“נֹשֵׂא עָוֹן – Nosé Avón”
Razi nos contará adónde “lleva” Hashem todos nuestros pecados.
Escrito por: Shilo Ofan
¡Shalom, niños!
¡Llegamos al punto culminante! Tras los treinta días del mes de Elul, en los que el Rey estuvo con nosotros en el campo; después de Rosh Hashaná, cuando el Rey entró a Su palacio y fue coronado como Rey sobre nosotros; los Diez Días de Teshuvá ya están por terminar, y ahora hemos llegado al día especial, “una vez al año”: ¡Yom Kipur!
Quien tiene el mérito de participar en el recitado de las Seliot nota de inmediato la plegaria principal que se repite una y otra vez, sin importar el rito de la oración: los Trece Atributos de Misericordia. Pero en Yom Kipur es algo diferente: los recordamos en cada una de las plegarias de este día santo. No es de extrañar, pues en este día Moshé Rabenu los recibió de Hashem; por lo tanto, está claro que este es el día más apropiado para recitarlos y para que produzcan su efecto: despertar sobre nosotros la misericordia de Hashem, bendito sea.
De entre los trece atributos, hoy quiero que conozcamos un poco más a fondo los últimos de la lista: describimos allí a Hashem como Aquel que “lleva la iniquidad, la rebeldía y el pecado” (nose avón vafesha vejattá). ¿Qué significa? ¿A dónde “lleva” Hashem todos estos?
¿Qué estás adelantando?
Fue al final del recreo de las 12:00. El timbre anunció el comienzo de la siguiente clase y todos salimos corriendo del patio. Había que alcanzar a beber algo y pasar por el baño antes de que el moré Tzají entrara al aula, porque con él no hay salidas desde el inicio hasta el final de la clase. Imagínense cómo se ve una fontanilla con solo cuatro grifos cuando veinte niños se empujan a la vez, cada uno queriendo ser el primero. Como soy bastante bueno corriendo, llegué de los primeros a la fila. Delante de mí sólo había cuatro niños.
“¿Dónde está Rafael? Alguien lo está buscando”. Rafael, de cuarto grado, era el chico que estaba delante de mí en la fila. Dudó un instante —lo noté—: si salía un momento, perdería su lugar y tendría que irse al final, pero quizá aún alcanzaba a salir, ver de qué se trataba y volver. “Estoy delante de ti”, me dijo Rafael; “¿puedes guardarme el lugar?”. “Sí, claro”, le respondí, “pero vuelve rápido: no hay lugares reservados”. Medio minuto pasó, y Shmulik, el segundo de la fila, ya estaba por terminar y dejar su lugar a Rafael, el siguiente. Giré la cabeza hacia atrás y he aquí que Rafael entraba justo entonces, solo que en ese mismo segundo se abrió paso hasta el grifo un chico de sexto y ocupó su lugar. “¡Eh, chico, es su turno!”, le grité, pero decidió ignorarme: simplemente abrió el grifo y empezó a beber.
¿Qué fue lo que hice ya?!
Les ahorraré la descripción de la pelea que estalló en los siguientes minutos… Lo que sí quiero contarles es el “juicio” que llevó a cabo su madrij/educador, que vino a ocuparse del incidente y apagar el incendio que se había desatado. Pidió que pasáramos todos los involucrados y testigos —incluido yo— a su sala, y comenzó a investigar el evento con detalle.
Lo que nos asombró a todos fue la ingenuidad fingida de ese chico: “¿Qué quieren? Rafael salió, perdió su turno”. “Sí, pero viste que ya había vuelto”, le respondió Yaki, que estaba primero en la fila. “No lo vi”, se justificó el chico. Extraño; a mí me pareció que sí lo vio muy bien. “No lo viste, pero seguro lo oíste; ¡te grité!”, le repliqué. “No escuché”, siguió haciéndose el inocente. De repente también tenía problemas de audición… “Pero no entiendo”, insistió el educador; “aunque no viste ni oíste, ¿por qué tú tenías que ocupar su lugar? ¡Tú ni siquiera estabas en la fila!”. “Justo nos iban a empezar una prueba; entonces mi turno ‘adelanta’, ¿no?”. En ese punto todos estallamos: ¿de dónde sacaba esos argumentos? ¿Acaso nosotros no teníamos cosas urgentes?
Una justificación que irrita
Entonces el educador pidió que saliéramos: “Quiero hablar contigo a solas”. No tengo idea qué se dijo adentro ni me interesaron los resultados de la charla, pero sí puedo describir la sensación afuera, no solo la mía sino la de todos. Notamos un fenómeno interesante: no sé qué pensaba ese chico al intentar venderse a sí mismo —y a nosotros— sus excusas; pero cuanto más se atrincheraba en su postura y la justificaba, más nos irritaba.
¿Qué creen que habría pasado si, en lugar de excusas y justificaciones ese niño hubiera dicho algo como: “Es verdad, vi y oí, realmente no estuvo bien. Perdón”? Supongo que a la mayoría se nos habría pasado el enojo bastante rápido. Creo que incluso Rafael habría aceptado la disculpa: “Está bien, todos somos humanos; a veces también nosotros nos equivocamos”.
¿Y nosotros? La verdad es que ese chico no es un fenómeno tan raro. También nosotros a veces actuamos así. Por lo general, cuando nos equivocamos o hacemos algo indebido, tendemos a justificarnos: explicar por qué tenemos razón, por qué el acto “no fue tan grave”, o por qué “no fue culpa nuestra”. ¿Saben qué significa la palabra “lehitztadek” (justificarse)? Como “lehitkaleaj” es “ducharse a sí mismo” y “lehitlabesh” es “vestirse”, “lehitztadek” es “hacerse tzadik” (justo). Pero si de verdad tengo razón, ¿por qué necesito “hacerme” justo? Parece que no estoy tan seguro… Por eso, entre jasidim se acepta que un jasid verdadero nunca quiere “tener razón”; quiere ser siempre bueno.
“Carga” y “lleva la iniquidad”
¿Cómo se vería la petición de perdón de ese “justificador” ante Hashem? Diría algo así: “Hashem, hice tal y tal cosa, y en verdad no estuvo bien, pero no es del todo mi culpa…”, y empezaría a enumerar sus excusas. Claro que así no se hace teshuvá. “¿Viniste a explicarme cuán justo eres? Si es así, ya te las arreglas solo; no me necesitas. Muy bien, adelante, arréglate sin Mí…”.
Pero cuando un judío pasa de ‘tener razón’ a ser ‘bueno’, entiende enseguida dónde está el problema: en mí, no en nadie más. Se dirige a Hashem y le dice: “Dueño del mundo, yo, y solo yo, soy el responsable; eso está claro. No intento sacarme la responsabilidad de encima. Pero, ¿quién me ayudará a cambiar? Hashem, necesito Tu ayuda; solo Tú puedes ayudarme”.
¿Y cómo responde Hashem a ese judío? Por supuesto, Hashem, bendito sea, “lleva la iniquidad”: toma todo el peso de la responsabilidad sobre Sí mismo. Mira con ojos de misericordia a ese judío y, por así decir, se dice: “No está intentando evadir; de verdad le cuesta. No puede solo. ¿Tal vez yo cargué sobre él demasiado? ¿Acaso Yo ‘tengo culpa’ de esto?”. Hashem descarga de sobre el judío que retorna en teshuvá el peso de la carga, y de inmediato le perdona y lo absuelve.
¡Que tengamos el mérito de volver con teshuvá completa!
¡Gmar Jatimá Tová para todos!
Razi




