extraído del sitio hermano INTERINCLUSION
autor: rabino Asher Crispe
Muy a menudo nuestra experiencia interior es esquematizada como una serie de etapas que en conjunto conforman un proceso. En cada etapa existen dificultades especiales que superar y distintos métodos para hacer frente a esos problemas. De igual modo, hacerle frente a los problemas y tribulaciones de las experiencias bipolares –experiencias que nos afectan a todos en cierta medida– también deben ser tratadas en términos de un proceso.
En la filosofía jasídica, una de las enseñanzas esenciales del Baal Shem Tov (el personaje fundamental del jasidismo) describe a muchos fenómenos en la Torá y en la vida como un sendero a través de un proceso de tres etapas llamados sumisión, separación y dulcificación. A la luz de este modelo, las tres versiones textuales del Sefer Ietzirá que introdujimos en el artículo anterior ordenándonos “retornar” o “retornar a nuestro lugar” o “retornar al uno”, puede ser vistas en términos de este triple proceso.
La primera etapa, que requiere de la persona sumisión o sometimiento de sus (hasta el momento) impulsos inciertos, es una cuestión de disciplina. Estamos llenos de toda clase de conductas –algunas positivas y algunas negativas, algunas ambiguas y algunas claramente autodestructivas. Para empezar, simplemente necesitamos tener las cosas bajo control –ser conductores no conducidos. Si he ido demasiado lejos, el mejor curso de acción es “bajarse del caballo”, relajarse un poco.
Después de disminuir la presión que me produjo mi autosuficiencia, después rendirme, entonces puedo pasar a la segunda fase. Denominada etapa de “separación”, la idea es separar el tema que nos ocupa. Al aclarar lo que es bueno y lo que es malo en mi situación, puedo personalizar mi respuesta de la forma que mejor se adapte a mí. En el contexto de la discusión actual, esto significa rechazar los lugares a los que no pertenezco y aceptar los que sí. En otras palabras, la etapa de separación es un proceso de filtración para ayudarme a ser capaz de hacer una elección consciente.
Por último, en la tercera etapa, una vez que se ha completado el trabajo de las otras dos etapas, soy capaz de endulzar mi realidad en general y hacer que mi lugar en la vida funcione como la intersección sobre la que puedan encontrarse los extremos. No importa dónde me encuentre, soy yo mismo.
Más aun, para dar una vuelta de hoja a mi relación con determinado asunto, y darle un marco diferente, podemos consolarnos con la idea de que lo Divino está en todas partes por igual. La unidad de arriba y abajo es en sí misma la dulcificación de la severidad de la vida, el alivio del juicio y suavizante de la definición. La finalidad y objetivo del proceso es el retorno al uno, a la unidad. Hay un común denominador psicológico siempre y en todas partes.
Uno de los versos que bellamente capta esta recalibración del ser aparece en los Salmos (139:8) donde el Rey David toma conciencia de su propia superación de cualquier tendencia bipolar en su alma; “Si subiera a los cielos, Tú [Dios] estás allí, y si tuviera que hacer mi lecho en las profundidades más grandes, por cierto, Tú [Dios] estás allí”. Dios se encuentra en todas partes arriba y abajo. La realidad suprema entreteje todas sus dimensiones. Las alturas y las profundidades, huecos y picos, coinciden como formas de la autoexpresión Divina. Así también con la condición humana, hemos retornado a una solidaridad del ser y a una unidad con nuestra realidad, cuando los extremos de nuestra experiencia -de la que normalmente nos disociamos- son aceptados y convergen juntos uno con el otro. Nos reunimos con nuestra unidad subyacente, no importa en qué dirección nos dirigimos.
La tentación es decir que Dios está con nosotros sólo cuando las cosas están en lo más alto y suben . Por el contrario, en el curso de una espiral descendente tendemos a pensar que hemos sido abandonados. Estados de depresión, de caída, de todas las situaciones infernales que nos atrapan pueden ser registrados como una pérdida o ausencia, pero esto es sólo a un determinado nivel consciente. Si somos capaces de superar el shock inicial de sentirnos abandonado, podemos descubrir dentro de una dimensión más sutil de nuestro inconsciente, la presencia insospechada de lo Divino.
Al igual que una persona que ha estado esperando al lado de un ser querido en un momento de angustia, la presencia Divina se dice que nos acompaña en el exilio de nuestro sufrimiento. El problema es que a menudo estamos demasiado preocupados con nuestros problemas inmediatos como para notar esta presencia. La mitad de la batalla por salir de los momentos de bajón es ganada al darnos cuenta que alguien nos tiene en mente -una presencia que se preocupa por nosotros está mirando.
La idea de “Tú estás allí” significa que el infinito está aquí. No puede haber fin en el viaje hacia el infinito. La detección de lo infinito es lo que mantiene la aspiración constante y sin fin de seguir escalando. Siempre hay que seguir adelante. La complacencia nos pone en peligro. Pensar que hemos cruzado la línea de meta nos lleva a renunciar a la caza, a seguir empujándonos.
Ya se trate de fases de rechazar instintivamente el lugar equivocado o conscientemente encontrar el correcto, o incluso la eventual comprensión de ser uno mismo en cada lugar y en cada situación en la vida, tenemos que pasar por todo. Por otra parte, lo importante es “el proceso hacia ”, y no “la llegada a” . Cuando se asciende a los cielos trabajamos para subir más y más alto, el peligro real de caer surge al sentir que hemos llegado. Misión cumplida. Cuando pensamos que estamos comprendiendo algo que en verdad es ilimitado, cuando creemos que hemos llegado a nuestro destino, esto es precisamente cuando estamos expuestos a caer inmediatamente.
Así el proceso es la meta, un componente esencial para el reacondicionar la bipolaridad.