Dentro de los sistemas fisiológicos del cuerpo, el sistema inmunológico es el que actúa como el mecanismo de defensa natural del cuerpo en contra de la enfermedad. Monitoreando el status interno del cuerpo para determinar qué le pertenece de verdad y es saludable, el sistema inmune suena la alarma al detectar la presencia de sustancias extrañas, no compatibles o incluso amenazadoras. Al detectar la invasión de alguna sustancia foránea, el sistema inmune determina si su presencia es una amenaza, dañando células sanas. La presencia de sustancias tales como virus, etc., señalará una alerta y demandará una respuesta. En este punto, este sistema crea anticuerpos y células especiales para neutralizar o destruir la sustancia extraña dentro del cuerpo.
El sistema inmunológico es nuestra sensibilidad a materias extrañas y se puede asemejar, extendiéndolo al plano espiritual, al sentido innato de la persona del yo y el no yo, lo que es propio o no. La persona está en su hogar con si mismo, con lo que considera ser parte de él, y naturalmente se repliega frente a lo que siente que no es propio, todo tipo de invasión extranjera tanto a nivel biológico en forma de una enfermedad, o psicosocial en el sentido de influencias extrañas e indeseables.
Por lo tanto, los problemas del sistema inmune están relacionados con el mecanismo de defensa del cuerpo. Un ejemplo extremo es el caso de una enfermedad autoinmune, que ataca la raíz del propio mecanismo de defensa del cuerpo, dejándolo incapaz de distinguir entre elementos sanos e insalubres, confundiendo entre ambos. Más aún, el sistema inmune puede experimentar entonces una confusión tal que percibe erróneamente al propio cuerpo sano del individuo como una amenaza, y el aliado o nuestra propia gente aparentan ser los enemigos. En esos casos, el sistema inmune realmente crea anticuerpos para luchar en contra de las células y órganos sanos del cuerpo mismo.
En las palabras del profeta Isaías (Isaias 5:20):
“Ay de aquellos que llaman al mal bien y al bien mal;
“Que toman a la oscuridad por luz y a la luz por oscuridad;
“Que toman a lo amargo por dulce y a lo dulce por amargo!!”
En las tres equivocaciones psicológicas que caracterizan la naturaleza de la enfermedad, como está esbozado aquí por el profeta —mal versus bien, oscuridad versus luz y amargo versus dulce— el que sufre de una enfermedad ve primero lo negativo como positivo (mal por bien, etc.) y en consecuencia, luego ve lo positivo como negativo. También es así con respecto al cuerpo: en una enfermedad autoinmune, primero malinterpreta a la materia invasora insalubre como algo saludable, y luego continúa luchando en contra de sus propias células sanas, como si fueran invasores externos.Enseña la cabalá que la palabra “Ay” (oy) con que comienzan estos versos del profeta se refiere a un estado existencial de “desaparición” o desvanecimiento de la luz espiritual y fuerza de vida del cuerpo. En particular, esa fuerza de vida que se expande por medio de la sangre —el sistema fisiológico que corresponde a la sefirá de biná— a todos los órganos del cuerpo (en cabalá: de jesed a hod), retorna y desaparece del cuerpo hacia su origen en el reino inconciente de la mente. Esta ya no es capaz de afectar a los órganos, permeando el cuerpo con la habilidad innata de entender qué es bueno (para mi) y qué es malo (para mi). Como veremos más adelante, todas las enfermedades se relacionan con el bienestar de la sangre y el sistema circulatorio. La sangre tiene la función de llevar “entendimiento” – biná – a todas las células del cuerpo. “Ay” de las disfunciones de la sangre que se reflejan en la mala interpretación del sistema inmunológico.