La fase educativa de la integración se refiere a la unión con Dios, quien es la “Nada Verdadera”. Dado que el proceso de desarrollo de nuestra relación con Dios consiste en imitar o emularLo, debemos disolver nuestro sentido de ser “algo”, o sea, nuestro ego e interés personal. Nos acercamos a Dios en la medida en que abdicamos de nuestro apego a la individualidad y el egoísmo.
Identificamos erróneamente el crecimiento espiritual como un proceso de adquisición, ya sea de poderes místicos, técnicas o realizaciones, etc. Pero en realidad es todo lo contrario. Es un proceso de desmantelamiento y descarte de lo más sobresaliente de nuestro sentido inflado del ser y de desembarazarse de una capa tras otra del ego.
Si la humildad nos brinda intimidad con Dios entonces la tarea educativa mas inmediata y esencial es enseñar al estudiante a ser generoso. ¿Por qué generosidad? Porque el habito de dar debilita el ego. Afloja los nudos impenetrables y oscuros de egoísmo que nos impiden entregarnos completamente a Dios. Moises alcanzo los más altos niveles de profecia porque fue quien encarno este estado de humildad, como lo indica su declaración al pueblo, que usualmente se traduce del hebreo como: “¿Y que (mah) somos?”, pero que en el sentido más literal realmente dice: “Y nosotros somos que (mah)”.
El momento más propicio para profundizar la sumisión a Dios es durante la plegaria silenciosa de la amida. Pero esto es paradójico. La amida, que es una lista de pedidos y deseos, podría aparecer como una auto gratificación y de las preocupaciones del ego por su propio bienestar físico, causando así nuestra separación de Dios. Pero dicen nuestros sabios que esta plegaria nos trae a un “cara a cara” con Dios, en un máximo estado de intimidad y unión imposible conseguir por otros medios. Como, en un sentido espiritual, las cosas se llaman cercanas si son semejantes y distantes si son diferentes, la amida debe reconciliar y armonizar de alguna manera los dos polos del ser humano -el cuerpo hecho del “polvo de la tierra” y el alma de origen celestial- por eso la persona que reza expresa exactamente lo que significa ser “creado a imagen de Dios”.
Cuando nos presentamos ante el Infinito, en la amida, manifestando nuestras peticiones con la mayor sinceridad posible, en realidad estamos pidiendo aquellas cosas que también representan el deseo de Dios para el mundo. Dios quiere que Lo conozcamos, que retornemos a El, que Israel sea redimido. El cumplimiento de estas peticiones seria la realización del propósito de Dios al crear el mundo. Por eso cuando aprendemos a desear de verdad estas cosas y a expresar nuestras plegarias con intención y concentración, nuestros deseos personales se alinean con la voluntad divina y se disuelven en ella. En ese momento, abarcamos la paradoja de la existencia física y la auto aniquilación, la autoafirmación y la entrega total a Dios. Unimos lo material con lo espiritual, encarnando ambas realidades antitéticas simultáneamente.
De esta manera, la inspiración y la integración, como etapas complementarias y secuenciales de la educación, reflejan los dos elementos correspondientes de la sabiduría (joj/ma) “gusto” y “desinterés”. De esto aprendemos que la sabiduría se adquiere en dos etapas, que también son paralelas a la inspiración y la integración.
La primera es a través de la devoción, que requiere de nosotros buscar la verdad con pasión inclaudicable. Haciendo esto, refinamos y fortalecemos nuestra capacidad de detectar la verdad, un prerrequisito esencial para la sabiduría.
A continuación, debemos cultivar el estado íntimo de auto desinterés, lo que se consigue sometiendo nuestra voluntad a la voluntad de Dios, dando a los demás en cada ocasión posible y nulificando nuestro ego de manera que nuestra “alma sea como el polvo frente a todo”.
Si nos volvemos como un desierto, secos de ego, entonces las leyes de Dios como están expresadas en la Tora –que son comparadas con el agua porque descienden hacia los lugares más bajos- fluirán y nos llenarán con sabiduría. Esta es la definición de sabiduría y la tarea más importante de la educación.