Audio meditación Vaietzé 5780 –
Rajel y Leá representan dos perspectivas diferentes.
Iaacov necesitaba de ambas para construir su hogar.
Extraído del libro que pronto será publicado por el rabino Ginsburgh:
“La Dimensión Interior”.
En la porción de Torá de Vaietzé, Iaacov se casa con Lea y luego con Rajel, y nacen once de sus doce hijos, las doce tribus de Israel. Cuando nació Iosef, Rajel le dio su nombre diciendo: “Que Dios me agregue otro hijo”, aludiendo al nacimiento de Biniamín, el duodécimo hijo de Iaacov.
La base del pueblo de Israel es la familia en el hogar. Vemos que los hogares de Abraham e Itzjak incluyeron a Ishmael y Eisav, elementos extranjeros que finalmente fueron alejados. Pero la familia de Iaacov representa al “hogar judío” consumado del cual ha evolucionado el pueblo judío. La casa es la constante en el pensamiento e inconciente del judío. Así, Iaacov fue el primero en referirse al Monte del Templo como una “casa de Dios”. En la siguiente porción de la Torá dice que Iaacov “se construyó una casa”. La Torá y los Profetas se refieren a todo el pueblo judío como la “Casa de Iaacov”. Iaacov tiene una relación especial con su casa y su hogar.
Cada detalle mencionado sobre el desarrollo de la casa de Iaacov tiene un gran significado, y aquí nos enfocaremos en la diferencia entre sus dos esposas, Rajel y Leá para ver los diferentes matices que encontramos en toda familia.
¿Dos madres?
Desde el punto de vista de Iaacov, él amaba a Rajel y quería que ella fuera su esposa, por eso trabajó un total de catorce años cuidando los rebaños de Labán para casarse con ella.
En cambio, Leá entró en la casa de Iaacov sin su consentimiento explícito. A pesar de que se casó primero con ella, siempre permaneció en segundo lugar, como Rashi comenta en el versículo: “Llamó a Rajel y Leá, primero llamó a Rajel y luego a Leá, porque Rajel era el pilar de la casa”. Leá era “despreciada” dice el salmista, al menos en comparación con Rajel.
Sin embargo desde la perspectiva Divina Leá tiene un estatus relativamente superior. Las tribus que nacieron de Leá constituyen la base del pueblo judío y constituyen la mayoría en términos numéricos. Las tres “coronas” otorgadas al pueblo judío se otorgaron a los hijos de Lea (la corona del sacerdocio, la corona de la Torá y la corona del reinado). Los cohanim (sacerdotes) y levitas elegidos para servir a Dios eran de la tribu de Leví. Moshé, quien recibió la Torá directamente de la boca de Dios, también era de la tribu de Leví. La tribu de Iehudá, otro de los hijos de Leá, recibió la “corona del reinado”, y el rey David y su dinastía de monarcas descendían de él. Además desde el exilio de las diez tribus al final del período del Primer Templo, se perdieron para Israel las tribus de Menashé y Efraím, nacidas de Iosef el hijo de Rajel. La mayoría del pueblo judío de hoy desciende de la descendencia de Leá, incluso la palabra hebrea que significa “judío” (יְהוִּדִי, iehudí) deriva del nombre de la tribu de Iehudá (יְהוָּדָה).
Sin embargo, como Iaacov, también estamos muy unidos a Mama Rajel. Ella espera nuestro regreso del exilio, como dice el Profeta: “Rajel llora por sus hijos que no están”. Incluso aquellos judíos que no descienden directamente de Rajel son considerados sus hijos.
Rajel y Leá son nuestras matriarcas junto con Sará y Rivká, por eso todos los judíos son igualmente bienvenidos a rezar en la tumba de Rajel en Beit Lejem o en la tumba de Lea en la cueva de Majpelá en Hebrón. Podemos recurrir a cualquiera de ellas como lo haríamos con nuestra propia madre, como un bebé en los brazos de su madre, o un niño perdido que finalmente encuentra su camino a casa. En general, cada tribu está incluida en todas las demás y cada una incluye facetas de las otras. Por lo tanto, todos somos hijos de Leá y Rajel.
Estos dos pilares de la casa de Iaacov, Rajel y Leá, son los cimientos más profundos del pueblo judío. Cada una brinda su aporte único e indispensable.
Un mundo oculto y un mundo revelado
La Torá dice que Rajel tiene: “Hermosos rasgos y un semblante hermoso”. Estas cualidades son evidentes para todos los que la ven, pasa su tiempo al aire libre pastoreando sola las ovejas de su padre.
Leá se queda en casa. Todo lo que sabemos sobre ella es que sus ojos son “suaves”. Esto no significa que no sea hermosa, pero su belleza no es tan evidente como la de su hermana menor. Rashi explica que los ojos de Leá eran suaves por el llanto, una cualidad apropiada para alguien de naturaleza introspectiva.
De acuerdo con la interpretación literal de los versos, la Cabalá y el Jasidut explican que Rajel representa la dimensión revelada de la realidad, mientras que Lea representa su dimensión oculta. Una ilustración de la diferencia entre estas dos dimensiones es la distinción entre el mundo de la halajá, la ley judía, que representa la dimensión revelada de la Torá, y el Midrash, la Cabalá y el Jasidut, que representan varios niveles de la dimensión interior más oculta de la Torá.
Las relaciones de Iaacov con Rajel y Leá también reflejan los aspectos revelados y ocultos de la realidad. Iaacov se siente conscientemente atraído por Rajel y la identifica como su compañera en la vida, es su esposa revelada. Leá en cambio está escondida de Iaacov, no está en primer plano en su conciencia. Incluso en su boda con Leá, él creía que se había casado con Rajel, no se dio cuenta de su verdadera identidad hasta la mañana. Iaacov se sentía atraído por el aspecto revelado del mundo y, por lo tanto, se sentía atraído por Rajel. No estaba tan enamorado de la dimensión oculta de la realidad, razón por la cual no tuvo especial interés en Leá.
Esto nos lleva a profundizar en un interrogante personal
¿Dónde puedo encontrar a Dios?
Dios es el más oculto de todos. Uno podría imaginar que solo las personas que entienden Sus misterios se sentirán cerca de Él, no esperamos que encuentre la misma cercanía con Dios quien que está involucrado con el mundo material y su impresión obvia en nuestros sentidos físicos. Pero esto es un error, la conexión con lo Divino es igualmente posible tanto para los involucrados con la dimensión interior como la exterior de la realidad. No obstante, la conexión que cada tipo forja con el Creador tiene una fuerza vectorial diferente.
Quien tiene una tendencia hacia las dimensiones ocultas de la realidad se identifica con la raíz del alma de Leá, necesita dirigirse hacia lo Alto para contemplar lo Divino abstrayéndose más y más de la materia física. Esta persona se da cuenta cada vez más de que en el mundo en que vivimos Dios es invisible. La materialidad oculta su origen Divino, por eso la raíz de su alma se siente atraída por las dimensiones ocultas, porque allí, paradójicamente Dios es más evidente. Sin embargo, tal persona nunca alcanzará su objetivo final, porque cuanto más se eleva en la búsqueda para resolver el profundo misterio de Dios, llega cada vez más alto y allí le esperan más niveles ocultos y misteriosos. Sin importar cuán alto se eleve, Dios permanece infinitamente más allá de su alcance. Este es el secreto de los suaves ojos de Leá, ojos que contemplan tanto los secretos de Dios que se cansan de mirar al infinito.
Por el contrario, un individuo cuyas sensibilidades lo conducen a la dimensión material revelada de la realidad se identifica con la raíz del alma de Rajel. Tal persona cree que “los secretos son para Dios, nuestro Dios y las cosas reveladas son para nosotros y para nuestros hijos”. Sin embargo, ellos también pueden descubrir la presencia de Dios aquí mismo en nuestro mundo revelado. ¿Cómo? Al observar los mandamientos de Dios. La primera ley en el Shulján Aruj, el código de la ley judía, es para encontrar a Dios: “[El versículo] ‘Puse a Dios delante de mí en todo momento’ es un gran principio en la Torá y el nivel alcanzado por los justos que caminan delante de Dios”.Esta es una meditación práctica que se adapta a la persona realista: donde quiera que esté, haga lo que haga, está en presencia de Dios. Aquí no hay misterios involucrados, la idea es simple y al grano.
Puede que no sea fácil vivir con esta conciencia constante de lo Divino, como vimos es “un nivel alcanzado por los justos que caminan delante de Dios”. Sin embargo, la tarea del realista es reforzar la santidad que yace oculta en la realidad mundana, hasta que llegue a la conciencia de que Dios se manifiesta en todo lo que hace. En esta línea, el Rebe Levi Itzjak de Berditchev cantaba su canción Dudele (“du” en idish significa “tú”): “arriba, Tú; abajo, Tú; al este, Tú; al oeste, Tú; al sur, Tú; al norte, Tú. Dondequiera que miro, estás Tú, Tú y otra vez Tú”.
Iaacov necesita tanto a Rajel como a Lea
Iaacov “moraba en la tienda”, estudió la Torá durante catorce años antes de continuar su viaje para encontrar una esposa. Durante todo ese período se privó de dormir. Sin embargo su interés principal estaba en la realidad mundana, por eso se sintió atraído por Rajel y no por Leá. La meditación interminable sobre los secretos de Dios es un pasatiempo agradable, pero el mundo revelado requiere rectificación. El Jasidut explica que la redención depende de “la construcción del partzuf o rostro cabalístico de Rajel”. La dimensión oculta ya está rectificada, nuestra tarea principal es rectificar la realidad mundana.
Sin embargo, Dios quería que Iaacov se casara también con Lea. Esto nos enseña que nunca debemos descartar nuestro interés por la dimensión oculta, en última instancia, debemos incorporarlo en los aspectos revelados de la realidad. Si parece suficiente simplemente ser conscientes de que Dios es el Rey, sin experimentar la vida del mundo interior, es probable que nos veamos arrastrados a tentaciones materiales. Debemos profundizar cada vez más en los misterios de la Torá para comprender las profundidades ocultas de su océano, y cuando regresamos a la realidad mundana después de ese viaje, lo vemos bajo una nueva luz. El Rebe Levi Itzjak de Berditchev podía cantar su sencillo Dúdele solo porque estaba sinceramente apegado al mundo oculto, y veía a Dios en cada uno de sus aspectos.
En la misma medida en que profundizamos en aquello que no se ve a la vista, no podemos prescindir de buscar el aspecto Divino que se encuentra dentro del mundo físico en la vida cotidiana. Por maravillosa que sea la meditación de Leá sobre los secretos de Dios, la conciencia directa de Rajel de “pongo a Dios delante de mí en todo momento” es aún más cautivante. Su inocente sorpresa es tomar conciencia de nuestra distancia infinita a Dios. Esto es aún más encantador que reflexionar sobre las luces y los mundos de las esferas superiores, donde Dios parece estar más cerca y más accesible.
Al elevarnos más alto, absorbemos infinitamente más Divinidad. Cada logro finito es una gota en el océano con referencia al infinito. Rajel entiende que en lugar de elevarse hacia el cielo para descubrir “luces elevadas” necesitamos ver la esencia de Dios que ilumina la realidad mundana. Rajel, aún más que su hermana, nos enseña la maravilla de Dios.
Misterio y maravilla
Meditar en la dimensión oculta de la Torá revela la “luz trascendente” de Dios. Esta es la luz que rodea la realidad, pero nunca podemos integrarla por completo. Meditar sobre las enseñanzas reveladas de la Torá revela la “luz inmanente” de Dios, la luz que llena la realidad y es inmediatamente accesible para el intelecto.
En hebreo, el valor numérico de “trascendente” (סוֵֹבֵב, sovev) es 70, que también es el valor numérico de “secreto” (סוֹד, sod). El valor numérico de “inmanente” (מְמֵַלֵא) es 111, que también es el valor numérico de “maravilla” (פֶּלֶּא). Leá es, por lo tanto, la “mujer del misterio”; Rajel es la “mujer de la maravilla”.
Cuanto más nos elevamos hacia la luz trascendente, más profundos son los misterios que revelamos. El simple reconocimiento de que la luz inmanente de Dios es su reino en la tierra revela la tremenda maravilla, a Dios mismo, que elige nuestro mundo y lo recrea en cada momento.
Así dice la meguilat Rut: “Casa de Iaacov, vámonos y seguiremos a la luz de Dios”. Que podamos unirnos a Rajel con Lea en la casa de Iaacov. Crezcamos con la maravilla de la luz inmanente de Dios e infundámonos con el secreto de su luz trascendente. Al igual que Rajel y Leá, “quien construyó juntos la casa de Israel [es decir, Iaacov]”, entonces, al estudiar la Torá revelada junto con los misterios de la Torá, se manifiesta la perfecta Luz Infinita de Dios.
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