RABI ARIE LEVIN Y EL REBE

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Rabí Arie Leib Levin, conocido como el padre de los prisioneros, nació en Orla, cerca de Białystok (hoy en Polonia), en la década de 1880, hijo de Binyamin Beinush y Atil. Estudió Torá en las yeshivot de Slutsk, Slonim, Brisk, Pinsk y Hlusk, y finalmente fue aceptado en la yeshivá de Volozhin.

Emigró a la Tierra de Israel en el año 5665 (1905), y tras un corto período en Yafo, se estableció en Jerusalén. Estudió en la yeshivá Torat Jaim y recibió la ordenación rabínica de manos de Rabí Jaim Berlín, Rabí Shmuel Salant y el Rav Kook (HaRaAYaH).

Se casó con Tzipora Jana, hija del rabino David Shapira. Durante los años de hambre de la Primera Guerra Mundial, perdieron a dos de sus hijas.

Desde 5677 (1917), se desempeñó como supervisor del Talmud Torá Etz Jaim. Se hizo conocido por su humildad, amor y actividades de bondad, especialmente por sus visitas constantes a los prisioneros de las organizaciones clandestinas, a quienes apoyaba y por quienes se entregaba tanto en cuerpo como en alma. También fue el rabino del movimiento “Brit Hashmonaim”, la organización clandestina religiosa fundada por el Rabino Moshe Tzvi Segal.

Estuvo cercano al Rav Kook, a pesar de las persecuciones hacia éste, y fue respetado por todos los grandes de Jerusalén. En 5708 (1948), fundó la yeshivá “Beit Arie”. Falleció el 9 de Nisán, víspera de Shabat HaGadol del año 5729 (1969), y fue enterrado en el cementerio de Sanhedría.

En 5730 (1970), un año después del fallecimiento de Rabí Arie Levin zatzal, el escritor y rabino Simjá Raz viajó a Nueva York y tuvo una audiencia privada con el Rebe de Lubavitch. Se le asignaron diez minutos, como a los demás visitantes. Entró a las dos y media de la madrugada, y se presentó. El Rebe le dijo:
“Hace poco leí en el semanario Panim El Panim una reseña sobre el justo Rabí Arie Levin zatzal, escrita por Simjá Raz. ¿Eres tú el autor?”.

Cuando Simjá Raz le respondió afirmativamente, el Rebe le pidió que le contara sobre Rabí Arie Levin.

Después de veinte minutos, el Rebe le ofreció sentarse cerca de su escritorio y le pidió que continuara contándole historias sobre Rabí Arie. Cuando pasó una hora, el secretario entró en la habitación, sorprendido por lo prolongado del encuentro. El Rebe le dijo: “¡Déjalo! Yo le pedí que se quedara”. El secretario salió.

El Rebe se inclinó hacia el escritor y le preguntó: “¿Tienes otra historia para mí?…”.

Pasó otra hora, historia tras historia. El Rebe preguntó si Rabí Arie había escrito comentarios de Torá. En ese momento, Simjá Raz aún no sabía que Rabí Arie, ya en su juventud, había escrito un comentario sobre todas las Mishnaiot. Respondió: “No creo que Rabí Arie haya dejado escritos de Torá, pero nuestros Sabios dijeron: ‘Todo el que se despide de su amigo, no se despida sino con una enseñanza de Halajá (ley), pues así lo recordará’. Nosotros recordamos a Rabí Arie por sus historias y su forma de comportarse. Para nosotros, él era como una Torá viviente”.

Y agregó: “Aquí estamos ahora en Nueva York. Les contaré algo que Rabí Arie me dijo sobre Nueva York: ‘La primera bendición de las Berajot de la mañana es: “Bendito eres Tú, Hashem… que das al gallo entendimiento para distinguir entre el día y la noche”. Y sobre esto, preguntó Rabí Arie: ‘¿Acaso no tenemos nada mejor por lo cual agradecer a Hashem, que agradecerle porque le dio inteligencia al gallo para cantar “kukurikú”? ¿Es esa la primera plegaria digna de un judío?’. Pero si traemos al gallo de Jerusalén a Nueva York, ¿cuándo cantará su canto? ¿Según la hora de Jerusalén o según la hora de Nueva York? ¡Según la hora de Nueva York! Eso es lo que decimos: ‘Amo del universo, danos inteligencia para decir lo correcto, en el lugar correcto y en el momento correcto, tal como das al gallo entendimiento para distinguir entre el día y la noche’…”.

El Rebe sonrió con admiración al escuchar esta pregunta y su respuesta.

Simjá Raz continuó contando que a Rabí Arie acudían los pobres y los oprimidos. Una vez llegó a él el shamash (encargado) de una sinagoga y se quejó: “¡Qué clase de vida tengo! Todo el tiempo arrastrando bancos y fregando pisos”.

Rabí Arie le respondió: “¿Qué estás diciendo? ¿Sabes quién eres?”. El hombre contestó: “¡Claro! ¿Quién soy? Un simple shamash…”. Entonces Rabí Arie le dijo: “Está traído en el Talmud que cuando murió Moshé fue nombrado Yehoshúa. Los ancianos de aquella generación dijeron: ‘El rostro de Moshé es como el del sol, el de Yehoshúa como el de la luna. ¡Ay de esa vergüenza, ay de esa humillación!’. Esta guemará no se entiende. ¿Acaso es posible que los Sabios hablen en deshonor de Yehoshúa? ¿Por qué mereció Yehoshúa ser el sucesor de Moshé? No fue por su grandeza en Torá, ya que está dicho que Otniel ben Kenaz era más agudo que él en Torá. Fue porque Yehoshúa acomodaba los bancos en el Beit Midrash, es decir, era shamash. Resulta entonces que los ancianos hablaban en su alabanza. Su intención fue: ‘También nosotros podríamos haber sido sucesores de Moshé. Pero ¿qué ocurrió? ¡Nos avergonzamos de ser shamashim! Y como nos avergonzamos, no merecimos’. Esta es la intención de la Guemará cuando dice: ‘¡Ay de esa vergüenza!’…”

El Rebe quedó profundamente impresionado por las palabras de Rabí Arie, tomó la mano de Simjá Raz y le dijo: “Es la primera vez que oigo esta interpretación, ¡y créeme que esta es la verdad de la Torá!”.

Después de otra hora, el secretario entró por segunda vez, se paró detrás del escritor y comenzó a rascarle la espalda con un manojo de llaves que sostenía en la mano… una señal de que era hora de terminar.

El Rebe clavó sus profundos ojos azules en su secretario y le dijo: “Ya te pedí que lo dejes, ¡fui yo quien le pidió que se quedara!”. Una vez que el secretario salió del cuarto, el Rebe se inclinó hacia Simjá Raz y le dijo: “¿Tienes otra historia para mí?…”

Así pasaron dos horas y media de relatos sobre Rabí Arie Levin, que el Rebe escuchó con avidez. Ya eran las cinco de la madrugada. Raz, que aún era joven, le dijo al Rebe: “Entre las virtudes de Rabí Arie estaba que su puerta siempre estaba abierta. Él no tenía límite de diez minutos…”. El Rebe soltó una carcajada como un niño. Raz agregó para concluir: “Usted es el Rebe de los jasidim. Rabí Arie era el Rebe de los mitnagdim…”.

En esta historia están presentes tres figuras significativas, que pueden compararse con el conocido dicho del Séfer Yetzirá: “Con tres libros creó el Santo, bendito sea, Su mundo: con el escriba (sofer), el libro (sefer) y el relato (sipur)”.
El sofer es Rabí Simjá Raz, que como resultado de aquel encuentro escribió su primer y famoso libro Ish Tzadik Hayá (“Un hombre justo fue”);
el sefer es Rabí Arie, quien, como dijo Simjá, era una “Torá viviente”, y cuya historia el sofer relata;
y el sipur —el relato mismo— es el Rebe, que se sumerge en la historia y se une a ella con un deseo profundo de escuchar más y más.

¿Por qué el Rebe, cuyo vínculo principal con Rabí Arie era su asombroso amor por Israel, se hundió tanto en el relato —en vez de recibir a “tu pueblo, la casa de Israel” que aguardaba fuera?
La respuesta está en la primera parte de la frase con la que abrimos: “El Santo, bendito sea, creó Su mundo”. Bará significa también salud y sanación. Y los tres elementos de esa reunión en efecto “sanaron” al mundo entero. Pero para eso, el Rebe —como alma general de Israel, en este caso el sipur— debe absorber los relatos con una conexión profunda, con una daat elion (sabiduría suprema), que trasciende el intelecto y los cálculos comunes.

Así, el Rebe se fortaleció con la figura de Rabí Arie, y pudo irradiar (a su manera especial) sus mensajes profundos a todo el mundo.
Y así:

שמחה, אריה, מנחם מענדל = “אורו של משיח” = “יפוצו מַעְיְנֹתֶיךָ חוצה”!

Simjá, Arie, Menajem Mendel = “la luz del Mashíaj”.

Y también: Yafutzu maaianoteja jutza —¡“Que se difundan tus manantiales hacia afuera”!

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