo circunda.
En la fase de dulcificación de la terapia psicológica secular según es descripta gráficamente en las teorías más recientes, el terapeuta juega a menudo un rol de madre que le refleja los puntos buenos a su hijo. Esto sirve para curar la psiquis enferma del paciente en la medida en que estos buenos puntos se expanden en su conciencia.
Esta psicilogía incluso pone sus propios reparos contra la dulcificación prematura, particularmente en su discusión de la importancia del “timing” de parte del terapeuta. Se le aconseja no hacer incapie problemas difíciles antes del tiempo en que se esté maduro para afrontarlos. A este respecto, una mal manejo de los tiempos es propenso a provocar una reacción terapéutica negativa que sólo va a estropear el proceso y posiblemente dañe al paciente.
Todo esto sirve para ilustrar el hecho de que a pesar que a menudo surja una afinidad entre la psicilogía judía y la secular, permanece una diferencia esencial: la psicología laica está limitada por las fronteras del alma animal del paciente y el intelecto del terapeuta, mientras que las prácticas judías derivan su eficacia de la revelación de los poderes infinitos del alma Divina y su conección con su Fuente, como también de la creencia profunda del terapeuta-mentor en su existencia y potencia.
Separación a Través de la Torá
Sea como fuere, la psicolog’ia secular generalmente busca evitar lo que considera ser la etapa perjudicial de separación e ignorar la ansiedad. Este es el ejemplo clásico de lo que la doctrina jasídica identifica como la debilidad humana habitual de procurar comenzar directamente con el proceso de endulzar sin experimentar las etapas previas necesarias de sumisión y separación.
La etapa de separación es donde se pone en juego el elemento excepcionalmente judío en el proceso de interpretar la vida: la Torá. En hebreo, la palabra Torá denota instrucción, es la instrucción Divina para todo momento a través de las generaciones que nos permite distinguir entre lo sagrado y lo profano y entre lo puro y lo impuro. En la etapa de separación la persona define por si misma que es lo que se considera permitido o prohibido. El propósito de hacer esto es moverse enteramente dentro del reino de lo permitido y al mismo tiempo alejarse de lo prohibido en el pensamiento, el habla y la acción. Cuando pasa por la mente un mal pensamiento (y esto incluye todo pensamiento que distrae su atención de su relación con Di-s) la reacción inmediata será entonces ignorarlo.Sólo después que se ha establecido los límites entre el bien y el mal y se ha vuelto práctico en el arte de ignorar el mal, es posible proceder a la etapa siguiente de endulzar. Sólo entonces la persona puede comenzar a examinar, identificar y exponer los recovecos de la mente subconciente para transformar en luz este área oscura y no santa. Este es el significado místico del verso que describe la creación de luz y oscuridad (Génesis 1:5): “Y Di-s llamó la luz día y la oscuridad El la llamó Noche”. Le dió a cada una su lugar propio y definido: “y fue la tarde y fue la mañana, un día”. Sólo entonces todo pudo ser endulzado y volverse parte de la unicidad de la creación.