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EL RECONDICIONAMIENTO DE LA BIPOLARIDAD (PARTE 2)

extraído del sitio hermano INTERINCLUSION

autor: rabino Asher Crispe 1 de abril de 2011

¿Qué tan bueno es tu sentido del equilibrio? Con sólo mirar las fotos del artista en la cuerda floja Philippe Petit caminando sobre un cable delgado a 420 de altura entre las torres gemelas del World Trade Center en 1974 es suficiente para dar vértigo a cualquiera. Evidentemente este acto de equilibrio se encuentra en una categoría a parte. Como el objeto de un premiado documental reciente, Hombre sobre un Alambre (2008), Petit ha sobrepasado los límites una y otra vez con sus acrobacias inimaginables. Mantener la compostura a tales alturas, con el riesgo enorme de peligro de muerte parece estar más allá de la comprensión. Es fácil asumir que los temerarios son simples locos. Sin embargo, hay una lección aplicable para el resto de nosotros –una que nos pueda apoyar en los límites externos de nuestra capacidad psico-espiritual.

Nuestro bienestar a menudo se basa en contar con un centro de gravedad bien establecido. Encontrar nuestro centro de gravedad en la práctica implica el descubrimiento de la fuerza que nos ayuda a estar unidos. “Mantenerse unidos” como suele decirse, presenta el mayor reto al enfrentarse a situaciones extremas. Con tanto en juego, ser capaz de comprometerse plenamente, ser “todo en” y poniendo a un lado cualquier reserva no es tarea fácil. Cuando nos sentimos interiormente desequilibrados entonces se convierte en imposible. Demasiadas fuerzas nos están tirando en distintas direcciones por lo que es difícil corregir rápidamente el balance. Ante cualquier cosa a menudo sobre compensamos.

¿Cuántas veces te has metido en la ducha cuando el agua está helada? La respuesta automática clásica es girar el agua caliente al máximo hasta que por supuesto resulta que ahora está demasiado caliente. Con la piel ardiendo, una vez más nos excedemos y volvemos a girar el agua fría y el proceso se repite varias veces hasta que encontramos un confortable término medio.

Este enfoque podría causar en la mayoría de nosotros que nos caigamos del alambre. La sabiduría convencional sugiere que es mejor no subir tan alto al principio si existe la posibilidad de caer -en particular cuando algo en nosotros puede romperse. Está bien poner a prueba nuestros límites, pero también tenemos que tener una idea de lo que podemos maniobrar. Espiritualmente subir a las alturas está bien, siempre y cuando tengamos un sentido interno de paz y yendo dentro de la experiencia con el suficiente conocimiento de nosotros mismos. También es bueno saber cuándo descender. Los descensos controlados son obviamente preferibles a las caídas.

Al ofrecer algunas orientaciones para hacer frente al acto de equilibrio de la vida, varios cabalistas han señalado que el Sefer Ietzirá (El Libro de la Formación) emplea la terminología de “correr y retornar” para definir los extremos de la psique donde “retornar” señala la necesidad de estar conectados a la tierra y no dejarnos llevar por el “correr” hacia arriba. En el Sefer Ietzirá (1:8) nos encontramos con la nota de advertencia: “Si tu corazón corre, retrocede…” y aquí hay tres variantes textuales distintas en cuanto a la forma y la caracterización del retroceso: regresar “hacia atrás”, regresar a “el lugar” o regresar a “el uno”.

Lo que es más esclarecedor acerca de estas tres versiones del texto es la forma en que todos se complementan entre sí en la exégesis, la tradición de los comentarios de la Torá.

E n primer lugar, el sentido estar volando, de subir a los cielos a una enorme altura espiritual, intelectual o emocional, puede causar que la persona retroceda de retroceda de miedo. El sentido de retornar que nos dice volver no es más que una impresión instintiva de que hemos ido demasiado lejos al extremo y necesitamos una corrección de rumbo psicológico. ¿Tal vez debemos tomar las cosas con más calma o relajarnos un poco? ¿Tal vez deberíamos regresar de donde vinimos originalmente? Es como decir que nunca se debe salir a un viaje peligroso si uno no sabe cómo encontrar el camino de regreso a casa. No comprar un billete de ida. Reserve uno de regreso antes de siquiera despegar. Por otra parte no acepte despegar si tiene dudas acerca del aterrizaje.

En Segundo lugar – “volver al lugar” bien podría leerse como “regresar a mi lugar”. A primera vista esto podría parecer el equivalente de la primera versión, sin embargo hay una diferencia importante. En la primera opción, regresar es un reflejo automático. Nos vemos impulsados por un sentido visceral de peligro de correr por una excitación emocional. Uno podría pensar: “si dejo que continúe este arrebato emocional, entonces voy a perder el control”. Es como llegar al punto de sentirse como que en cualquier lugar es mejor para mí que aquí, porque no puedo controlar la alta intensidad de esta experiencia. Por el contrario, “regresar al lugar” es un reconocimiento consciente de a donde realmente pertenezco. Esto puede implicar o no, volver a mi lugar de origen.

Lo más importante es que sea el lugar al que pertenezco. Mi tiempo en el espacio exterior o en la montaña es impresionante y emocionante mientras dura, pero incluso en la altura yo sé que mi verdadera vocación es estar en la casa de abajo. La vida en el valle, la vida con la familia y amigos con todas las cosas cotidianas es el lugar para reincorporarse a la vida real, ahora que he sido inspirado por mi carrera emocional. Incluso puede ser que en virtud a haber corrido que ahora merezco encontrar mi lugar.

La sabiduría Talmúdica depositada en la Ética de los Padres (6:6) refleja esta idea con la frase “¿Quién es sabio? Aquel que conoce su lugar “. Conocer nuestro lugar en la vida es sin duda clave para encontrar el equilibrio. Gran parte de la tirantez de la condición bipolar proviene de querer estar en un lugar al que no pertenezco, en el papel de alguien que no soy. Las p ersonas extraviadas experimentan alienación.

Para la persona, alejarse de un sentido interior de estar en casa –específicamente de estar en casa con uno mismo– es arrancar un ancla esencial de nuestra personalidad. Al mismo tiempo, la propulsión a chorro que alimenta nuestro correr de aquí para allá, está provocada y derivada directamente del malestar de la carencia de un hogar. De todas las patologías del ser, una de los más difíciles de afrontar es la náusea del desarraigo, de no sentirse en casa. Del mismo modo, en el Libro de las Crónicas (I 16:27), el don de conocer nuestra condición social, de ser “dueño de casa”, está expresado como: “…fuerza y alegría en su lugar”. Ser capaz de ‘ubicarme”, de reconocer a dónde pertenezco, es una fuente de fortaleza y alegría.

Por último, la tercera opción es “volver al uno”. El “uno” significa realmente la unidad fundamental, el sentido de unicidad. A veces queremos renunciar a todo lo que tenemos por salir a la búsqueda de lo inalcanzable. Nos estamos escapando de todo lo que nos define. Nuestro perfil personal sugiere que tenemos un cierto bagaje, una personalidad pública, rasgos de carácter definidos, talentos y capacidades que “contiene” nuestra alma. Este es el ser encarnado. El “Yo” llena todos estos envases, esos recipientes descriptivos, las herramientas y el equipamiento de mi ser intangible.

Pero ¿por qué no podemos permanecer indefinidos? ¿Por qué no podemos ir por la vida no identificadnos o no asociados? ¿Tal vez soy ninguna de estas cosas? Nada realmente me puede contener. ¿Entonces no debería dejar todo atrás y permitir que emerja mi ser superior? Ascender a otro nivel de existencia -de completa unidad- soy uno con mi ser entero. No tengo partes, ni líneas divisorias. Esta es la carrera.

El retorno, por lo tanto, es totalmente contra intuitivo. La unicidad absoluta, el más verdadero ser, se lo halla específicamente abajo. Incorporar todo lo infinito e inexpresable de los misterios de mí ser en los envases de este mundo finito, en el atuendo de las ideas, el vestido de las palabras y las ropas de la acción, connota la unicidad vital. El equilibrio se deriva de aceptar que soy inmanente dentro del marco de mi vida abajo, mientras simultáneamente transcendente a todo eso.

Hay una simetría entre abajo y arriba. Más todavía, lo que está abajo debe aspirar a subir hasta lo que está arriba y lo que está arriba debe desear descender a lo que está debajo. Los extremos entonces se anulan. El ser está equitativamente distribuido entre arriba y abajo, las alturas y los bajos. Tengo que aceptar a ambos siendo yo, y al hacer

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