El Rostro de Dios: Eternidad y Cambio 

Con la ayuda de Dios 

Nuestra sagrada Torá es eterna e inmutable – “Esta Torá no será cambiada” – y, sin embargo, observamos que a lo largo de las generaciones la Torá sigue desarrollándose, adquiriendo dimensiones adicionales, nuevas facetas y, en ciertos aspectos, incluso atravesando cambios y revoluciones extremas. ¿Cómo es posible? 

En realidad, la Torá tiene dos dimensiones: sobre el aspecto eterno e inmutable de la Torá está dicho: “No hay ‘verdad’ sino en la Torá” – la verdad es constante y eterna. Sobre el aspecto cambiante y en desarrollo de la Torá está dicho: “No hay ‘fuerza’ sino en la Torá” – para generar cambio se requiere fuerza. La valentía sagrada está impregnada de humildad – “la fuerza y la humildad pertenecen al Eterno de los mundos” – y su primera manifestación es el valor de admitir un error, cambiar de opinión y avanzar. 

La verdad de la Torá se revela en la Torá escrita, que fue dada sellada y no cambia. La fuerza de la Torá se manifiesta en la Torá oral, que crece y se desarrolla de generación en generación. La verdad eterna de la Torá se expresa principalmente en el intelecto objetivo de la Torá, mientras que la fuerza para cambiar proviene del corazón de la Torá, el aspecto subjetivo que responde a los cambios en la realidad. (En términos académicos, el objetivo y el subjetivo son el *jefetz* –el objeto– y el *gavra* –el sujeto). 

Ambas características también se reflejan en los estudiantes de Torá, el pueblo de Israel, que están plenamente comprometidos con la Torá eterna y, al mismo tiempo, tienen la valentía de interpretar según su entendimiento, establecer normas y efectuar cambios según sea necesario. En esos momentos, Dios sonríe y dice: “Me han vencido, hijos míos, me han vencido”. 

Estas dos dimensiones se expresan en dos tipos de estudiantes: “el Sinaí” y “el que arranca montañas”. El *Sinaí* domina toda la Torá tal como es, sin alteraciones, mientras que “el que arranca montañas” profundiza, innova y genera revoluciones en la Torá. A medida que pasa el tiempo y el conocimiento del tipo *Sinaí* está disponible para todos gracias a los medios modernos, el aspecto innovador y revolucionario de “arrancar montañas” adquiere mayor relevancia. 

“Israel, la Torá y Dios son uno”. Si encontramos estas dos dimensiones en la Torá y en Israel, también corresponde buscarlas en Dios mismo, por así decirlo. Sobre Dios está escrito: “La eternidad de Israel no mentirá ni se arrepentirá, pues no es hombre para arrepentirse”; sin embargo, a veces encontramos en la Torá que Dios se arrepiente “como un hombre”. Dios tiene un rostro de verdad intelectual inmutable –“Él es el que sabe, lo sabido y el conocimiento mismo”– y también un rostro de “la esencia del bien”, que tiene compasión de sus criaturas y les da según sus necesidades cambiantes. 

En el *Tikunéi Zohar* está escrito que aunque “Yo, el Eterno, no cambio”, con respecto a los pecadores, Dios sí cambia y se oculta: se viste en la realidad para llegar a ellos y despertarlos al arrepentimiento y al cambio. “Cara a cara habló Dios con ustedes” – Dios nos habla con ambos rostros, el rostro de “no hombre” inmutable y el rostro de “hombre” que responde a la realidad, generando cambios y guiándola hacia su objetivo final. 

En un nivel profundo, “Israel, la Torá y Dios son uno realmente”, donde la Torá e Israel son las dos caras de Dios. La Torá expresa el rostro eterno de Dios, e Israel, sobre quienes está dicho: “El Eterno dará fuerza a su pueblo”, expresa el poder divino de la fuerza: “Den fuerza a Dios; Su grandeza está sobre Israel”. 

“El pensamiento de Israel precedió a todo”, incluso a la Torá, y el deleite de Dios está precisamente en el poder transformador de Israel, que guía al mundo entero hacia su propósito como “una morada para Dios en los mundos inferiores”.

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