Luego del análisis básico del cuerpo que presentamos en los capítulos anteriores, podemos proceder ahora a un análisis más detallado, en el cual cada una de las diez propiedades del alma es asociada explícitamente a un sistema fisiológico del cuerpo. Del mismo modo que en muchos modelos, cuando se analizan en paralelo al marco de referencia de las diez sefirot de la cabalá, en el curso del análisis también las diez propiedades generales del alma se subdividirán de esta manera, aunque en esta presentación se las distribuyen según doce categorías que corresponden a los sistemas fisiológicos básicos del cuerpo.
La primera propiedad, la corona supraconciente o keter corresponde al sistema respiratorio, el conducto físico por el cual entra al cuerpo el espíritu de vida. Cuando Di-s creó al hombre, “formó al hombre del polvo de la tierra, e insufló en sus narices el aliento de vida”. Este aliento de vida proviene de Di-s en lo alto, la fuente de toda vida. Al respirar internalizamos aquello que es exterior a nosotros, inhalamos de lo que está por encima nuestro. La palabra hebrea para “inhalar” (sheifá) significa también “aspiración”. Así, respirar es una expresión del deseo innato del alma de ascender e ir más allá de su ser conciente, hacia la esfera de su enlace supraconciente con la Divinidad (como es vivenciado en su fe, placer y voluntad supraracional, las tres cabezas de keter).
Jojmá, la iud del Nombre de Di-s, corresponde a la médula ósea. Las investigaciones médicas de avanzada consideran a esta como un sistema por derecho propio. Es responsable de la producción de las células sanguíneas, la unidad biológica más básica del cuerpo. Así como la médula ósea produce estas células, también todo se origina en jojmá, ya que “Tu has hecho todo con sabiduría”.
Biná, que está en el lado izquierdo del árbol de las sefirot, es asociada con la sangre propiamente dicha, considerada también últimamente como un sistema en si misma (en adición al sistema de los vasos sanguíneos). Esta sefirá, que significa “construir”, recibe su materia prima de jojmá, la médula ósea, ampliando su información codificada. En cabalá, biná es denominada la “madre”, cuya contribución primaria a la formación del hijo son los aspectos rojos de su cuerpo, como se establece en el Talmud. Por el contrario, jojmá es llamada el “padre”, que genera las partes blancas del cuerpo, como los huesos.
Estos dos sistemas fisiológicos relativamente abstractos, la médula ósea y la sangre, asumen en el cuerpo los roles generales de “padre” y “madre” y funcionan juntos en perfecta unión. En cabalá, la unión permanente de los principios “padre” y “madre” es responsable de la creación continua de la realidad. En las palabras del Zohar: el padre y la madre (en nuestro contexto la médula ósea y la sangre) son dos “compañeros que nunca se separan”. Su unión, que expresa el poder creativo interior del alma viviente, es continua así como la médula ósea crea continuamente nuevas células de la sangre.
La sefirá que está directamente por debajo de jojmá en el árbol sefirótico es jesed, que está personificada por el primer judío, Abraham, como se ve en el versículo: “Da bondad a Abraham”. El valor numérico del nombre de Abraham, 248, es equivalente al número de huesos del cuerpo, como está detallado en la Mishná, y al número de mandamientos positivos de la Torá. Consecuentemente, jesed, que es el atributo de Abraham, es identificado con el sistema óseo.
La frase “el Di-s [o la fuente de vida] de Abraham”, es interpretada en cabalá como refiriéndose a la fuerza que enmarca o abarca desde arriba a Abraham, el poder de jojmá localizado por encima de jesed. Los huesos actúan como los recipientes o contenedores de un nivel más abstracto, la médula ósea.
Entonces, “el Di-s de Abraham” alude al sistema de la médula ósea por sobre el sistema óseo.
Mientras que biná alude a la sangre, es la propiedad ubicada por debajo de ella en el eje izquierdo del árbol de las sefirot, guevurá o restricción, que le da “forma” y dirección a la sangre, controlando su circulación a través del cuerpo. El poder de restricción canaliza la sangre y la dirige hacia recipientes específicos que, de acuerdo con la cabalá, son las 365 arterias y venas mayores correspondientes a los 365 días del año solar y los 365 mandamientos negativos de la Torá. A pesar de que en principio podemos ver la sangre y los vasos sanguíneos como un sistema único, como ya mencionamos ahora se consideran dos sistemas separados. En jasidut estudiamos que la fuerza de contracción (guevurá) que los vasos sanguíneos ejercen sobre la sangre misma sirven para fortalecer la fuerza de vida inherente en la sangre.