LA CABALÁ DEL ARIZAL
LIBRO BAMIDBAR
Rabi Itzjak Luria (1534-1572), reconocido como el más grande cabalista de los tiempos modernos, se conoce comúnmente como el ARI, un acrónimo que significa Elohi Rabi Itzjak, el Divino Rabí Itzjak. Ningún otro maestro o sabio tuvo nunca esta letra alef extra, de Elokí, Divino, precediendo a su nombre. Esta es una señal de lo que sus contemporáneos pensaban de él. Las generaciones posteriores, temerosas de que esta denominación pudiera ser mal interpretada, dijeron que esta alef representaba Askenazi, indicando que su familia se había originado en Alemania, como en efecto lo había hecho. Pero el significado original es el correcto, y hasta este día Rabi Itzjak Luria es conocido universalmente como el «Sagrado Ari».
El Ari nació en Jerusalén en 1534. Cuando tenía ocho años fue reconocido como un niño maravilla, un prodigio que ya eclipsaba a las mentes más brillantes de Jerusalén. A esta tierna edad ya había dominado las complejidades del Talmud y memorizado docenas de volúmenes.
El padre del Ari murió cuando aún era un niño. Bajo la presión de la pobreza, su madre fue a Egipto, donde vivieron junto a su hermano, Mordejai Frances, un rico agente de impuestos. La resplandor del Ari siguió brillando. El joven prodigio fue puesto bajo la tutela del Rabino Betzalel Ashkenazi (1520-1592), más conocido por su importante comentario talmúdico, el Shitá Mekubetzet (Sistema Abarcador). También hay evidencia de que el joven también estudió con el gran Radbaz, Rabi David ben Zimri (1480-1573) que era entonces el rabino principal de El Cairo. Para cuando tenía quince años su habilidad en el Talmud había sobrepasado a todos los sabios de Egipto. Según un relato fidedigno, el propio Ari también escribió un gran comentario talmúdico en aquella época. Si no hubiera permanecido más que un estudioso del Talmud, se habría unido a las filas de los más grandes de todos los tiempos.
En esa época se casó con la hija de su tío. A los diecisiete años de edad descubrió el Zohar, obteniendo su propia copia manuscrita. A continuación, se pasó quince años meditando, primero con su maestro, Rabi Betzalel Ashkenazi, y luego solo alcanzando los más altos niveles de santidad. Con el tiempo, pasó dos años meditando en una cabaña cerca del Nilo, completamente aislado, sin hablar con ningún ser humano. La única vez que regresaba a casa sería en la víspera del shabat, poco antes de oscurecer. Pero incluso en casa no quería hablar. Cuando le era absolutamente necesario decir algo, lo diría con el menor número posible de palabras, y sólo en la lengua sagrada.
Está aceptado que el Ari se volvió digno de Ruaj HaKodesh. A veces, Eliahu se le revelaba y le enseñaba los misterios de la Torá. Cada noche su alma ascendía al cielo, los ángeles lo escoltaban preguntándoles que Academia elegía para visitar, a veces la de Rabí Shimón Bar Iojai. También visitó las academias de Rabí Akiba y Rabí Eliezer el Grande, y en ocasiones las academias de los antiguos profetas.
Al final de este período recibió una orden del profeta Eliahu de ir a Tierra Santa. Llegó entonces a Safed durante el verano de 1570, y comenzó ocultando sus dones por completo. Sólo estuvo un corto tiempo cuando el Ramak (Rabí Moshé Cordovero 1522-1570), el jefe de los cabalistas de Safed, murió el 26 de junio de 1570 (23 de Tamuz, 5330). Al seguir el cortejo fúnebre recibió la señal indudable de ser el sucesor de gran cabalista, el Ari vio una columna de fuego divino que seguía el cortejo, y así se estableció como el nuevo líder.
El Ari falleció el 15 de julio 1572 (5 Av, 5332), apenas dos años después de haber llegado a Safed. Durante su breve estancia allí reunió un grupo de aproximadamente una docena de discípulos, con Jaim Vital a la cabeza, y ellos siguieron reseñando sus enseñanzas. Rabi Jaim las puso por escrito en su mayoría. Sus principales obras son el Etz Jaim (Árbol de la Vida) y Pri Etz Jaim (El Fruto del Árbol de la Vida), así como los Ocho Portales, que se ocupan de todo desde el comentario de la Biblia hasta la inspiración divina y la reencarnación.
El Ari también fue autor de los poemas litúrgicos «Azamer Bishvajin», «Asader Lisudata» y «Benei Heijala», cantados respectivamente en las tres comidas de Shabat, incluídos en casi todos los libros de oraciones jasídicos y sefardíes.
A las enseñanzas del Ari se les ha otorgado la condición de autoridad primaria, al mismo nivel que el mismo Zohar. Cada costumbre del Ari fue analizada, y muchas fueron aceptadas, incluso en contra de la práctica anterior. El gran codificador polaco, Rabí Abraham Combiner (1635-1683), autor del Maguén Avraham (Escudo de Abraham), toma las costumbres personales del Ari como precedentes legalmente vinculantes. Al decidir las controversias que se habían quedado sin resolver durante siglos, a menudo se cita la costumbre del Ari como la autoridad final. El hecho de que el Ari hubiera actuado de cierta manera era suficiente para convencer a este legalista inflexible que ésta era la opinión correcta.
Hay un número selecto de individuos que viven en un plano tan alto, por encima del resto de la humanidad, que parecerían ser especies completamente diferentes y superiores de seres. Ellos enseñan, pero nosotros captamos muy poco, y de las pocas migajas que recogemos, podemos construir montañas. Una persona así fue Rabí Itzjak Luria, el santo ARI, el León de Safed.
(compilado de Meditación y Cábala del rabino Arie Kaplan y de otras fuentes)
Rabí Jaim Vital Jaim escribe en la Introducción al Shaar HaHakdamot:
El Ari rebosaba de Torá. Fue un experto absoluto en las Escrituras, la Mishná, el Talmud, Pilpul, Midrash, Agadá, Maasé Bereshit y Maasé Merkavá. Era un experto en el lenguaje de los árboles, el lenguaje de los pájaros, y el habla de los ángeles. Podía leer las caras en la forma indicada en el Zohar (vol. II, pág. 74b). Podía discernir todo lo que cualquier individuo había hecho, y podía ver lo que iban a hacer en el futuro. Podía leer los pensamientos de la gente, a menudo antes de que el pensamiento incluso haya en su mente. Sabía los eventos futuros, estaba al tanto de todo lo que ocurría aquí en la tierra y lo que había sido decretado en el cielo.
Conocía los misterios del guilgul [reencarnación], quién había nacido previamente y quién fue aquí por primera vez. Podía mirar a una persona y decirle cómo estaba conectado a niveles espirituales más elevados, y su raíz original en Adam. El Arí podía leer cosas maravillosas acerca de [gente] a la luz de una vela o en la llama de un fuego. Miraba con sus ojos y era capaz de ver las almas de los justos, tanto los que habían muerto recientemente como los que habían vivido en los tiempos antiguos. Con estas almas de los difuntos estudió los verdaderos misterios.
Del olor de una persona era capaz de saber todo lo que había hecho. (Ver Zohar, Ienuká vol. III p. 188a). Era como si las respuestas a todos estos misterios permanecían latentes dentro de él, esperando ser activados cada vez que se desee. No tenía que recluirse para buscarlas.
Todo esto lo vimos con nuestros propios ojos, no son cosas que hemos escuchado de los demás. Eran cosas maravillosas que no se habían visto en la tierra desde la época de Rabí Shimón bar Iojai. Nada de esto se logra a través de la magia, Dios no lo quiera. Hay una fuerte prohibición de estas artes, en cambio esto viene en forma automática como resultado de su santidad y el ascetismo, después de muchos años de estudio de textos cabalísticos antiguos y los más nuevos. Así aumentó su piedad, ascetismo, pureza y santidad hasta que llegó a un nivel en que Eliiahu/ Eliá se le revelaba constantemente, hablándole «boca a boca», enseñándole estos misterios y secretos.
(traducido al inglés por el rabino Moshe Miller)