Bajo la superficie del alma del hombre, los demonios juguetean, proyectando una sombra sobre la perfección del alma. Estos demonios son lujurias, situaciones imaginarias, ansiedad, cicatrices del pasado y más. ¿Cómo podemos lidiar con estos ‘demonios’? ¿Tenemos que revelarlos y enfrentarlos cara a cara? ¿O es mejor suprimirlos de nuestra conciencia tanto como sea posible? Por un lado, es más fácil protegerse de un demonio patente – limitar su influencia y transformarlo en bueno. Por otro lado, en cuanto el demonio aflora, se concreta y tiene presencia, es mucho más difícil de eliminar.
La mayoría de las personas no tienen la capacidad de alcanzar un nivel de rectificación y endulzamiento de sus ‘demonios’ (llamado ascenso de los atributos en palabras del Ba’al Shem Tov). Por lo tanto, el Rebe de Lubavitch nos indicó, la regla principal en el servicio Divino de una persona es alejar sus pensamientos de sus temores. No debe darles ningún lugar, no debe tratar de interpretar sus sueños, liberar su imaginación, profundizar en traumas pasados o incluso intentar rectificar las manchas sexuales de su adolescencia (siempre y cuando no sea lo suficientemente maduro para hacerlo). Dios nos dio el don del olvido, y debemos usarlo al máximo – lo cual no es desdeñable– para olvidar el pasado, cumplir nuestro rol en el presente y avanzar hacia un futuro mejor.
Sin embargo, no hay regla que no tenga sus excepciones. En una situación perfecta y rectificada, tratar con el ‘demonio’ nos ayuda a liberarnos de él, e incluso a redirigir sus energías caóticas hacia asuntos sagrados. Por lo tanto, el servicio Divino de los tzadikim, por el poder de la Torá, es profundizar en lo negativo y llevarlo a una rectificación completa. “Y Tu nación son todos tzadikim”, y así, cada persona puede – en ciertas circunstancias – desempeñar el servicio Divino de tzadikim.
Cuando una persona tiene un bien consejero, experimentado y basado en la Torá, que asume la responsabilidad de salvaguardarlo de la confusión y las definiciones borrosas – puede, con su guía, elevar las cosas a su conciencia y tratarlas correctamente. Un ejemplo de esto está en el ámbito de la educación: por un lado, los ‘demonios’ de los niños suelen ser simples y menos complejos, básicos, deseos ingenuos y miedos elementales. En cambio, para el niño, su padre o maestro es sin duda un guía adecuado, que puede lidiar con esas características. Por lo tanto, muchas veces, cuando nos encontramos con el deseo de un niño, debemos permitirle que lo realice, en el contexto correcto, de la manera adecuada y en una dosis inofensiva. Le permitimos elevarlo a su conciencia, tratarlo, procesarlo y refinarlo e incluso usarlo para el bien. De la misma manera, a menudo vemos adultos en nuestra era que, después de haber satisfecho todos sus deseos y descubierto que están vacíos, se animan a arrepentirse y volver a Dios.
¿Cómo sabemos qué método elegir? Los sabios nos instruyen que el brazo izquierdo debe usarse para distanciar (reprimir) y el brazo derecho más fuerte debe usarse para acercar (revelar y rectificar). Cuando una persona está en un lugar emocionalmente contraído, sus pensamientos giran constantemente en torno a sí mismo y su miedo al mal – debe suprimir sus demonios y esperar que la eliminación de sus pensamientos los entierre profundamente en las profundidades. Sin embargo, una persona que confía en el triunfo del bien, que está llena de amor por todos y que amerita una percepción sobre la forma de rectificar su situación, puede hacer elevar a esos “demonios” a su conciencia, encontrarlos y eventualmente rectificarlos. Como en muchos otros ámbitos, la clave para la rectificación es el pensamiento positivo. No tengas miedo de tus demonios imaginarios y no te controlarán. Piensa positivamente y todo será positivo – y los superarás.
Foto por Tanya Trofymchuk en Unsplash