EL RABI QUE COMPRÓ ENTRADAS PARA EL CINE

Rebe Iekutiel Iehuda Halberstam de Sanz-Klausenberg

Rabí Iekutiel Iehuda Halberstam, autor del Shefa Jaim y del “Divrei Iatzi” nació en Rudnik (Rudnik y Sanem, Polonia) siendo su padre Rabi Tzvi Hirsch Halberstam, el principal daian (juez de ley judía) en la ciudad en 5665 (1905). A la edad de 14 años quedó huérfano de padre y fue ordenado rabino. A la edad de 18 años se casó con su pariente, Pessel Teitelbaum, y tuvieron once hijos juntos. A la edad de 25 años (5690/1930) fue nombrado Rabi de la congregación jasídica en la ciudad y Rosh Ieshivá en Klausenberg (Rumania).

Después de que los nazis invadieron Hungría, Rabi Iekutiel Iehuda estuvo en un campo en Nadabania. Más tarde, fue enviado con toda su familia a Auschwitz. Sobrevivió a la caravana de la muerte, pero su esposa y nueve de sus hijos fueron asesinados. Sus hijos restantes murieron de tifus poco después. A lo largo de ese tiempo, Rabí Iekutiel Iehudá no renunció a sus obligaciones de cumplir con las mitzvot con hidur (embellecimiento adicional), incluso con gran peligro para sí mismo. Era cuidadoso con la comida kosher e incluso se aseguraba de tener una nueva fruta para Rosh Hashaná.

En el campo de desplazados después del Holocausto, Rabi Iekutiel estableció instituciones educativas y comedores de beneficencia, se ocupó de los huérfanos y llevó a cabo muchas ceremonias matrimoniales.

En 5706 (1946) emigró a los Estados Unidos con el fin de establecer instituciones para los sobrevivientes del Holocausto. Se casó con su segunda esposa, Nejamá, y tuvieron siete hijos. En 5715 (1955) visitó la Tierra de Israel por primera vez y colocó la primera piedra de Kiriat Sanz, un barrio en la ciudad de Netania. Estableció el Jasidut de Sanz-Klausenberg, instituciones educativas y una gran ieshivá, que él dirigió. También estableció un programa intensivo de aprendizaje del Talmud. Durante el Holocausto, Rabi Iekutiel juró que, si Dios lo salvaba, siempre intentaría salvar vidas judías. Para cumplir ese voto, estableció el hospital y centro médico Laniado en Netania.

El 19de Kislev 5720 (1960), Rabí Iekutiel hizo aliá a la Tierra de Israel y se estableció en Netanía. En 5723 (1963) abrió una ieshivá para niños de ascendencia sefardí y en 5746 inició el establecimiento del “Consejo para la Defensa Legal de los Valores Judíos”. Cuando se le preguntó por qué adoptó medidas prácticas para la comunidad en la Tierra de Israel, en contraste con la perspectiva del Rebe Satmar (el tío de su primera esposa), respondió: “Nosotros, los temerosos de Dios, criticamos y perseguimos al estado laico, mientras que los judíos seculares actúan y generan realidades. También solía pensar que este era el enfoque adecuado, y maldecía a los herejes con gran fervor, anticipando que mis maldiciones se cumplirían. Pero eso no sucedió. Al contrario, vi que se hacían cada vez más fuertes. Entonces, me dije a mí mismo, que tal vez sea mejor si intercambiamos los papeles. ¡Edificaré la Tierra de Israel en santidad y los seculares pueden maldecirme!” En 5732 (1972) Rabi Iekutiel regresó a los Estados Unidos, donde falleció el 9 de Tamuz de 5754 (1996). Fue enterrado en Netania.


Después de la guerra, en un automóvil proporcionado por el cuartel general estadounidense, el Rebe salió a recorrer y rebuscar en las aldeas circundantes con el lema: “¡Busco a mis hermanos!” En estos lugares, unos pocos judíos habían sobrevivido aquí y allá, habiéndose escondido durante los días de ira en áticos o búnkeres. Debido a su largo aislamiento del mundo exterior, creían, como las hijas de Lot en la cueva, que el pueblo judío había sido, Dios no lo quiera, exterminado como pretendía el malvado Hitler, que su nombre sea borrado. Algunos pensaban que eran los únicos judíos que quedaban, sin esperanza de continuar como judíos.

Cada día, el santo Rebe viajaba a una ciudad diferente. Entraba en el centro de la aldea o ciudad y trataba de entablar conversación con las personas que encontraba en su camino. Como alguien que parecía ser simplemente curioso e indagador sobre esto y aquello, la conversación eventualmente se centraría en el tema de los judíos. A veces, se revelaba, a través de un desliz involuntario de la lengua, que un sobreviviente se estaba quedando en cierta casa. El Rebe, de bendita memoria, seguía incansablemente cada pista, con la esperanza de localizar a un judío olvidado que aún permanecía oculto. Una vez que los encontraba, hablaba a sus corazones y los persuadía para que se unieran a él, prometiendo llevarlos a un lugar con muchos compañeros judíos.

Muchos de estos supervivientes lo siguieron a Feldafing sin ningún verdadero interés. Aparentemente estaban cómodos en el lugar donde residían. Después de todo, los ocupantes estadounidenses proporcionaron comida y apoyo a los supervivientes dondequiera que se encontraran, incluso a aquellos que vivían entre los no judíos por su propia voluntad, sin exigir a nadie que fuera a trabajar, ganarse la vida o algo por el estilo. Sin embargo, el Rebe, que poseía notables poderes de persuasión, les convenció de que regresaran con sus hermanos.

La gente todavía estaba aturdida y traumatizada por los horrores que habían soportado. Algunos declararon abiertamente que después de la gran catástrofe que había ocurrido, no tenían ningún deseo de volver a vivir como judíos. Sin embargo, el Rebe, en su sabiduría, supo cómo responderles, asegurándoles que no tenía ninguna intención de exigirles tal cosa. Su única intención era mejorar su bienestar físico, para que ya no estuvieran a merced de los no judíos. Él preguntaba: “¿No es mejor estar entre hermanos, que son de vuestra propia carne y sangre?”

Se tiene constancia de un caso particular en el que el Rebe persuadió a un joven judío para que se uniera a su campamento: el joven argumentó que el Rebe seguramente no le permitiría ir al cine y, por lo tanto, no deseaba seguirle. Sin embargo, el Rebe le prometió que cuando la vida volviera a la normalidad y se abriera un cine para los refugiados, le daría dinero para comprar entradas para los pases. El Rebe incluso mantuvo esta promesa por un corto tiempo, hasta que el joven emergió de su aturdimiento espiritual y volvió a ser un judío ejemplar.1

El Rebe Jaim de Sanz, el fundador de la dinastía, tenía un hijo joven y sabio llamado Leibush. Una vez, en Shabat, cuando se leyó la porción de la Torá de Lej Lejá, el Rebe le dijo a su hijo de seis años que diera una enseñanza de Torá frente a todos los jasidim. Leibush no dudó, e inmediatamente comenzó a analizar el primer versículo de la porción de la Torá: “Lej Lejá“, él dijo, significa “ve para ti mismo”. ¿Por qué? Cada judío es una parte literal de lo Divino Arriba, y como dijo el Baal Shem Tov, “aquel que capta una parte de la esencia, la capta toda”. Por lo tanto, así como no hay lugar desprovisto de Él, así también es con un judío: él está en todo y todo está en él. Dondequiera que vayas, descubres que siempre has estado allí, solo por el hecho de ser judío.

Después de presentar la interpretación de Leibush, el Rebe continuó explicando el resto del versículo, “y serás una bendición”. De este versículo, los sabios aprenden que “contigo concluimos [nuestra bendición]” – con Abraham, nuestro patriarca, termina la primera bendición de la Oración Silenciosa: “Bendito seas Tú, Dios, Escudo de Abraham”.

El Shefa Jaim explica esto – que concluimos la primera bendición con Abraham, a la luz de la diferencia entre Abraham y sus descendientes. Mientras que Itzjak y Iaacov fueron santos desde el vientre materno, Abraham nació de Teraj, un adorador de ídolos. Ya sea que reconociera a su Creador a la edad de tres o cuarenta años, según todos los indicios, no nació en una casa de santidad como la que él mismo estableció. Por lo tanto, Abraham es prototipo de un baal teshuvá (una persona que ha regresado a la observancia de la Torá). La conclusión de la bendición en la Oración Silenciosa con Abraham nos enseña que al final de todas las generaciones, en la generación cuando venga el Mashíaj, los líderes de la generación serán ba’alei teshuvá como Abraham. Se puede decir que este es el secreto de la revelación de la corona de la circuncisión, completando la transformación que el propio Abraham efectuó en su viaje hacia sí mismo.

La Cabalá explica que la revelación de la corona expone una luz espiritual especial: esta es la misma luz que brilló desde Moisés, de quien los sabios dicen que “nació circuncidado” y en su nacimiento, “la casa se llenó de luz”. Cuando un judío revela que el mundo entero está lleno de Luz Divina, también descubre la corona en su alma, sintiéndose como en casa en todas las partes del mundo. Un judío que reconoce a Dios en el mundo y en sí mismo, revela la soberanía de Dios en el mundo y también su propia soberanía – la chispa del Mashíaj en su alma. Así, a través del poder de los ba’alei teshuvá, es revelada la soberanía del Mashíaj.

NOTAS


1 Desde Lapid Ha’eish

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