Razi nos enseñará cómo identificar a nuestro verdadero enemigo y cuál es la conexión con Labán el Arameo.
IAACOV, LABÁN Y EL “BLANQUEO” INTERIOR
Nuestro patriarca Iaacov huye de su hermano Esaú y llega lejos, a la familia de su madre Rebeca, a casa de Labán el Arameo en Harán. Labán intenta una y otra vez aprovecharse de la inocencia de Iaacov, su joven sobrino, y lo engaña repetidamente. Al principio, lo casa con engaños con Lea, después de haberle prometido a Raquel. Más adelante, cambia su salario “diez veces” (constantemente) y viola cada vez los acuerdos entre ellos sobre la repartición de las crías del rebaño. A Iaacov no le quedó más remedio que actuar contra él de la misma manera y “robarle el corazón” (engañarlo). Huyó de Harán sin avisarle a su tío, quien mientras tanto también se había convertido en su suegro.
Según el camino del Baal Shem Tov, cuando leemos una historia en la Torá, la buscamos dentro de nosotros mismos, aquí y ahora. La Torá no es un libro de historias históricas fascinantes, sino un libro de guía eterna. Cada uno de nosotros es Iaacov, y cada uno de nosotros debe identificar al pequeño Labán que se esconde en su interior, y vencerlo.
Entonces, ¿quién es ese mismo Labán?
¿Negro o Blanco?
¿Conocen el concepto de “mercado negro”? No es un lugar con colores oscuros, sino gente que hace acciones oscuras. No sé si han oído hablar de esto, pero cualquiera que vende cosas grandes, como casas o terrenos, debe informar a los encargados por parte del gobierno y pagar impuestos por ello. Así se acostumbra en todo el mundo. El comprador y el vendedor lo declaran por escrito. ¿Declaran? Esto ya me recuerda otra palabra en hebreo: “tzohorayim” (mediodía). Es decir, esta venta es clara a los ojos de todos, como el sol al mediodía.
Por el contrario, hay quien busca eximirse de pagar el impuesto y por eso se preocupa de ocultar la realización de la transacción. Ese “fulano” le vende a “mengano”, acuerda con él el precio, pero no informa de ello a nadie. Debido a que la historia permanece oculta, se le llama “mercado negro”.
¿Por qué les cuento esto? No porque esté bien actuar así, sino debido al siguiente fenómeno: hay personas que hacen tratos prohibidos de “mercado negro”, cuyo castigo podría ser prisión en la cárcel, pero intentan demostrar de todas las formas posibles que se hicieron legalmente. Cambian aquí y corrigen allá, de modo que las huellas de la transacción prohibida desaparecen, y hacia afuera parece como si la transacción fuera completamente correcta. No negra y prohibida, sino blanca como la nieve. Este acto se llama “blanqueo” (en hebreo albaná, de la misma raíz que Labán/Blanco): convertir lo negro en blanco.

Mi Blanqueo
Ahora quiero contarles sobre el blanqueo que yo experimenté… No, no soy comerciante en el mercado negro, e incluso los tratos legales no son parte de mi agenda diaria. El blanqueo del que hablo es de… ¡de mí mismo!
Pues así fue. La verdad es que no me apetece mucho compartir todos los detalles del suceso, pero la conclusión fue que Shimón se sintió herido por mí. En un momento de insensibilidad, hice una declaración en clase en voz alta que pisó un punto muy sensible en él, y se lo tomó a pecho. La verdad es que, si hubiera invertido un segundo de pensamiento antes, quizás habría tenido más cuidado y evitado esa desafortunada declaración, pero eso ya pertenece al pasado. Shimón salió herido.
Desde el momento en que ocurrió la explosión, comencé a convencerme a mí mismo, y para ello utilicé toda la sofisticación posible. ¿De qué? De que yo estoy bien. Primero, me tranquilicé con la rectitud de mi intención: la cosa no fue con mala intención, y yo no soy alguien que busca herir a la gente. Shimón también lo sabe. Segundo, lo que dije era la pura verdad, y eso también lo saben todos. Además, nuestra clase se destaca por su franqueza. Entre nosotros siempre se puede hablar directo y al grano (“dugri”), entonces, ¿por qué de repente él hace de esto un gran problema?
Así que ahí lo tienen, en tres pasos realicé un blanqueo rápido a mi acto negro…
Un Enemigo con Disfraz de Amigo
El Rebe anterior, Rabí Iosef Itzjak (el Rayatz), dice que el gran enemigo del hombre no es necesariamente quien intenta hacerle daño abiertamente, porque a ese se le puede identificar fácilmente y defenderse de él. El gran problema comienza cuando el que te engaña se disfraza de tu amigo. Es un enemigo, pero con vestimenta de amigo. ¿Qué hace? ¡Él te “blanquea”! Intenta convencerte de todas las formas posibles de que estás cien por ciento bien, que eres “blanco”, al menos como las vestiduras del Sumo Sacerdote en Iom Kipur. Él blanquea nuestros pecados, y he aquí algunos de los tipos de munición que utiliza: “No es tan terrible como piensan”, “Todo el mundo lo hace así”, “Por lo general tú estás bien”, “¿Quién dijo siquiera que esto está prohibido?”.
Este es Labán el Arameo, o más correctamente, Labán el Tramposo. Recibe a nuestro patriarca Iaacov con abrazos y besos, y a lo largo de todo su viaje de engaños intenta demostrarle a Iaacov que, en última instancia, solo busca su bien. Después de que Iaacov se ve obligado a huir de él en secreto, le pregunta a Iaacov con una inocencia fingida: “¡¿Por qué huiste de mí?! Si tan solo me lo hubieras dicho, te habría despedido con tambores y danzas”…
Pero Iaacov no se confunde. Cuando es necesario, no teme mirarse a sí mismo también con un ojo de crítica rigurosa. Iaacov sabe que este “blanqueo” solo hace que la persona se hunda en sí misma y no corrija sus caminos, y por eso toma a su familia y sus posesiones y huye a la Tierra de Israel.
¡Que merezcamos ser “blancos” (puros), pero de verdad!
¡Shabat Shalom y bendecido! Razi




