ESTUDIO DE LA PARASHA: Miketz
La Parashá Miketz comienza: “Sucedió al final de [Miketz] dos años completos, que el faraón estaba soñando, y he aquí, él estaba junto al Nilo.”[1] El versículo se refiere a dos años que transcurrieron desde el momento en que Iosef interpretó los sueños del copero y el panadero mientras estaba en la cárcel.
A pesar de la petición de Iosef al copero de que le contara al faraón cómo fue encarcelado falsamente, el copero se olvidó de él. Sin embargo, cuando el faraón buscó una interpretación para sus sueños, el copero recordó de repente cómo Iosef interpretó correctamente su sueño y finalmente lo mencionó al faraón.[2]
La clave para la correcta interpretación de Iosef de los sueños del copero y el panadero al final de la parashat Vaieishev, así como su éxito con los sueños del faraón en Miketz, fue su capacidad para traducir las cantidades de los objetos físicos que aparecían en los sueños en medidas de tiempo. Rashi comenta que hubo muchos magos del faraón que interpretaron su sueño, pero ninguno que satisfaga al faraón. Decían que las siete vacas sanas y las siete robustas espigas de grano significaban el número de hijas que el faraón tendría, mientras que las siete vacas demacradas y las espigas marchitas simbolizaban el número de hijas que él enterraría.[3]
Solo Iosef entnedió la conexión intrínseca entre los objetos espaciales en los sueños y el tiempo – una conexión que Albert Einstein solo estableció a principios del siglo 20. Antes de hablar de los detalles de la capacidad de Iosef para traducir los objetos espaciales en los sueños del copero, el panadero y el faraón en intervalos temporales, profundicemos primero en la relación entre el tiempo, el espacio y el alma.
Espacio, Tiempo y Alma
Las enseñanzas de la Cábala y el Jasidut explican que el tiempo es la dimensión interior del espacio, en el sentido de que las entidades dentro de las tres dimensiones físicas del espacio solo “se mueven” o cambian a lo largo del tiempo. El Sefer Ietzirá trata cinco dimensiones: tres de espacio (olam), una de tiempo (shana) y una de cuerpo/alma o conciencia (nefesh).[4] En el contexto del Sefer Ietzirá, la dimensión de nefesh, al menos externamente, está asociada a diferentes órganos del cuerpo. Una de las principales fuentes para la correspondencia entre las letras hebreas, un tema principal del Sefer Ietzirá, y el cuerpo se encuentra en el versículo: «Desde mi carne, vislumbraré a Di-s».[5]
El movimiento jasídico reveló una innovación significativa basada en este versículo. Sus rebes interpretaron la palabra traducida como “desde mi carne” no solo literalmente, sino también en sentido figurado, permitiendo establecer una correspondencia simbólica entre la piedad y el intelecto humano, la emoción y el comportamiento instintivo. Así, la dimensión de nefesh en el Sefer Ietzirá ha llegado a abarcar el simbolismo espiritual del cuerpo, pero, lo que es aún más importante, el concepto asociado de alma o conciencia.
La ciencia, que ahora postula el tiempo además del espacio como una dimensión, aún no ha reconocido la dimensión del alma. El tiempo sirve como intermediario entre las dimensiones de espacio y alma, entre el mundo físico y los mundos espirituales. Curiosamente, la ciencia ha aceptado recientemente el efecto crucial que la conciencia y la observación tienen sobre la realidad. Con el tiempo, la ciencia llegará a entender el alma también como una dimensión.
El tiempo funciona como intermediario entre las dimensiones de espacio y alma debido a la insuperable distancia conceptual entre la Luz Infinita de Di-s y los mundos espiritual y físico finitos. La Luz Divina, es decir, la revelación de Di-s, por su propia naturaleza no puede iluminar directamente el plano físico. Si lo hiciera, ocurriría una de dos cosas: o el mundo físico sería totalmente anulado por la tremenda afluencia de Luz Divina y dejaría de existir, o, para evitarlo, la Luz tendría que volverse tan difusa y subordinada a los mundos inferiores que la creación perdería su propósito Divino de existir.
Por lo tanto, la luz de Di-s asume constantemente un ritmo pulsante de “correr y regresar”. Al hacerlo, la Luz puede animar todos los mundos, sin abrumarlos – corriendo dinámicamente hacia dentro y retirándose instantáneamente hacia afuera. Esta corriente dinámica y rítmica crea el tiempo, ya que cada pulso es un segmento de tiempo. De este modo, el tiempo – el pulso de la Luz Divina – se convierte en el puente que conecta las dimensiones de alma o conciencia con las dimensiones de espacio.
Esta noción mística encaja con el entendimiento científico de que la luz está compuesta por un flujo de pequeños paquetes o partículas de luz llamados fotones. Estos pequeños paquetes o cuantos (quanta) son la razón por la que nuestro moderno entendimiento del mundo físico es conocido como “física cuántica”. Una de las mayores paradojas de la ciencia es que la luz (y, de hecho, todas las partículas) actúa tanto como partícula como o como onda. Este misterio de la luz está intrínsecamente ligado al misterio del tiempo, pues la tradición cabalística nos enseña que tanto la luz como el tiempo, que parecen actuar como las ondas de un arroyo que fluye constantemente, son fundamentalmente energía pulsante Divina.
Una excelente metáfora para entender el flujo del tiempo es entender cómo se proyectaban las películas en el cine. Los carretes de película con fotogramas individuales que se movían a más de 23 fotogramas por segundo proyectados en pantalla eran experimentados por el cerebro como movimiento continuo. Si algo entorpecía el funcionamiento del proyector y se ralentizaba, se podían ver los fotogramas individuales rodeados de celuloide negro.[6]
Cada mañana, en nuestras oraciones, repetimos la afirmación de que Di-s, “en Su bondad, renueva cada día, perpetuamente, la obra de la creación.” Según Jasidut, el mundo se recrea literalmente en cada momento. Así que, aunque esto haría que el tiempo fuera similar a los rollos de películas antiguas, con lapsos entre los momentos, experimentamos el tiempo fluyendo continuamente, sin percibir la recreación instantánea que está ocurriendo. Cada momento del tiempo es como un fotograma individual de una película, un estado de “ser” (iesh) que emerge en cada momento del estado circundante de no-ser (ayin), de nuevo como un fotograma de película rodeado por el espacio oscuro y vacío del celuloide.[7]
La sabiduría de Iosef
Con estas ideas en mente, centrémonos ahora en Iosef y sus habilidades para interpretar sueños. Iosef fue capaz de reconocer la esencia interior del tiempo, que daba vida a los símbolos de los sueños, e interpretarlos en consecuencia. Al interpretar los sueños del panadero y el copero, interpretó el número tres, que aparecía en ambos sueños, como días, pero no solo como días, específicamente como los mismos tres días. El copero soñaba con una vid con tres ramas de flores brotadas y racimos de frutos. La copa del faraón estaba en su mano, y presionó las uvas en la copa y sirvió al faraón.
La interpretación de Iosef era que en tres días sería restaurado en su puesto. El panadero soñaba con tres cestas en la cabeza llenas de delicias de panadería, pero de la cesta más alta los pájaros se comían los productos horneados. Iosef volvió a interpretar el número tres en el sueño como tres días; en tres días el faraón le haría colgar y los pájaros comerían su carne.[8]Ambas interpretaciones de Iosef se realizaron, de hecho: el copero fue devuelto a su puesto tras tres días y el panadero fue ahorcado tras esos mismos tres días.[9]
En los sueños del Faraón, es el número siete el que se repite. El faraón tiene dos sueños distintos, que Iosef explica que son simbólicos de una sola serie de acontecimientos. La repetición, explicó, es porque Di-s quiere que el faraón sepa que los eventos predichos en su sueño comenzarían inmediatamente. En su primer sueño, el faraón ve a siete vacas sanas que emergen del Nilo y pastan, hasta que siete vacas deformes y famélicas las devoran. En su segundo sueño, brotan siete espigas sanas de un mismo tallo, seguidas por siete espigas enfermizas. Las endebles, chamuscadas por un viento del este, engullen a las sanas. Esta vez, Iosef interpreta el número en los sueños, siete, como años, no como días. Y lo que es más importante, los años no se solapan como en el caso de los sueños del panadero y el copero. En cambio, Iosef dice que simbolizan siete años de abundancia seguidos de siete años de hambruna.[10]
Entendimiento del simbolismo numérico
El salto interpretativo de objetos espaciales a periodos de tiempo exigió que Iosef poseyera un profundo entendimiento del simbolismo numérico. Comenzando con el primer libro de la Cábala atribuido a Abraham (bisabuelo de Iosef), el número tres hace referencia a las tres sefirot interiores e intelectuales de sabiduría, entendimiento y conocimiento, mientras que el número siete se refiere a las siete sefirot inferiores, asociadas con rasgos emocionales y de comportamiento.[11] Una de las diferencias entre el intelecto y el ámbito emocional/conductual es que el intelecto opera principalmente dentro del individuo, dentro de su ámbito privado, mientras que las características conductuales se dirigen principalmente hacia el exterior.
Como resultado, las tres facultades intelectuales están más unificadas y las siete facultades emocionales/conductuales están más diferenciadas. Esto también se insinúa en la descripción de las siete como “dobles”. De este modo, Iosef entendió que, en los sueños del copero y el panadero, el número tres indicaba un único periodo de tres días, tras el cual el destino personal del copero y del panadero se determinaría, en cambio, en los sueños del faraón, cada periodo de siete años sería independiente.[12]
¿Cómo supo Iosef que el número tres significaba días mientras que el siete significaba años?[13] La pista de esta visión proviene de los propios objetos. En hebreo, los objetos tienen género. Tanto las cestas como las ramas son masculinas en hebreo, lo que se refleja en el número tres: “tres (m) ramas”, shloshá sariguim (שְׁלֹשָׁה שָׂרִיגִם) y “tres (m) cestas”, shloshá salei jorí (שְׁלֹשָׁה סַלֵּי חֹרִי). Tanto las espigas de grano como las vacas son femeninas y esto se refleja de nuevo en el número siete: “siete (f) espigas de grano”, sheva shibalim (שֶׁבַע שִׁבֳּלִים) y “siete (f) vacas”, sheva parot (שֶׁבַע פָּרוֹת). Increíblemente, “día”, iom (יוֹם) en hebreo es masculino, pero “año”, shaná (שָׁנָה) es femenino. Parece que Iosef simplemente asoció el tres masculino con una unidad masculina de tiempo – un día – y el siete femenino con una unidad femenina de tiempo – ¡un año!
La raíz hebrea de la palabra que significa “año” también significa cambio. Así, Iosef intuyó que las siete vacas flacas y las siete espigas poco saludables que consumían a las siete vacas cebadas y las siete espigas sanas simbolizaban un proceso que se desarrollaría a lo largo de un período de tiempo considerable. La capacidad de Iosef para interpretar correctamente los sueños del faraón se debía también a su conocimiento de la visión mística que se encuentra en el Midrash, según la cual, los reyes no solo sueñan sobre si mismos, sino también sobre el futuro del mundo.[14]
Crear una interpretación unificada de los sueños
Una última reflexión sobre las interpretaciones de los sueños se relaciona con cómo Iosef pudo unir los distintos símbolos de los sueños – tiempo, objetos físicos y alusiones numéricas – para crear una interpretación unificada. La palabra hebrea que utiliza la Torá para describir a un intérprete de sueños en estas historias es “poter” (פּוֹתֵר). Las mismas letras dispuestas de forma diferente significan “quien cose” o “quien ata”, tofer (תּוֹפֵר).
Iosef era capaz de tomar símbolos diversos en un sueño y reorganizarlos, cosiéndolos juntos para crear una prenda o interpretación unificada. Cuando Iaacov bendice a Iosef al final de su vida, comienza la bendición con “Iosef es una rama fructífera, una rama fértil junto a un pozo, cuyas ramas se extienden sobre el muro.”[15] La palabra hebrea para fructífera es “porat” (פּוֹרָת), que contiene las mismas letras que las palabras hebreas para interpretar y coser.
[1] Éxodo 41:1.
[2] Ibid 41:9-14.
[3] Véase Rashi sobre Génesis 41:8, basado en Bereshit Rabá 89:1.
[4] Sefer Ietzirá 3:3.
[5] Iob 19:26
[6] La Dimensión Interior: Reflexiones sobre la porción semanal de la Torá, Parashat Balak.
[7] Ibid.
[8] Génesis 40:9-19.
[9] Ibid 40:20-23.
[10] Genesis 41:25-29.
[11] En la lengua del Sefer Ietzirá, existen “diez sefirot, sin sustancia” y se dividen en 3 orígenes y 7 dobles, correspondientes a las 3 letras de origen en hebreo y a las 7 letras dobles llamadas así porque hay dos formas de pronunciar cada una.
[12] Iain Itzjak, Miketz, §2.
[13] Mivjar Shiurei Hitbonenut vol. 15, pp. 90-91.
[14] Bereshit Rabá 89:4.
[15] Génesis 49:22.




