¿QUÉ NOS IMPIDE CONOCER BIEN NUESTROS OBJETIVOS, LOGRAR CONCENTRARNOS Y ACTUAR PARA LOGRARLOS Y ALCANZARLOS?

En primer lugar

hay dos factores que crean una “niebla en nuestra conciencia”, nos confunden y nos dificultan actuar con iniciativa, determinación, confianza y alegría.

Lo primero que nos molesta, nos confunde y nos hace “ruido” en la mente, son los mismos pensamientos de preocupación, aprensión y búsqueda -a veces compulsiva- de soluciones que nos lleven a las metas deseadas.

¿Cuál es el problema?

El problema es, además del estrés y la inquietud interior, que en muchos casos nos queda claro que todo este estrés y tensión son completamente innecesarios, y no solo no nos acercan a nuestras verdaderas metas, sino que nos alejan de ellas.

¿Por qué?

Porque estas preocupaciones y pensamientos agitados, de hecho, provienen de falsos deseos, creados ellos mismos a partir de falsas imaginaciones de lo que es correcto para nosotros y lo que realmente necesitamos.

¿Cómo se sale de esto?

La solución profunda aquí es fortalecer nuestra fe en Dios Bendito, el Creador del mundo y su liderazgo, y así alcanzar la relajación completa de nuestra presión para influir en el mundo y resolver todos nuestros problemas por nosotros mismos.

Porque en todo caso estamos en las manos de Dios, que es absolutamente bueno, y todo lo que nos pasa viene de Él, y ciertamente Él es bueno.

(No queremos volvernos perezosos y pasivos, y más adelante – además de esta clarificación – también averiguaremos lo que tenemos que hacer, pero es importante que esta limpieza venga de un lugar tranquilo y limpio)

¿Y cuál es la segunda causa de nuestra confusión?

 El segundo factor que nos impide invertir nuestros recursos en lo que realmente necesitamos es nuestra tendencia a juzgarnos a nosotros mismos al vernos frente a otras personas y comparándonos con ellas.

Vemos a otras personas tener éxito en algo y queremos tener éxito como ellos.

Sentimos que el mundo que nos rodea espera algo de nosotros y nos esforzamos mucho por justificar esta expectativa.

¿Y cuál es la verdad?

La verdad es que cuanto más nos guiamos por mediciones y comparaciones superficiales, menos seremos capaces de conectarnos con nuestro verdadero ser y con nuestra misión única.

La verdad es que cada uno de nosotros es hijo o hija única de Dios Bendito, y tiene condiciones especiales, expectativas únicas, y una misión exclusiva y personal adaptada con precisión a cada uno en especial. Y para realizar nuestra misión y cumplir las expectativas, debemos desarrollar una fe verdadera en nosotros mismos, en nuestra singularidad, que surge de nuestra raíz en lo Alto y se refleja en nuestra misión.

Estas dos creencias son el comienzo y el final de los Diez Mandamientos, sobre los cuales leemos en nuestra porción de la Torá de la semana: Itró.

Los Diez Mandamientos comienzan con el mandamiento *”Yo soy del Señor tu Dios …”*, que es el mandamiento de la fe completa en Dios. Como se dijo, por esa fe absoluta en Dios creemos en el bien perpetuo, en que todo bueno y no hay nada de qué preocuparse.

El final de los Diez Mandamientos es *”No codiciarás”*. El mandamiento es no mirar lo que viene después, “saber” lo que necesito, sino entender que lo que tengo, en la forma particular en que lo tengo, es exactamente lo correcto para mí.

Cuando tenemos el enfoque correcto, y luego también la confianza, la alegría y el poder para iniciar y actuar en aras de nuestros objetivos importantes, también podemos buscar correctamente las herramientas para concretarlo.

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