Cada mes del año está asociado a un sentido. El sentido del mes de Tamuz es la vista.
El mes de Tamuz es la época del año para rectificar nuestro sentido de la vista.
La rectificación de la vista (en el plano espiritual, que se manifiesta en el plano físico como buena visión) conlleva dos polos complementarios: Ver la providencia Divina en nuestra vida y ver el bien en cada uno.
“Veré a Dios [en la tierra de los vivos]” ([אראה יה [בארץ החיים) se interpreta como que expresaré mi agradecimiento a Dios por Su providencia sobre mí.
La Providencia (en contraste con lo que parece ser puro azar y causalidad determinista) a menudo se alude con el término “sincronicidad”. Hay más en lo que nos sucede en nuestras vidas de lo que se ve a simple vista (externo). Hay participación desde el exterior. Si hay participación, entonces a alguien le importa, y ese alguien es Dios. Él se preocupa por nuestro bienestar, tanto físico como espiritual. Él siempre está obrando milagros en nuestras vidas, que en su mayor parte no vemos. Tamuz es el mes para empezar a ver.
Todo ser humano tiene cosas buenas y malas. Tamuz es el mes para nutrir el sentido interior de concentrarse únicamente en el bien del otro (de Dios se dice que, aunque ve nuestra iniquidad no se concentra en ella, sino que se concentra en nuestro bien. Debemos aprender de Dios.) Esto se refiere a poseer un “buen ojo” (que es la fuente tanto de recibir bendiciones como de bendecir a otros). Cuanto más observamos el bien en los demás (y reprimimos el mal), más sacamos a relucir en ellos su bien latente.
Se dice que Dios nos creó con dos ojos para ver lo bueno en los demás (con el ojo derecho) y para ser críticos con nosotros mismos, para ver lo que requiere rectificación (con el ojo izquierdo). Este es un estado de equilibrio necesario, porque sin reconocer lo malo en nosotros mismos no podemos apreciar lo bueno en los demás.
Con respecto a la Providencia Divina también necesitamos dos ojos, uno (el ojo derecho) para ver las maravillas reveladas que Dios hace con nosotros y otro (el ojo izquierdo) para ver que las cosas que nos suceden y que no parecen buenas, también son para nuestro bien eterno (en realidad derivan de un nivel de bien superior a las maravillas reveladas).
Nuestra fe en que todo lo que nos sucede es para nuestro bien eterno (porque todo proviene de Dios, que es la esencia del bien) transforma el mal aparente en bien revelado. En última instancia, ambos ojos se vuelven uno. En Cabalá, se hace referencia a este fenómeno como alcanzar el nivel de “el Anciano”, Atika (עתיקא) de quien se dice, “no queda nada en el Anciano, todo [tanto a la derecha como a la izquierda, a medida que evolucionan en niveles inferiores] está bien.” Lo que parecía malo ahora se manifiesta como el mayor bien: “todo está bien”.
Y lo mismo con respecto a nuestra propia observación y la de los demás. En última instancia, todo se vuelve correcto – al rectificar nuestro mal, ya no necesitamos mirarnos a nosotros mismos en absoluto. Sólo vemos lo bueno en todo (el ojo derecho), incluyéndonos a nosotros mismos como parte inseparable de todo (el ojo izquierdo), porque todo refleja a Dios, el Creador.
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