JASIDUT
UNIVERSIDAD DE LA TORÁ: Ciencias Políticas
EL TÚ Y EL OTRO
Se dice comúnmente que, en tiempos de guerra nuestros desacuerdos y divergencias se desvanecen, los corazones se unen contra un enemigo común y recordamos que “todos somos hermanos”.
Hasta cierto punto esto es cierto. Pero el conflicto tiene una cara opuesta: también expone y enfatiza nuestras diferencias. A veces, acercarnos solo nos genera más fricción.
Una antigua división
La división política judía entre izquierda y derecha no nació ayer. Sus raíces se remontan a la antigua división bíblica en los reinos de Iehuda e Israel. De los dos, Iehuda era más “tradicional”, más fiel a la ley de la Torá, mientras que Israel estaba más influenciado por las naciones circundantes y su adoración de ídolos. Por lo tanto, el reino de Iehudá puede ser visto como el antepasado arquetípico de la actual derecha judía, que es más religiosa y nacionalista, mientras que Israel puede ser visto como el antepasado arquetípico de la izquierda de hoy, que es más secular y busca ser “una nación como todas las naciones”.
La correspondencia entre las divisiones políticas actuales y los reinos antiguos aparece tanto en sus nombres como en sus ubicaciones. La cercanía de la derecha moderna al judaísmo tradicional se hace eco del nombre “Iehudá”, iehudí, mientras que la autoidentificación de la izquierda moderna como fundamentalmente “israelí” se hace eco del nombre “Israel”. Además, dado que los mapas antiguos se dibujaban con el Este en la parte superior (de ahí la “orientación”, es decir, la navegación basada en el Oriente), al ser Iehuda el reino del sur estaba literalmente ubicado en el lado derecho del mapa, mientras que Israel, el reino del norte, estaba literalmente a la izquierda.
La división entre la izquierda y la derecha representa, por lo tanto, una eterna lucha interna dentro del pueblo judío. Sanarlo rectificará una grieta que se remonta a tiempos bíblicos.
El “Otro” de uno es el “Tú” del otro
¿Se podrá sanar alguna vez esta grieta? Vamos a sugerir una manera en la que este objetivo mesiánico puede ser alcanzado.
Comenzaremos con una reflexión sencilla pero profunda. En todo el mundo, se puede decir que tanto la derecha como la izquierda tienen dos tipos de personas que existen fuera de su círculo inmediato: el Otro – un grupo del que se sienten alejados, lo ven desde lejos y tienden a convertirse en “hombres de paja” (es decir, lo ven en términos simplistas y fáciles de contrarrestar); y el Tú – un grupo al que ven como aliados potenciales, con el que se relacionan con entusiasmo y juzgan favorablemente. Cada grupo ve a al Otro como un “objeto” sin rostro y se aleja de él, y a su Tú como un “sujeto” bien intencionado cuyo rostro buscan.
A grandes rasgos, para la derecha el Otro es el extranjero -personas que pertenecen a otras naciones o países. La derecha tiende hacia el patriotismo y el nacionalismo y considera que las personas de otras naciones están fuera de su esfera de camaradería y responsabilidad. Para la derecha judía, especialmente para su subconjunto más religioso, el Otro es el goi, el no-judío y, más específicamente, el musulmán, el árabe, o el denominado “palestino”. Estos son vistos como amenazas reales o potenciales que, como mínimo, deben ser tratadas con recelo.
¿Y el Tú de la derecha? Estos son sus compatriotas que se sientan al otro lado del pasillo: los izquierdistas. Los izquierdistas no comparten ninguno de los valores de los derechistas, pero como ambos pertenecen al mismo pueblo, los derechistas desean ganarse sus corazones, lograr que vean que están de su lado. Especialmente para la derecha religiosa, los judíos de izquierdas pueden haberse distanciado del judaísmo tradicional, pero siguen siendo algo así como una familia con la que uno debería tener shalom bait, paz doméstica. Esto explica las diversas iniciativas nacionales de “puente”, “diálogo” y “reconciliación” que prevalecen en la derecha religiosa.
Hasta aquí el Otro y el Tú de la derecha. ¿Y los de la izquierda? Aquí es donde se vuelve fascinante. Resulta que cuando cruzamos el espectro político la situación se invierte por completo: el Otro de la derecha se convierte en el Tú de la izquierda, y viceversa.
Para mayor explicación, los “Tú” de la izquierda son los extranjeros -los gentiles en general y los árabes en particular. En otras palabras, los mismos que ejercen como el “Otro” de la derecha. Para la izquierda judía los árabes que se llaman a sí mismos palestinos no son sólo vecinos regionales con los que debemos vivir en paz, sino una nación autóctona a la que hemos perjudicado y con la que tenemos una deuda moral. De ahí el afán de la izquierda por los encuentros árabe-judíos y otros esfuerzos destinados a superar las fronteras nacionales y los prejuicios raciales.
El “Otro” de la izquierda es igualmente una réplica del “Tú” de la derecha: son los judíos establecidos al otro lado de la calle, que en este caso son los propios derechistas, especialmente los religiosos. Ya sea que se trate de la comunidad nacional-religiosa albergando “lunáticas” aspiraciones mesiánicas, los jaredis “parásitos” que no sirven al ejército, o cualquiera de sus valedores políticos, desde la perspectiva de la izquierda ellos son los principales oponentes. La izquierda no solo está horrorizada por las opiniones de los derechistas (que también van en otra dirección), sino que se avergüenza de ellas. Siente que, si no fuera por la derecha, todos los problemas de Israel se habrían resuelto.
Una forma elocuente de manifestarse la dinámica del Otro/Tú es en la forma en que cada parte reacciona a las duras declaraciones sobre sus respectivos grupos. A cada uno le resulta relativamente fácil oír e incluso pronunciar palabras duras sobre su Otro, pero se angustia al oír su Tú denigrado. Por ejemplo, un derechista religioso judío podría no sentirse muy ofendido por las manifestaciones de odio hechas sobre los árabes, pero se opondría a denigrar a sus compañeros judíos. Por el contrario, muchos izquierdistas tienen poco problema con las duras declaraciones que se hacen sobre, por ejemplo, los colonos religiosos, pero se horrorizan ante cualquier atisbo de discurso racista sobre los árabes.
Tales generalizaciones tienden a la simplificación excesiva y pasan por alto muchas excepciones o matices.1 Sin embargo, como generalización, creemos que esta identifica un patrón importante.
Todos son Tú, ninguno es Otro
¿Cómo podemos reconciliar visiones del mundo tan opuestas entre sí? ¿Cómo pueden dos sistemas que dividen el mundo de manera tan diferente encontrar un terreno común?
La clave está en aspirar a ver a todos como un Tú. Cada persona, ya sea cercana o lejana, judía o no-judía, amiga o incluso enemiga, debe ser vista como portadora de la marca de haber sido creada a imagen de Di-s, poseer un alma y merecedora de dignidad y respeto.
De hecho, el concepto del “Otro”, en hebreo ajer, deriva del concepto cabalístico de sitra ajra, el “Otro Lado” – un término para el reino del mal. Ver a alguien como un Otro significa relegarlo al ámbito del mal absoluto y sin rostro. El verdadero siervo de Di-s evitaría hacerle esto a cualquier persona. El Otro es sólo la sitra ajra misma, mientras que las personas, incluso las malvadas, siguen siendo seres humanos que, a lo sumo, han caído bajo la influencia del mal. ¿Qué pasa con los enemigos contra los que tenemos que luchar o incluso aniquilar, como los antiguos amalequitas? Aun así, deberíamos creer que podrían haber elegido el bien, y de hecho todavía pueden hacerlo.2
Otro concepto de la Torá relacionado con ver a las personas como Otros es elohim ajerim, “otros dioses” o ídolos extranjeros. Cuando señalamos a alguien como un Otro lo convertimos en una no-persona, negando su imagen Divina. Esto sugiere que Di-s no los creó, lo que implica que alguien o algo más los hizo, esto se asemeja a adorar a un falso ídolo.
Acariciando al Otro, un círculo cada vez
La idea de que podemos ver a todas las personas como Tus sugiere un tercer camino entre las polarizadas visiones del mundo de la izquierda y la derecha, uno que ve tanto a los diferentes judíos como a los no-judíos, incluidos los enemigos, como sujetos plenamente humanos. ¿Pero cómo?
La clave reside en reconocer que como seres encarnados que existen en el espacio y el tiempo, no podemos considerar a todas las personas como Tus en un abrir y cerrar de ojos. Necesitamos gradación, etapas de crecimiento que permitan la expansión de una esfera de identificación a otra. En otras palabras, no basta con limitarse a declarar que tanto la izquierda como la derecha poseen elementos de verdad, o incluso identificar estos elementos; debemos determinar cuál de estas visiones del mundo debe preceder a la otra.
La respuesta no es difícil de discernir. Existimos dentro de anillos concéntricos de identidad que irradian hacia afuera desde nuestra familia más cercana. Al avanzar desde nosotros a grupos más amplios la secuencia se vuelve obvia: Los diferentes miembros de nuestra propia nación deben ser considerados como un Tú antes de extender este criterio a otras naciones. En otras palabras, primero debemos seguir la ruta de la derecha, y solo luego expandirla para incluir a la izquierda.
Esta entendimiento de la identidad como círculos concéntricos revela las fortalezas y debilidades de ambas concepciones políticas. La derecha, al parecer, capta mejor el primer círculo de lealtad dentro del grupo, pero tiende a equivocarse al permanecer en él, en lugar de avanzar al círculo universal. La izquierda es todo lo contrario: se siente como en casa en el círculo universal, pero infravalora el círculo más cercano y nacional de identidad.
El judaísmo ofrece dos términos que encapsulan estas etapas de expansión del amor. Primero viene ahavat Israel, el amor a Israel, el ideal de amar a cada judío indiscriminadamente, un tipo especial de amor reservado solo para los compañeros judíos. Luego viene el ahavat haBeriot, el amor a todos los seres humanos, independientemente de su origen, un amor más básico que se extiende a todos los pueblos.
La trampa de todos son Otro
Mencionamos anteriormente que aspirar a ver a cada persona como un Tú es la señal del verdadero Jasid. Idealmente, el sector judío que encarnaría este enfoque sería el de los jaredíes, los ultraortodoxos, dentro de los cuales muchos se definen a sí mismos como jasidim. Desafortunadamente, ese no es exactamente el caso.
Si bien el verdadero Jasid consideraría a todos como Tú, también existe el tipo del jaredi desapegado y aislado, que lamentablemente tiende a mantener la opinión opuesta, que todos los que están fuera de su círculo son Otro. Ciertamente, pueden tratar a los demás miembros de la comunidad como Tus, incluso realizar actos de caridad extraordinarios por ellos; pero todos los que están en el exterior, tanto los no-judíos como los diferentes judíos, se convierten en un Otro que se debe evitar.
Este enfoque, lamentablemente, ha permeado gran parte del mundo judío. En lugar de portar la antorcha de la revolución del “Todos son Tú”, las personas influenciadas por ella terminan confinándose en una mentalidad de “Todos son Otro”. Esperemos que esta mentalidad se disuelva y evolucione hacia la visión de ver a todos los seres humanos como reflejo del Único “Tú” Divino que nos creó a todos.
1 En particular, hemos ignorado aquí la tendencia de algunos sectores de la derecha a “otrizar” y denigrar a la izquierda exactamente de la misma manera que los “otros” de la izquierda a ellos. Otro detalle que no hemos abordado es que, a menudo, la representación que hace la izquierda del extranjero como un Tú, oculta una percepción implícita de ellos como Otros primitivos, cuyas errores deben ser ignorados o perdonados (un fenómeno conocido como el “fanatismo suave de bajas expectativas”).
2 Maimónides legisló que los amalequitas pueden arrepentirse y convertirse al judaísmo (Hiljot Isurei Biá 12:17), y está dicho que los descendientes de Hamán sí lo hicieron y estudiaron Torá en Bnei Brak (Sanhedrín 96b).