Sobre la Lluvia, el Sustento y la Justicia Social
En el mes de Jeshván comenzamos a pedir “y concede rocío y lluvia para bendición” (en la fecha del 7 de Jeshván). Este texto, conocido como “Petición de lluvias”, se inserta en la oración en la “Bendición de los años”, que trata sobre la abundancia necesaria para la existencia del mundo. Pues el agua es esencial para la vida humana y para satisfacer todas sus necesidades, como dijeron nuestros sabios: “Dado que es sustento, por ello se estableció en la bendición del sustento”. Desde el contexto de la petición por lluvias de bendición, reflexionaremos desde otra perspectiva sobre el tema del sustento, la economía y la justicia social:
Lluvia, paz, santuario
Como hemos introducido, la lluvia no es solo un fenómeno natural, sino un símbolo de sustento y abundancia material con la cual somos bendecidos desde los cielos. Además, nuestros sabios afirman que “grande es el día de las lluvias” también en aspectos espirituales (“es más grande el día de las lluvias que la resurrección de los muertos… que el día en que se entregó la Torá… que el día en que se crearon los cielos y la tierra”, entre otros). Esto implica que la caída de la lluvia tiene un aspecto interno que va más allá del sustento material. Esto se puede relacionar con el hecho de que la lluvia (y todo el ciclo del agua) es en esencia un fenómeno de conexión entre el cielo y la tierra, una unión de lo espiritual y lo material. Así, la relación con el sustento y la abundancia material no puede limitarse a conceptos terrenales, sino que también debe basarse en valores celestiales, valores morales y divinos, definidos con precisión por el lenguaje de la interioridad de la Torá.
La reflexión sobre los valores adicionales relacionados con el ámbito económico comienza con un interesante indicio: Dios promete que al seguir Sus estatutos recibiremos todas las bendiciones necesarias. Las bendiciones de la parashá “Bejukotai” se dividen en tres principales, y respecto a cada una de ellas se dice “y daré” – “y daré vuestras lluvias a su tiempo… y daré paz en la tierra… y daré Mi santuario en medio de vosotros”. Todas las bendiciones están incluidas en la lluvia, ya que la palabra “lluvia” (גשם) es en realidad un acrónimo de las tres bendiciones: גשם (lluvia), שלום (paz), משכן (santuario).
El Baal Shem Tov, fundador del movimiento jasídico, explicó que la realidad está compuesta por tres dimensiones, conocidas como mundos, almas y divinidad. La dimensión de los mundos incluye toda la realidad material visible ante nuestros ojos. La dimensión de las almas es la conciencia interna de la creación, que se manifiesta en nuestras almas, que viven dentro de los mundos. La dimensión de la divinidad es la revelación de Dios, quien crea los mundos y se manifiesta ante las almas. La corrección completa es la unión de todas estas dimensiones, cuando los mundos se abren hacia lo alto, la divinidad se revela en la realidad terrenal y las almas se conectan entre sí, sirviendo como un puente entre los mundos y la divinidad.
Las tres bendiciones mencionadas –lluvia, paz, santuario– representan la plenitud de la bendición en cada uno de estos tres niveles: la lluvia, que simboliza la abundancia económica, es la bendición de la dimensión de los mundos. La paz es la unión de las almas entre sí. El propósito del santuario es la revelación de la divinidad en la realidad terrenal. Todas las bendiciones están incluidas en la lluvia, ya que el objetivo es la caída de la lluvia desde los cielos a la tierra – la revelación de los niveles superiores, las almas y la divinidad, dentro de la realidad material de los mundos.
Economía próspera, justicia social, misión divina
La visión tridimensional del mundo, compuesta por los tres objetivos-niveles de lluvia-paz-santuario, permite analizar adecuadamente la realidad actual:
Tras la bendición de “y daré vuestras lluvias a su tiempo”, la Torá detalla el progreso y la satisfacción que vienen con las lluvias. Sin embargo, para el pueblo de Israel no basta con el progreso económico; también necesita la bendición de “y daré paz en la tierra” – “podrías decir: ‘Aquí hay alimento, aquí hay bebida, pero si no hay paz, no hay nada’. Por ello se dice, tras todo esto, ‘y daré paz en la tierra’, de donde se deduce que la paz equivale a todo lo demás”. Por lo tanto, a pesar del progreso económico relativo en la tierra, existe insatisfacción con las desigualdades sociales y la forma en que se distribuyen los recursos. Falta la paz entre las almas, la unidad que permitirá que la abundancia fluya y se distribuya de manera correcta.
[No sorprende que los líderes de las protestas sociales tiendan también a vincularlas con la exigencia de paz entre las naciones. Sin embargo, es importante destacar que su concepto de paz es opuesto a la descripción de la Torá de “y daré paz en la tierra”, una descripción de seguridad personal que surge de la fortaleza y la victoria sobre los enemigos de Israel, y no de la rendición y el compromiso.]
Economía próspera, justicia social, misión divina (continuación)
Sin embargo, incluso aquellos que logran ascender del nivel de la lluvia-los mundos, que ven todo a través del prisma de la rentabilidad y el progreso económico, y llegar al nivel de la paz-las almas, con la demanda de solidaridad social, aún se quedan a mitad de camino. Para alcanzar una satisfacción plena en una realidad bendecida, debemos agregar un nivel más divino: es necesario basar la vida, tanto a nivel personal como colectivo, en una misión divina que implique la presencia de la Shejiná (la presencia divina) en Israel. Sin un propósito divino para el pueblo de Israel, el eje central de la vida se convierte inevitablemente en lo material y lo económico. En este caso, incluso la justicia, la moral y la solidaridad social decaen, limitándose a una demanda de repartir la “torta” de manera más equitativa, que no es más que un grito egoísta de “¡me lo merezco!”.
Del centro a la periferia
Ahora bien, en el contexto de la petición por las lluvias con la que comenzamos, las tres dimensiones de lluvia-paz-santuario se presentan como un círculo que se expande del centro hacia afuera:
Se comienza a pedir las lluvias el 7 de Jeshván. ¿Por qué se fijó un día aparentemente arbitrario, en un mes simple y sin festividades, como el día para empezar a pedir lluvia? Este cálculo se basa en la festividad de Sucot, en la que el mundo es juzgado por la abundancia de agua que recibirá durante el año. Al finalizar la festividad, cuando regresamos a nuestras casas protegidas, sería apropiado comenzar a pedir lluvia. Sin embargo, dado que en Sucot todo el pueblo judío ascendió al Templo, y al finalizar la festividad regresan a sus hogares, se debe esperar a que lleguen a salvo y no se mojen con las lluvias de bendición. Por ello, se espera quince días desde el fin de la festividad, hasta que el último judío haya llegado al extremo más alejado de la Tierra de Israel prometida – el río Éufrates. Solo cuando el judío más lejano llega a su hogar, el 7 de Jeshván, se comienza a orar por la caída de las lluvias.
Esto significa que todo comienza en el Templo, “Mi santuario en medio de vosotros”. Durante Sucot, en el Templo, se lleva a cabo la “fiesta de la recolección de agua” (Simjat Beit HaShoevá), de donde se extrae inspiración divina y espíritu de santidad para cumplir con nuestra misión durante el año. Cuando el pueblo de Israel se une en gran alegría, destacando la misión divina compartida y la misión personal derivada de ella para cada individuo, hay una verdadera paz entre las almas. La paz se manifiesta de manera tangible en la solidaridad entre todos los habitantes del país, cuando incluso los habitantes del centro no comienzan a pedir lluvia hasta que todos los residentes de la periferia hayan llegado a sus hogares en paz (y como se mencionó, la fortaleza interna del pueblo le otorga fuerza y seguridad, y una verdadera paz prevalece en todas las fronteras de la Tierra prometida, “desde el río de Egipto hasta el gran río Éufrates”). Cuando el Templo está en el centro, y la paz reina entre las almas, la abundancia económica es vista como una bendición de Dios, y por ende no como un fin en sí mismo, sino como un medio para cumplir nuestra misión. Solo entonces llega el momento de orar por la abundancia de lluvia y bendición derramada por igual sobre todos.
Abrir la Casa al Cielo
Para concluir, una última observación sobre la “protesta de las carpas”: la carpa es un símbolo del hogar privado de cada persona. Así, el regreso de la reunión en el Templo se describe en el versículo: “y al día siguiente (después de la festividad) regresarás a tu tienda” (y también el rechazo del Templo como nuestro centro divino se describe en el versículo: “cada hombre a su tienda, Israel”).
El orden descrito en relación con el pueblo de Israel en su conjunto también es aplicable a cada hogar individual: una familia necesita una existencia económica digna, pero esto no es suficiente. “Mejor es un mendrugo seco con paz que una casa llena de festines y discordia”; la abundancia económica no tiene valor si faltan la paz y el amor en el hogar. A diferencia de una relación basada en atracción y emoción, que se debilitan y desgastan con el tiempo, una sensación de misión divina compartida consolida la paz y el amor en el hogar a largo plazo. La sensación de los cónyuges de que están destinados el uno para el otro, que “la Shejiná está entre ellos” y que tienen un propósito compartido en la vida, los llena de alegría, les ayuda a superar sus diferencias y lleva la relación a una dinámica de desarrollo y progreso constante.
Sin embargo, las preocupaciones del día a día, las tensiones por el sustento y la administración del hogar, pueden desgastar la paz y el amor y hacer olvidar los grandes objetivos. Por ello, es necesario salir del hogar a una “protesta de carpas”. La festividad de Sucot, durante el tiempo de la cosecha agrícola, es el recordatorio anual de que un hogar y abundancia económica no lo son todo. Pero la sucá, a diferencia de la carpa, está abierta al cielo y eleva la mirada hacia las estrellas que brillan a través del sájaj (techo de la sucá). La sucá es como un pequeño Templo, donde volvemos a abrirnos hacia la misión divina, renovando el amor y la paz en una “Sucá de Paz”. Solo entonces, “después de las festividades”, podemos regresar con nuevas fuerzas a la realidad cotidiana, “ventilarla” y abrir espacios en ella para la bendición de Dios que se derrama sobre nosotros desde los cielos.